Hace varios años, un agricultor de San Juan del Río estaba de luto por la muerte de su pequeño pato, un frágil y simpático animal que se convirtió en su amigo y compañero de vida.

Ante la muerte de aquella ave tan querida, Pedro no tuvo corazón para enterrarlo y convertirlo en comida para los gusanos, prefirió incinerar a su amigo; se trasladó varios kilómetros hasta el municipio de Corregidora, donde encontró un lugar de cremación animal llamado El Cielo de las Mascotas.

El agricultor llegó acompañado de un séquito de al menos 10 camionetas, en las cuales viajaban amigos y familiares que lo acompañaron en su duelo.

Crema a su mascota como acto de amor
Crema a su mascota como acto de amor

Una vez en El Cielo de las Mascotas, los asistentes se instalaron en una pequeña sala de velación. En la mesa rectangular yacía el pato sin vida, y su dueño ahogado en lágrimas le dedicó una palabras, dijo una última oración y el animal entró al horno. Salió hecho cenizas y su dueño lo guardó en una elegante urna en forma de baúl.

La historia de Pedro y la gran caravana que lo acompañó aquel día en que incineró a su pato, es una de muchas anécdotas que Carmen Sánchez, dueña y administradora de El Cielo de las Mascotas ha vivido a lo largo de 10 años.

También recuerda a Natalia, una joven que llegó a incinerar a su pez betta: “Llegó aquí con un pequeño pescadito de tres centímetros, lo incineramos con el horno abierto porque si no se iba a disolver prácticamente. Son historias muy fuertes que me han tocado ver aquí, pero somos muy respetuosos de cada situación, entendemos a los animales como miembros de las familias y entendemos que hay mucho dolor cuando el animalito muere”, comenta.

Atención especializada

La empresaria dice que el respeto y la calidez definen al Cielo de las Mascotas y asegura que en ningún otro crematorio de mascotas se da el trato personalizado que ellos dan a cada uno de sus clientes.

Algunas veces los clientes piden el servicio en medio de una crisis nerviosa, por lo que deben actuar rápido; una vez que los clientes están en el lugar, es común que se tenga un ambiente de tristeza y melancolía por lo que siempre se debe tener un trato humanitario y empático.

Hace diez años, Carmen decidió administrar este pequeño crematorio en donde sólo se incineran mascotas de cualquier tipo: desde un pequeño pez betta, hasta las razas más grandes de perros, como un Gran Danés o un San Bernardo.

Con el paso del tiempo, Carmen ha notado un cambio de conciencia en las familias queretanas, es decir, que cada vez se tiene un amor más grande hacia las mascotas, al grado de considerarlas un miembro de la familia.

“Yo tengo diez años en este negocio y antes no se tenía esta conciencia sobre los animales, creo que con el tiempo las familias han creado lazos fuertes con sus mascotas y por eso la incineración se ha convertido en una opción viable para muchas personas”, asegura.

En El Cielo de las Mascotas Carmen busca que sus clientes estén presentes durante todo el proceso, pues esto garantiza que sus mascotas sean incineradas una por una y no de una forma colectiva.

Su objetivo es eliminar las malas experiencias que varios de sus clientes han vivido en otros lugares de cremación. Una incineración puede costar desde 400 hasta 2 mil 500 pesos, dependiendo del tamaño y peso del animal, una vez que se tienen las cenizas, estas pueden depositarse en una urna o en una maceta en donde crecerá un bonsai.

La historia de Boss

El pequeño perro salchicha de nombre Boss fue incinerado en el Cielo de las Mascotas. Su dueña confiesa que jamás pensó en incinerar a alguna de sus mascotas, pero cuando llegó el momento, lo tuvo claro.

Boss no podía terminar en un baldío o en el basurero, así que Mónica Soto buscó en internet qué podía hacer con el cadáver de su perro y se decidió por la incineración.

Describe la experiencia de cremar a su mascota como un proceso simbólico que le ayudó a asimilar de una mejor manera la muerte de su perro.

“La muerte de Boss fue muy triste para mí y para mi esposo, siempre hemos amado a nuestras mascotas, actualmente tenemos cuatro perritos, todos rescatados de albergues o de la calle; a Boss lo sacamos de un refugio animal, necesitaba una operación porque tenía un tumor muy grande, nosotros la pagamos y lo trajimos a vivir con nosotros”, declara.

“Jamás pensé cremar a una mascota, lo más común para mí era enterrarlos en el jardín de nuestra casa, pero ahora veo que ya no es tan fácil”.

Mónica reconoce que el hecho de cremar a Boss fue criticado por varios de sus familiares y amigos, pues lo consideraban que era una exageración: “No todos pensamos igual y para nosotros cremar a nuestra mascota fue algo necesario y viable”.

Ahora, las cenizas de Boss, un perro que vivió más de diez años, permanecen resguardadas en una pequeña urna en forma de casita. Es un último acto de amor de Mónica hacia su mascota, que durante muchos años vivió sin hogar. “Incinerar a Boss y guardar sus cenizas en esta pequeña casa fue como decirle: ‘Gracias por todo, amigo, ahora siempre tendrás una casa calientita en donde descansar”, finaliza.

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