Carmela y Primitivo tienen que trabajar en la calle; ella lo hace de manera ambulante, caminando por la calle de Ezequiel Montes. Él, se queda en un lugar fijo, donde vende hierbas para tés y algunas artesanías, como cestos para tortillas. A pesar de que son adultos mayores, deben de salir a la calle, pues si no venden no comen, no sobreviven en estos tiempos de pandemia.

Carmela se abre paso entre los clientes que hay en el mercado Hidalgo, en el primer cuadro de la capital queretana. Aún hay poca gente en ese punto.

A pesar de que en la entidad se avanza hacia la nueva normalidad, las personas aún no salen de forma masiva a los mercados, donde en la entrada reciben gel antibacterial y les toman la temperatura.

La mujer habla poco, le urge seguir vendiendo su mercancía, que prácticamente consistente en dulces y cigarros sueltos.

Algunos locatarios del mercado se acercan y le compran una bolsita de gomitas, huevitos de chocolate, o la saludan. La mujer es conocida, lo que revela que pasar al mercado es parte de su rutina.

Dice que por un tiempo, cuando la emergencia sanitaria estaba en el punto más crítico, tuvo que permanecer en su domicilio, pero que ahora debe de salir a trabajar, a vender sus dulces porque no tiene otro sustento.

Carmela decide retirarse para seguir vendiendo. Camina lentamente hacia Ezequiel Montes, ofreciendo dulces a cada persona que se encuentra en su camino. Sigue su recorrido frente a un puesto de periódicos, donde el voceador la saluda a su paso.

El voceador le dedica una mirada afectiva. Quizá por el tiempo que no la vio. Quizá porque ha sobrevivido a las adversidades traídas por el SARS-CoV-2. Quizá porque han burlado la pandemia.

Carmela recuerda que a veces le duelen los pies, pues hace tiempo sufrió una lesión en uno de ellos. En ocasiones aún presenta molestias, a las cuales se debe de reponer para seguir adelante.

En la parada del transporte público la gente espera su camión. Ahí se acerca Carmela a ofrecer también sus productos. Se acerca a tres personas. La tercera, una joven, le compra un cigarro. Al menos una venta.

Continúa con paso lento sobre la calle, con rumbo a avenida Zaragoza. En la calle no hay mucha gente todavía, a pesar de que las condiciones sanitarias, de acuerdo a las autoridades, son mejores.

La ciudadanía, en buen número, sigue en aislamiento en sus domicilios. Otros, ya cansados, salen a las calles. Ellos son clientes potenciales de Carmela.

La mujer pasa frente a Primitivo, quien sentado en el suelo vende hierbas medicinales, algunos estropajos y cestos para tortillas.

Hombre mayor, Primitivo dice que es originario de Guanajuato, de donde viene a vender sus productos para tener un poco de dinero que le permita mantenerse y mantener a su esposa. De sus hijos, uno aún vive con él, del cual también procura su manutención.

Indica, al igual que Carmela, que por un tiempo tuvo que permanecer en su pueblo debido a la cuarentena, pero que una vez que las condiciones lo permitieron tuvo que volver a trabajar en la calle, vendiendo sus productos que muchos queretanos aún buscan, como los tés de hojas de limón o de canela y que prefieren adquirir con personas como Primitivo, pues no están procesados ni empaquetados de manera industrial.

Un hombre, vestido de manera formal, se acerca a Primitivo. Lo saluda con amabilidad y le pregunta el precio de los cestos. Primitivo responde. El cliente satisfecho con el precio decide llevarse dos. A manera de despedida del vendedor dice “gracias”, con voz amable. Las sonrisas permanecen ocultas tras los cubrebocas.

El hombre tose. “El tapabocas seca la garganta”, explica, al tiempo que saca una botella de refresco y bebe de ella un poco.

Comenta que no sufre acoso de parte de la autoridad, que siempre lo han dejado vender.

No hace daño y no molesta a nadie. Se recarga en una pared y extiende sus productos sobre unos plásticos en el suelo.

Su voz suena agitada bajo el cubrebocas cuando dice que sí, que siente miedo del Covid-19, pero que no le queda de otra que salir a vender, que no tiene de otra, pues por su edad ya no le dan trabajo.

Primitivo forma parte de ese 57% de la población mexicana que está en la economía informal y que la pandemia dejó aún más en la indefensión, al no tener un salario fijo, o una pensión asegurada.

“Si uno no sale a trabajar no come. No tenemos de otra. Hay que salir, con Covid o sin Covid”, afirma convencido.

Otra joven se acerca hasta donde está Primitivo. Le compra canela y hojas para té de limón. Le ofrece una bolsa para que coloque todos los productos que lleva. Logra otra venta después de toda una mañana de estar en la calle.

“Las ventas no son como antes, pero algo es algo”, dice el hombre, quien guarda su dinero al interior de una bolsita, junto con otras de sus pertenencias.

Vuelve a bajar el desgastado cubrebocas que lleva puesto y bebe de su refresco. Debe volver a su trabajo. Mientras espera clientes hace manojitos de té de limón o acomoda su mercancía.

Ambos adultos mayores, ambos comerciantes de una misma generación, tienen que buscar el sustento en la calle a pesar de los riesgos, a pesar de ser parte de la población de riesgo por la pandemia, a pesar de toda una vida de trabajo.

Google News

TEMAS RELACIONADOS