“Si ya teníamos un rezago educativo como país, la pandemia va a dejar mayores problemas, no tanto de conocimiento, sino en términos de enfrentarse a problemas reales.

“Antes los estudiantes pensaban que con cumplir con las tareas y presentarse a clases era suficiente, a veces cumplían de manera deficiente, sólo copiar y pegar, y asistían a clases a veces para dormirse, pero ahora están con esta idea de que les debemos perdonar todo por la pandemia. Me preocupa esa actitud de conformidad porque ahí está el obstáculo”, dice Fernando, maestro universitario que ve con desazón como buena parte de sus alumnos no muestra interés por las clases y por continuar con su preparación y lo achaca a la pandemia.

El docente universitario da la bienvenida a sus alumnos. Pasa lista y les pide que enciendan sus cámaras para tomar una captura de pantalla como evidencia de la clase del día. Es la nueva forma de pasar lista en las clases a distancia. Luego, les dice que si gustan, sólo si gustan, las pueden apagar. Muchos, la gran mayoría, lo hacen: “No importa la hora a la que sea la clase. Puede ser en la mañana o en la tarde. La apagan. Quizá para volver a dormir. No puedes obligarlos a mantener encendida la cámara. Es una invasión a su intimidad”.

Se tiene que acostumbrar a la nueva normalidad: a la de ver a sus alumnos —a quienes dice querer, pero no se los expresa— a la distancia. Desde marzo pasado, las reuniones, las clases en Zoom son algo habitual, aunque no han sido lo mejor, a pesar de la capacitación que han recibido como docentes de parte de la universidad para la cual trabaja. Pero todas las capacitaciones no sirven cuando son los alumnos quienes no muestran interés en las clases.

“Además de los problemas de internet, se ve que hay muchos alumnos desanimados porque les hablas y están dormidos. Hay ocasiones en las que parece que estás en un soliloquio, porque no contestan, o cuesta mucho trabajo que participen en las actividades, aunque intentas ponerles actividades en línea, por ejemplo, que hagan mapas mentales o contesten cuestionarios y juegos, pero no lo hacen.

“Algunos dicen que tienen problemas de internet. Otros nada más, que son los más ‘honestos’, dicen que no se sienten bien, que están desanimados, eso también hay que entenderlo”, refiere el académico, quien también señala que hay alumnos que asumen que puede estar disponible las 24 horas, siete días a la semana.

Fernando explica que cuando los alumnos le dicen que están desanimados o le dicen que sienten que no están aprendiendo, primero trata de escucharlos, que expresen cómo se sienten, pues muchas veces no tienen con quien hablar.

“Los dejo que platiquen, incluso dentro de la clase, incluso entre ellos no tienen muchas ganas de hablar. Hay veces que sí, están dispuestos a contar cómo se sienten. A algunos les ha pesado, como ya trabajan, que tienen que ir a laborar, y tienen miedo a contagiarse con el Covid-19. Otros dicen que ya se contagiaron.

“Por ejemplo, un estudiante faltó casi un mes porque estuvo enfermo de Covid; sentía que no iba a poder recuperar la escuela, se quería dar de baja por ese mes que faltó. Sin embargo, presentó sus estudios médicos y todo mundo decidió ayudarlo”, narra el maestro.

Precisa que él no ha sentido en desánimo, aunque reconoce que tienen, como maestros y alumnos, muy poco recursos, porque ahora tienen que cubrir el internet con el que cuentan, la energía eléctrica, que son cosas que se usan en las casas, “pero no puedes hacer más con ellos. Al final la decisión está de su lado. El profesor se va a conectar a dar la clase y la prepara.

“Es más, ahora nos tardamos más tiempo en preparar la clase porque hay que buscar recursos en internet, elaborar juegos, elaborar cuestionarios, cosas que ellos puedan hacer, que no se sientan en el abandono. Pero, cómo le haces con alumnos que ni siquiera quieren encender su cámara porque están acostados en sus camas, o con los alumnos que están tratando de tomar clases, pero que en sus casas están rodeados de distracciones porque están compartiendo el espacio con otras personas en sus casas”.

Añade que en la universidad donde trabaja les dieron capacitación para la nueva normalidad, para saber utilizar recursos virtuales que puedan suplir a los espacios públicos, como recurrir a los repositorios y bibliotecas digitales, ante la imposibilidad de acudir a una biblioteca física, y además con todas las herramientas que se pueden utilizar para crear una materia.

Lo malo de esto, agrega, es que muchos de estos recursos en línea se tiene que pagar. Aunque la universidad pagó las capacitaciones, la universidad no está en condiciones de pagar una cuenta a cada maestro para que pueda descargar esos programas y crear sus clases virtuales de manera completa, porque además se deben de “traer” los contenidos que se tenían en la educación presencial a las clases a distancia, lo que implica también el doble de trabajo.

Agrega que otro problema que enfrentan muchos de sus compañeros docentes que superan los 50 años es adaptarse a la tecnología, luego de una larga vida profesional, siendo grandes docentes, con mucho conocimiento: “Es como si los profesores estuvieran obligados a ser el entretenimiento de los estudiantes, a veces da esa impresión, que no es así porque hay mucha disposición de muchos y los alumnos lo han comprendido”.

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