José Guadalupe Amezcua camina por las calles del centro de Querétaro. Hace sonar su silbato de la manera peculiar, para que la gente sepa que el afilador se aproxima y tenga listos sus cuchillos y tijeras.

El hombre, ya en su sexta década de vida, lleva su torno y su banco al hombro. Camina con paso firme.

“La pandemia me afectó en el sentido de que aquí, en el centro, cerraron muchos restaurantes que les afilaba y ahí me pasó a torcer, pero en las colonias, como la gente estaba encerrada aprovechaban. La pandemia en sí, bendito sea Dios no me afectó”, comenta.

Él camina por la calle Allende. El sol y la alta temperatura obliga a la gente a buscar algo de sombra. El hombre señala que sus principales clientes son los restaurantes del centro; eran alrededor de 10 negocios y cada 15 días acudía para dar filo a los instrumentos de cocina.

Agrega que sus inicios como afilador se remontan hace cuatro décadas. Narra que su hermano fue afilador en los años sesenta, del siglo pasado. Él era chico y lo acompañaba a Querétaro, desde Celaya, Guanajuato, para trabajar en este oficio. Vio que le iba bien, por lo que se decidió a aprenderlo, ejerciéndolo desde hace 44 años.

José Guadalupe hace el viaje desde Celaya lunes, martes, viernes y sábado. También va a Salamanca, un día, y a San Miguel de Allende, otro. Su jornada laboral, dice, inicia a las nueve de la mañana y termina a las dos de la tarde, cuando regresa a casa.

Comenta que es variable la cantidad de piezas que afila en un día, entre cuchillos y tijeras, pero un promedio son 40 en una jornada.

Dice que la apertura de los negocios le favorece, pues el trabajo aumenta, además de los clientes que le salen por el camino, cuando escuchan su clásico silbato de afilador.

Hace una pausa en su andar por la calles, que lucen con mayor movimiento ante la disminución de casos de Covid-19. La actividad económica se reanuda de manera paulatina.

“Los clientes [los restaurantes] ya comienzan a abrir y ya hay más trabajo”, comenta.

El afilador menciona que a pesar de la modernidad, su oficio continúa teniendo demanda. En Querétaro, añade, vienen al menos cuatro compañeros desde Celaya. Además, los que andan en bicicleta, originarios del Estado de México.

“Querétaro es grandísimo, hay para todos”, asevera.

En el centro, asegura, es muy raro que se encuentre a sus colegas, pues muchos optan por ir a colonias más retiradas, y no trabajan en el primer cuadro de la capital. Suelen acudir a Peñuelas, Satélite, Tlacote. Cada 15 días brinda el servicio a Santa Bárbara y El Pueblito, es lo más lejos que va.

Padre de dos hijos, dice que ninguno de los dos se dedica a su oficio. Uno es maestro y el otro trabaja en una dependencia del gobierno, en Celaya.

Detalla que su oficio, a pesar de la modernidad, es aún muy socorrido por la población. Aunque reconoce que a su edad no puede hablar mucho del futuro, pues reconoce que son pocos los años que podrá seguir haciendo su trabajo.

“Ya me canso un poco porque empecé muy chavo, a los 16 años. Ahora tengo 60, ya 44 años en esto es toda una vida. A mi edad, entre más años uno rinde menos, se cansa uno más. Si Dios me alarga la vida calculo que con trabajos lo haré 10 años, a lo mucho, no creo aguantar más. Ya cuando no pueda pondré un negocito o algo y ya me dedico a otra cosa.

“Ya lo que logré (…) ahorita trabajo porque no me hallo de estar en la casa, pero es un trabajo que nunca se agota, que se requiere todos los días. Todos los días se requiere afilar los cuchillos, las tijeras, y siempre hay trabajo. Quizá haya más competencia con el tiempo, por la misma situación”, menciona.

José Guadalupe camina por el andador 16 de Septiembre, rumbo a La Congregación. Va a un restaurante donde ofrece sus servicios. Llega a este lugar. Saluda con familiaridad a la encargada del negocio. Luego de unos segundos, sale con dos cuchillos que necesitan afilarse.

El hombre coloca su banco con el torno cerca de la pared. Se sienta recargándose en el muro y comienza a trabajar en uno de los cuchillos. El torno “chilla” al roce de la hoja que José Guadalupe desliza de un lado a otro.

En apenas unos minutos el cuchillo queda afilado. Es turno del siguiente. Es una hoja dentada. El trabajo es más laborioso, pues tiene que afilar diente por diente. Coloca la yema de un dedo sobre los dientes recién afilados. No queda convencido y vuelve a acercar la hoja al torno. Unos segundos y queda listo.

José Guadalupe reflexiona un poco. Recuerda que cuando apenas llevaba un año trabajando en este oficio, un ingeniero en Salamanca, Guanajuato, le ofreció trabajar en la refinería de Petróleos Mexicanos, él le conseguía una plaza, pero desechó la oportunidad.

“Yo veía lo que ganaba en ese tiempo. Estoy hablando que eran de 200, 300 pesos, de hace 43 años. Era mucho dinero, eran como 2 mil pesos semanales. Cosa que en aquel tiempo un empleado ganaba 400 pesos semanales.

“Decía que trabajando por mi cuenta nadie me mandaba, era mi propio patrón, cuando quiero voy, cuando quiero no voy. Lo que nunca previne es que en el futuro me iba a hacer falta un trabajo de esos, por cuestión de la jubilación, seguro. Debí haber previsto esto, pero de ahí en fuera, no me arrepiento. Como quiera que sea he hecho algo y sigo adelante. Y mis hijos, aunque sea con sacrificios, los saqué adelante a los dos. No me arrepiento”, dice.

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