Cuando Elías Jiménez Torres realizó su primera exhumación en el panteón Cimatario, en Querétaro, quedó impresionado al ver restos óseos y retazos de tela vieja y húmeda. “¿En esto nos convertimos todos?, ¿En huesos cortados y dientes expuestos?”, pensó. Las siguientes noches soñaba con cráneos, fémures y costillas, las imágenes de las exhumaciones no le daban tregua, lo perseguían a donde iba, lo acosaban y angustiaban, pero aprendió a vivir con eso, entendió que trabajar en el cementerio no es tarea fácil.

Lo más espeluznante que Elías vivió al realizar exhumaciones, fue encontrar un ataúd boca a bajo. “¿Cómo pudo ocurrir eso?”, se preguntaban los sepultureros ante la mirada desconcertada de la familia. “Tal vez lo enterraron vivo y el muerto alcanzó a voltear su propio ataúd”, decían unos. “Yo creo que fue más bien un rito satánico”, decían otros.

“La primera vez que hice una exhumación sí me impresioné, los días siguientes soñaba con los esqueletos, me quedaba nervioso, pero pues como todo, después eso se hizo normal para mí, uno debe aprender a calmarse lo más que se puede”, señala.

“Algo curioso que nos pasó fue cuando encontramos una caja al revés, un cajón que estaba al revés, boca abajo, y la verdad es que sí te impresiona eso, uno se pregunta por qué estaba en esa posición. Nosotros, pues avisamos a la familia que el cajón estaba de esa forma y todos nos quedamos sorprendidos, nunca pudimos darle una explicación. Ya sabe que a veces se cuenta que a algunas personas se enterraron vivas”.

Mente fría y autocontrol

Elías ha trabajado en el cementerio municipal desde hace nueve años; primero fue sepulturero, después se encargó de las exhumaciones, y ahora trabaja como velador.

Para él, pasar las noches en el cementerio municipal es parte de su rutina. “¿Para qué tenerle miedo a los muertos?”, dice, “ellos ya están dos metros bajo tierra, a los vivos sí les deberíamos de tener miedo”.

Recuerda que su trabajo como velador llegó sin pedirlo, trabaja en el departamento de Servicios Públicos Municipales, y desde hace casi 10 años le asignaron tareas en el cementerio. “Alguien tiene que hacer la chamba, a uno no le preguntan, nomás le dicen que toca aquí o te toca allá”.

Elías confiesa que sí tuvo miedo la primera noche que realizó rondines en el panteón, su trabajo consiste en vigilar que todo entre las tumbas esté en orden, y de vez en cuanto ahuyentar a los jóvenes valentones que se brincan las bardas para deambular por ahí; también se encarga de revisar que las cisternas siempre tengan agua, e identificar a las zonas peligrosas.

La mayor parte de su trabajo la realiza de noche, sólo acompañado de su linterna. Dice que sí le llevó tiempo acostumbrarse a los murmullos que de vez en cuando se escuchan por los rincones, tener una mente fría y mucho autocontrol, porque como él dice: “la mente es traicionera”.

Comparte con orgullo que él nunca ha visto ninguna aparición, tampoco ha escuchado ningún ruido extraño o que pueda se inexplicable.

“En la noche es cuando hacemos la mayor parte del trabajo, andamos por la avenida principal y entre las tumbas, revisando que todo esté bien y yo nunca he visto ni escuchado nada. Yo he escuchado ruidos pero sé que es algún animalillo que se atraviesa por ahí, o a veces se escuchan pláticas muy claras aquí en el panteón, pero son personas que están hablando desde afuera y los sonidos rebotan aquí, con el tiempo uno se acostumbra a eso. Pero para mí el panteón es un lugar sereno y tranquilo de día y de noche”.

“Yo creo que eso ya depende de las creencias de cada quién, hay gente que se sugestiona, yo no soy así, estoy siempre tranquilo. Conozco este lugar como la palma de mi mano, conozco cada tumba, qué número tiene cada una y en qué calle se encuentra, por eso es fácil para mí orientar a las personas que vienen y buscan alguna tumba. Me gusta mi trabajo, me gusta estar aquí”, señala tranquilamente el vigilante.

Vencer el miedo a la muerte

Elías comienza sus jornadas de trabajo a las cuatro de la tarde y termina a las ocho de la mañana del día siguiente; es común que durante las noches, una, dos, o incluso un grupos de cinco personas llamen a las puertas del panteón y le pidan permiso para entrar y superar sus miedos.

También es común que los jóvenes entren al cementerio para pagar apuestas o demostrar su valentía. Elías está consciente de que el panteón es un lugar lleno de morbo y mitos.

“Los jóvenes luego se brincan las bardas y andan por aquí, pero ya nomás ven la luz de la batería que traigo y se echan a correr, por lo regular son jóvenes”.

“Hay ocasiones en donde llegan personas y quieren entrar en la noche al panteón que para superar sus miedos a la muerte, me ha tocado que me dicen eso pero pues yo no tengo autorización para dejarlos pasar. Que pase eso es muy muy común. Una vez vino una chica hasta llorando, me dijo ‘estoy entre la vida y la muerte, déjame entrar’. Pero pues mi trabajo es vigilar y tener precaución con esas cosas”.

Este Día de Muertos incrementó la carga de trabajo para Elías y para los otros dos veladores del panteón Cimatario, trabajaron de noche y de día para orientar a las personas y vigilando que todo en el panteón se encuentra en orden.

cetn

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