Ringo luce atento. Se sienta tranquilo a la sombra del carrito de súpermercado artículo que funge como transportador de las pertenencias de Carlos Reséndiz Hernández, adulto mayor que vive en situación de calle. “Me corrieron. Me robaron un dinero y ya no pude pagar”, explica el hombre.

Menciona que toca la guitarra, pero que nunca aprendió a tocar por asistir a alguna clase, sólo observando logró dominar el instrumento. Ahora, indica, “en las noches abrazo a Ringo, sino me lo roban”. Ringo, pequeño perro de pelaje blanco, escucha con suma atención a su dueño.

El pequeño perro luce un suéter color mamey. Observa de cerca a su amo, quien acomoda sus cosas y pone suma atención en una parrilla de gas propano que una mujer le acaba de regalar , para que su amo pueda hacerse algo caliente de comer.

Cuando se le pregunta a qué se dedica responde que es músico de corazón, que toca la guitarra y está aprendiendo a tocar el teclado.

Explica que actualmente está viviendo en la calle, porque lo corrieron de donde vivía. “Una persona me falló y me robó, me dejó sin dinero y por eso ando tuve que vivir en la calle. Ya tengo cuatro meses en esta situación”, apunta.

Carlos, próximo a cumplir los 70 años, descansa a un costado del templo de San Francisco. La sombra de la construcción los cubre a él y a Ringo, con quien dice ya tiene cinco años y medio. “Es bien tranquilo, le puede dar de comer. Ese perro es amado por las mujeres y estimado por los hombres”, le dice el hombre a una joven, mientras ríe.

También menciona que está enamorado, muy enamorado… de Cristo. Su fe es grande. Agrega que le gusta mucho cantar, por eso es feliz, pues con su música alegra corazones. Destaca que es lírico. Sólo viendo a los amigos aprendió a tocar la guitarra. Luego consiguió un teclado y decidió iniciar el dominio de este nuevo instrumento.

Carlos le pide a la misma joven que le dé un pan a Ringo. La chica accede y desmenuza el pan que da en pequeños trozos al perro. El can, dócilmente lo toma y lo come con calma.

El hombre explica que en otra época se dedicó a la hojalatería, pero nunca tuvo dinero para montar un taller, además de que los patrones, indica, le pagaban en abonitos y bien barato, decidió dedicarse a otra cosa. También fue taxista.

Carlos se levanta del bote donde está sentado. Da un par de pasos hasta el carrito de súper y toma un sartén. Lo observa y coloca sobre la parrilla que acaba de recibir. Ringo termina de comer el pan que le dio la joven, quien se da tiempo para acariciar el animal.

Carlos dice que tuvo tres hermanas. Dos ya fallecieron y una está en un asilo. Una de sus hermanas, destaca, fue religiosa.

“¿Esposa? sí, si tuve. Pero se fue de mi lado hace 34 años… y ahora vivo bien feliz”. El hombre menciona que tuvo cuatro hijas, pero no tiene contacto con ellas.

Apunta que toca en diferentes puntos del primer cuadro de la capital. Tocaba en 5 de Mayo y Pasteur, pero con la carga del carrito no puede subir hasta ese lugar, a pesar de que está a unas cuadras.

Añade que quitará el carrito en unos meses, pues más tarde llegan los artistas de las “Apariciones queretanas” y no quiere que el carrito esté ahí, como si fuera la Peña de Bernal.

El carrito es insuficiente para contener todas las pertenencias que lleva consigo Carlos. Destacan un par de cobijas y comida para Ringo, que mucha gente le lleva. También las personas le dan alimentos a él, para su sustento diario.

Sobre su compañero, Ringo, señala que se regalaron cuando tenía dos meses. “Nada más yo lo cuido. Como ahorita que me quedo en la calle, lo amarro a mi cintura y lo abrazo, porque sino me lo pueden robar, porque este perro es bien codiciado. Es bien obediente”.

A donde está Carlos y Ringo llega Agustina, quien le reclama al hombre porqué no le ha dado de comer. Carlos responde que ya se comió medio pollo que le dió, además del pan que le dio la joven.

Le dice que no le dé pan, “porque se le hacen lombrices. Ahí tiene sus bolsas de alimento. Déselos”.

Ambos tienen un pequeño mal entendido. Agustina responde los argumentos de Carlos. La discusión parece no tener fin entre los dos. Mientras avanza el diálogo las tensiones se disipan y la charla se vuelve más amistosa.

Agustina regaña a Carlos. Le dice que gana suficiente dinero para no tener que vivir en la calle. Carlos solo sonríe. Sigue ocupado preparando su parrilla y su sartén para calentar la comida.

Agustina insiste en darle de comer a Ringo. La mujer toma una bolsa de alimento, la abre y le ofrece un puñado de croquetas. Carlos le dice que, que ya comió. Agustina insiste, pero Ringo rechaza el alimento. “Ya ves, le dije que no quería comida. Ya comió medio pollo”, dice Carlos.

Agustina quita la cadena a Ringo. El perro al sentir la libertad da un par de zancadas. La mujer lo toma del suéter. Dice que se lo va a llevar, pero no camina más de tres metros. Se detiene y vuelve al lado de Carlos.

La mujer hace la misma maniobra, y el perro repite la misma conducta. Vuelve a donde está Carlos. Muestra su lealtad al hombre que lo ha cuidado toda su vida, que lo ha alimentado y protegido. Pareciera que Ringo supiera que Carlos lo necesita. Ringo no juzga a su amo. Lo acepta y lo acompaña por las calles queretanas.

Carlos no se salva de los problemas que aquejan a todos los ciudadanos, como es la seguridad, pues asegura que por todos lados lo han querido asaltar.

Sin embargo, Carlos no pierde la alegría. Canta y ríe. La vida es una y hay que vivirla.

Google News

TEMAS RELACIONADOS