Desde hace ocho meses Isabel García Sánchez y Edna Palumbo iniciaron una aventura. Ambas son diseñadoras de modas, comenzaron a brindar el servicio de sastrería por su cuenta, más tarde se conocieron en un taller donde eran empleadas. “La vida nos juntó porque nos gusta mucho hacer esto”, dice Isabel, mientras Edna sonríe, toma café y asienta con la cabeza.

Por 25 años Edna, de la Ciudad de México trabajó en una empresa, en el área de Recursos Humanos, mientras que Isabel, oriunda de Oaxaca, cuando llegó a Querétaro trabajó incluso de despachadora de gasolina.

De fondo se escucha “Cuando pase el temblor”, canción del desaparecido grupo argentino Soda Stereo. Las notas musicales salen de un teléfono celular. Isabel y Edna trabajan cada una en sus máquinas de coser.

Edna termina una camisa y se levanta para plancharla. Dobla la prenda que ya está lista para cuando el dueño decida pasar por ella.

Edna explica que cada una, por su lado, comenzó en la actividad de la costura hace muchos años, pero en su caso se dedicó a trabajar en una oficina, en la que laboró durante 25 años.

Originaria de la Ciudad de México, Edna, junto con su hija, se mudó a Querétaro luego de renunciar a su empleo, en el estado no le daban trabajo, quizá por su edad, no la contrataban en ningún lado, a pesar de ser una mujer de mediana edad.

Al no encontrar empleo, Edna indica que decidió retomar en su casa el oficio de la costura que había dejado por tantos años. “Después entré a trabajar al taller de una conocida”, apunta, al tiempo que asevera que a pesar de no ser tan grande, después de cierta edad las puertas del mundo laboral se cierran, principalmente en el caso de las mujeres.

“Es más entre las mujeres. En mi caso soy mamá soltera y vivo sólo con mi hija. Mucha gente, cuando estaba en entrevistas (de trabajo) me decían ‘pero tienes una hija’. Les decía que sí, pero que era adolescente, que era más independiente. Me daba cuenta que ese era el pero para lograr el empleo”, precisa Edna.

Isabel, en tanto, es originaria de Oaxaca. Llegó a Querétaro hace ocho años, en búsqueda de un empleo, pues en su estado natal las oportunidades laborales, apunta, son limitadas.

Edna menciona que se conocieron en un taller de costura, donde ellas eran las que prácticamente hacían todo. Incluso, la dueña había días en los que no se aparecía, por lo que platicando decidieron poner un negocio por su cuenta.

“Tanto Edna como yo teníamos esa inquietud y ese sueño de tener un negocio propio, de hacer algo que nos gustara, porque tanto a ella como a mí esto (la costura) nos gusta, nos apasiona. Lo hacemos con mucho gusto. No es algo que nos pese, es algo que nos agrada. Yo creo que la misma vida nos juntó porque nos gusta mucho nuestro oficio”, destaca Isabel.

Edna agrega que esta idea y unión fueron en el momento justo, pues también ya había renunciado al otro taller e iban a trabajar en la casa de Isabel. A las dos semanas que empezaron de esa manera, la persona que ocupaba el local en avenida Tecnológico y que ahora ocupan ellas, les avisó que ya no quería trabajar, que estaba cansada y que si querían quedarse con el local.

Isabel ya conocía a la anterior costurera que ocupaba el sitio, ya que trabajó por unos días con ella, pero no le pagaba (ríe), por lo que buscó trabajo de lo que fuera, empleandose como despachadora en una gasolinera, haciendo algo que no le gustaba, pero que hacía bien.

“Yo estudié diseño hace mucho y además tuve un tío que era sastre y por él tengo el gusto. Estudié me casé y lo dejé. Como despachadora de gasolina todos los días iba enojada a trabajar. Todos los días, porque no me gustaba hacerlo, pero trataba bien a los clientes y me ganaba mi dinero”, precisa la mujer.

Aunque sufrió también, pues tuvo jefes que le hicieron la vida imposible. Cansada de ese abuso, renunció. Pasó frente a un taller de costura en el cual solicitaban empleadas. Pasó, pidió trabajo y le dieron el empleo. Ahí conoció a Edna.

El taller de costura de Edna e Isabel tiene ocho meses abierto. En este tiempo la integración de ambas mujeres ha sido positiva, pues se complementan como equipo para trabajar, entendiéndose una a la otra y llevando armonía en el trabajo diario.

Edna añade que donde la sufrieron un poco en el aspecto económico, pues les hacía falta equipo. En el caso de Edna, compró una máquina de coser. Isabel ya tenía. Eso no ha incidido en el reparto de las ganancias, pues de común acuerdo se van a partes iguales. Confían una en la otra.

Se sienten afortunadas, pues a pesar de que en un inicio las ganancias eran magras, en un par de semanas, luego de hacerse de una clientela que las conoció y recomendó, el trabajo comenzó a llegar.

“Confiamos mucho en Dios. Siempre damos gracias porque todos los días llega un cliente. Lo que nos recomienda mucho es el trabajo, porque les gusta cómo les quedan las prendas. Eso hace que regresen”, puntualiza Isabel.

Un cliente llega con un pantalón para hacerle la valenciana. Edna le pide al hombre que se ponga la prenda para medirla. En un par de minutos toma medidas y le dice que estará en un par de días. Isabel y Edna sonríen. Bordan su destino.

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