Escuchar a una mujer joven llorando, que sus perros ladren a cierto lugar, sentir un aire denso al pasar por ciertos lugares o ver sombras, son algunas de las cosas que Elías Jiménez Torres como velador del panteón municipal vive en sus jornadas laborales, aunque otras son más "normales”, como lidiar con la gente que se mete al panteón en la noche o que deja objetos relacionados con rituales.

Elías recorre los pasillos del panteón municipal Cimatario. Sus 12 hectáreas son la última morada de queretanas y queretanos desde 1932, año en el cual se inauguró. Algunas de esas primeras tumbas sobreviven hasta la actualidad. En una de ellas, dice Elías, siempre hay una veladora encendida. Nunca ha visto quién la coloca, por más intentos que ha hecho de ver quién esa alma piadosa que va a colocar una luz a la persona que reposa por la eternidad bajo esa lápida.

La jornada en la cual laboral Elías es de 24 horas. Entra a las ocho de la mañana de un día y sale a la misma hora del otro. “La labor que realizó aquí son recorridos por la noche sobre los pasillos del panteón. Sólo cuando se escuchan ruidos entro a la áreas (de tumbas) y ando viendo las piletas, para que estén llenas de agua para el otro día que la ciudadanía para que tenga agua y no falle el servicio”, asegura.

Narra que trabaja en el municipio desde los años ochenta, pero dejó el trabajo, y desde hace un año está de velador, aunque siempre se ha dedicado a los panteones.

Menciona que no ha visto nada raro, pero ha escuchado cosas. “Una vez estaba en la oficina haciendo un parte informativo, como una bitácora, y escuché a una chamaca llorando. Se escuchaba el llanto de una joven. Abro la puerta y me asomó y no veo nada. Pensé que se trataba de una persona de algún funeral que estaba afuera, en las funerarias, pero no había nadie. Estaba solo aquí.

Me vuelvo a meter. Pasó como un minuto y volvió a llorar. Ya no le hice caso. Duré como tres o cuatro minutos para levantarme, pero ya no escuché nada. No le dije nada, me puse a rezar por ella, me puse a pedir por ella”, comenta con voz tranquila.

Apunta que en los recorridos hay lugares en donde se siente pesado el ambiente. Es en ciertas zonas del panteón.

Lo más frecuente, dice, es que la gente arroja muchas gallinas muertas, es casi todos los días. Ha encontrado muñecos de cera llenos de alfileres.

Narra que una ocasión uno de los perros que tienen ladraba mucho y quería que lo siguiera, pero no vio nada. Llamó al perro para que lo siguiera, pero el perro regresó a donde estaba ladrando. Elías dice que regresó al lugar para corroborar si no había nadie, pero estaba desolado.

El hombre señala que si durante el día el panteón luce tranquilo, en la noche lo es aún más. Cuando el viento sopla se escucha pasar entre los árboles.

Elías confiesa que en ocasiones siente temor, principalmente en aquellos sitios donde se llega a sentir incómodo. “Hay lugares donde hasta se enchina la piel. Vas caminando y sin querer sientes la mala vibra. Volteas a ver. Son espacios que hay en el panteón. Se siente como si te estuvieran cuidando o vigilando”, abunda.

Comenta que los que alertan muchas veces son los perros. Se echan a correr o comienzan a ladrar. Sólo lo voltean a ver y ladran en señal de alerta.

Agrega que en el panteón Cimatario no hay una fosa común. Existe un lugar donde se depositan los restos por los cuales nadie iba, cuando terminaba su fecha de temporalidad. Se exhumaban y se depositaban ahí, pero ya no se tiene. La fosa común, donde se sepultan cuerpos del Semefo que no son reclamados por sus familiares es en San Pedro Mártir.

Elías no cree que todo se acabe con la muerte. Confiesa que cree en la resurrección en otra vida. “Mucha gente dice que el morir se acaba todo y no. Como le digo a otras personas, no le tengo miedo a la muerte. Hay ocasiones en las que me llega gente a la puerta en la noche y me dicen que les dé permiso para entrar. Les preguntó para qué. Son chavos de 20 años, que dicen que quieren superar el miedo a la muerte.

A veces les contesto porqué le van a tener miedo. Es el fin de cada uno de nosotros. Otras personas vienen a dedicarle un pensamiento a su ser querido en la noche o en la madrugada. Una ocasión vinieron unas 30 personas, y querían que los dejara pasar a las dos de la mañana. Querían hacer un ritual. Les dije que no tenía autorización de dejar pasar a nadie”.

Elías camina entre las tumbas, mientras explica que hay unas muy antiguas. Llega hasta donde está la tumba que dice siempre tiene una veladora encendida. Hay una veladora consumida. Para evitar que se apague fue colocada dentro de una botella de PET. “Miren, ya se acabó esa veladora”, dice.

Comenta que mientras hace sus recorridos reza por el descanso de los difuntos, por las ánimas.

Lo más relevante, comenta, son los muchachos que luego brincan hacia el interior del panteón, como una manera de hacerse valientes ante la muerte. Otros para tomar alcohol, y otros más para drogarse. Eso es lo peligroso, estar solo ante los vivos.

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