María de Lourdes Mendoza Ramírez llegó a Querétaro el 16 de febrero de 1986, luego de que el terremoto del 19 de septiembre de 1985 dejara inhabitable el edificio donde vivía, además de dejarla con mucho temor a estos fenómenos.

Narra que trabajaba en el Departamento de Pesca, en la Ciudad de México, y vivía por la zona de Vallejo, en la Unidad Maravillas, y a Querétaro llegó con trabajo, pues venía como parte de la descentralización provocada por el terremoto ocurrido ese año.

“Trabajé en el gobierno, en el Departamento de Pesca, ya tenía 15 años, más o menos, y de ahí me descentralizaron, con todo y trabajo a la delegación de Pesca después del temblor del 19 de septiembre. Esa fecha nos tiene muy marcados porque es el cumpleaños de mi hermano mayor y también el día en el que le dio un infarto a mi marido después de muchos años”.

En 1985, María estaba embarazada de su segunda hija, con cinco meses de gestación y ya tenía un niño de año y medio. El edificio donde vivía con su familia quedó dañado y al salir de él la mañana de 19 de septiembre, nunca regresó, ni siquiera para empacar sus cosas.

“Entonces en mi trabajo me ofrecieron descentralizarme a cualquier ciudad, menos Guadalajara, Monterrey y otra que no recuerdo. Entonces me dieron Querétaro, porque aquí ya vivían familiares de mi papá. Mi padre es de Querétaro y mi mamá de San Juan del Río, pero se conocieron en México. Aquí me dieron y aquí me vine a trabajar”, recuerda.

Después del terremoto se fue a casa de su suegra, y posteriormente se presentó a trabajar, pero las escenas que vio eran terribles, pues el edificio donde laboraba estaba en la colonia Roma.

Su hija nació hasta enero de 1986, pero por la falta de infraestructura médica, causada por los daños en hospitales, tuvo que dar a luz en un escritorio de un cubículo, sin anestesia, “y así nació la muchacha”.

María y su familia llegaron a vivir a Los Molinos, en Querétaro y el menaje lo dio el gobierno federal, pero fue complicado, pues desde ese entonces por algunos sectores de la sociedad queretana los habitantes de la capital del país eran mal vistos y no muy bien aceptados.

“Fue muy difícil para poder encajar, porque lo primero que se escuchó decir, como en Guadalajara, era ‘haga patria y mate un chilango’. En esta oficina de Pesca eran tres personas: el delegado, el subdelegado y la secretaria. De repente llegamos como 20 de México, con escritorios, con esto, con otro, y nos tuvimos que cambiar (de oficinas) porque no cabíamos”.

María recuerda que Querétaro en esa época era una ciudad muy chica, y muchas de las colonias actuales que están consolidadas en esa época estaban en ciernes, como la Obrera, donde compraron una casa gracias al crédito para vivienda que tenía.

“No conocía ni los lugares nice ni las colonias bien y aquí nadie nos orientó. Encontramos en el periódico para lo que nos alcanzaba y compramos. Cuando una prima se enteró de que compramos ahí y nos íbamos a cambiar, me dijo que siempre iba a estar ahogada e inundada porque la colonia tenía la fama de que siempre se inundaba, pero nunca me entró agua”.

Sin embargo, cuando se pavimentó la calle y comenzaron a pasar los camiones desde las primeras horas de la madrugada, decidió venderla para buscar un lugar menos ruidoso. Terminaron en Candiles, cuando aún no estaba urbanizada totalmente.

Ahí compraron un terrenos y vivían bien, pues no tenían vecinos cercanos. Además, cambió de trabajo para incorporarse a una cadena de súper mercados. La gente le preguntaba dónde vivía y respondía que en Candiles, pero la gente no sabía donde estaba.

A Candiles, dice, llegaron muchas familias provenientes de la Ciudad de México y su zona Metropolitana, pero ella ya se sentía más queretana que chilanga, ya no se llevaba bien con los capitalinos, por lo que decidió cambiar de rumbos: se mudó a El Tintero. Luego se fue a vivir a La Loma, cuando no había nada alrededor, era campo.

María dice que las más de tres décadas en Querétaro las ha vivido muy bien, y no piensa moverse de la entidad; incluso afirma que aquí morirá. Desde que salió de la Ciudad de México, en 1986, jamás a vuelto a poner un pie en la Ciudad de México.

“No regresé para nada. Quiero mucho a la Ciudad de México, donde nací, pero ya no me gusta ir, le tengo miedo, tengo un pavor de que me agarre un temblor, aunque sea en la casa de mi hermano”.

María ha sido testigo no sólo del crecimiento de la ciudad, también del cambio de la sociedad queretana, pues ahora ya hay gente de otros estados del país por lo que hay una mayor apertura hacia las personas foráneas.

En aquella época, comparada con la Ciudad de México, no había casi nada para divertirse, a dónde salir. “Lo único que teníamos era la pista de patinaje que está en Álamos. El centro era el (jardín) Zenea, y la Alameda no estaba en condiciones para caminar”.

María asegura que no se arrepiente de elegir Querétaro para vivir, pues una ciudad muy tranquila donde se vive bien.

“Te pasa lo que te tiene que pasar. En cualquier lado hay un asalto o te abren tu casa, pero eso pasa en todos lados. Aquí me ha gustado, lo único que no me agrada es que no han planeado la urbanización de las colonias que han surgido, pero no me arrepiento”, finalizó.

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