Ya pasó un mes desde que Javier enfermó de “gripa”. “La prueba rápida dio negativo a Covid-19, pero a un mes aún tengo molestias, como fatiga, dolores musculares, confusión mental y mucho cansancio”, señala.

Hombre de mediana edad, Javier recuerda que los síntomas comenzaron un sábado de finales de julio. Escalofríos y sudoración intermitente, fueron las primeras señales. Dice que pensó que era cansancio, pues por un asunto familiar no había podido dormir bien y creyó que era sólo falta de descanso.

“Al otro día, el domingo, tenía que ir a trabajar. Me levanté, me bañé, pero me sentía cansado. Me preparé un café para, según yo, despertar, pero no hizo efecto. Seguía muy cansado y sudaba mucho.

“Me recosté un rato, antes de salir a trabajar, y me venció el sueño. Desperté una hora después. Me dolía todo el cuerpo, me dolía respirar. Levantarme al baño me cansaba como si hubiera corrido una gran distancia. No era normal”, recuerda.

Semanas antes, su esposa había enfermado. La prueba rápida hecha en una farmacia también había dado negativo a la Covid-19, pero ella, al igual que Javier, aún presenta molestias, como escurrimiento nasal y tos en las noches.

El hombre narra que le dijo a su esposa su condición, que quería descansar. Lo dejó dormir un rato más. Faltaba algo: la carencia de apetito.

Aunque no perdió los sentidos del gusto y el olfato en su totalidad, Javier no sentía hambre, a pesar de que ese día sólo había tomado media taza de café por la mañana.

“No tenía hambre. Sólo quería dormir. Me llegaba el olor de la comida, pero no quería comer. Mi esposa me sirvió un plato de caldo de pollo. Lo ‘pique’, pero sin hambre. Me sabía la comida, pero no con tanta intensidad, percibía los olores y los sabores disminuidos”, abunda.

Aún, dice, los sabores los percibe de manera diferente; la comida salada, y lo dulce lo siente con mayor intensidad, pero distinto. “Es algo raro. Hay cosas que no me saben igual. Percibo los sabores, pero no me sabe igual la comida, no es lo mismo”, subraya.

Algo que también le llamó la atención fue el cansancio que experimentaba. Era inusual. 
Sólo quería dormir. Se levantaba por unos minutos para tratar de hacer alguna actividad, pero le era imposible.

La noche era una situación nueva. “No podía dormir la noche completa. A cada hora se despertaba porque no podía respirar. Sentía que me faltaba el aire. Que el aire llegaba hasta la mitad de mis pulmones. Durante la noche me tenía que levantar, tenía que sentarme sobre la cama para respirar, no podía inhalar profundamente.

“A la mitad sentía que el aire llegaba hasta cierto punto y me dolía, era como un ardor. A la fecha sigo con esa sensación. Me medía la oxigenación, estaba en 95%, en el límite de lo normal, según investigué, por eso no me asusté, pero la sensación era y es molesta. Al día de hoy, cosas tan sencillas como salir a la tienda es muy cansado”, enfatiza.

Cosas que Javier hacía, como caminar de prisa, ir con su familia al mercado o cargar un garrafón de agua, ahora se convierten en un reto. La fatiga y la falta de aire frenan sus actividades diarias.

Ahora, los dolores musculares, los calambres, el cuerpo adolorido, son más frecuentes. Tampoco ha podido regresar a la rutina de ejercicio que hacía hasta antes de enfermar, pues con sólo 10 minutos de actividad física tiene para sentirse cansado y comenzar a toser, que es algo que no lo ha abandonado desde entonces.

La tos por las mañanas y la noche se presenta cada vez más intensa. Durante el día no es tan frecuente, dice.
Javier comenta que recientemente un amigo del trabajo también enfermó de “gripa” y que presentó secuelas, como confusión mental. “Mi amigo no acudió a hacerse una prueba, pero tuvo síntomas similares a los míos. Para ser una gripa es muy extraño que te pegue tan fuerte y que haga que se vayan ‘las cabras al monte’. No es una gripa normal”, enfatiza.

Luego de más de un mes, Javier tiene que hacer pausas en su trabajo, que en ocasiones realiza en casa. Explica que hay días en los cuales se siente tan cansado que le vence el sueño frente a la computadora.

“Este cansancio también afecta mi dinámica familiar. Solíamos ver películas en familia y ahora, apenas pasan 15, 20 minutos, y me estoy durmiendo. No es porque la película sea aburrida, sino por el cansancio”, reconoce.

“En el trabajo, cuando estoy en casa, también me afecta, me atraso en la entrega de mi chamba. A veces tengo que repetir todo lo que hice porque no tiene pies ni cabeza. Tengo que trabajar doble y eso, además, me lleva a sentir depresión, porque siento que nunca volveré a ser el mismo. Siento que nunca me recuperaré, que viviré así para siempre”, subraya.

Sin embargo, para Javier la vida sigue. Tiene que levantarse temprano para llevar, junto con su esposa, a sus hijos a la escuela, trabajar, y encargarse de una que otra actividad en casa.

Aunque, acepta, para todo debe de tomarse más tiempo, hacer todo de manera pausada, pensar mejor lo que está haciendo y, en el caso de actividades que requieran de esfuerzo físico, hacer pausas para recobrar el aliento.

“Una amiga me dijo que su familia tardó un año en recuperarse de la Covid-19. Un año para no tener secuelas. Un año es mucho tiempo para vivir así”, puntualiza. 

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