Jesús Gabriel dice que está muy ocupado. El menor cursa el tercer año de primaria y luce atento a la tableta que está frente a él. Su madre, Claudia, lo observa mientras Esmeralda, su hermana, está en su recámara, también en clase; ella comienza el tercer grado de secundaria.

Lo más complicado, dice Esmeralda, es que ella y su esposo, se deben de turnar los días para ayudar a sus hijos con las tareas de la escuela; sin embargo, en sus trabajos no pueden pedir muchos permisos para estar al tanto de los menores.

La madre comenta que los gastos en casa han aumentado desde el ciclo escolar pasado, que se concluyó a distancia. En el hogar se consume más energía eléctrica, más agua, más alimentos, más de todo, dice.

Comenta que su hijo toma clases de las ocho de la mañana a la una y media de la tarde, tiempo durante el cual debe de estar al pendiente de que estén atentos a las clases.

“Ha sido muy difícil porque mi esposo y yo estamos solos aquí en Querétaro. Los dos trabajamos, yo me voy a trabajar. Él está hasta mediodía y se va después. El estar con ellos nos quitó a nosotros, amas de casa nuestras labores por estar ahora con ellos. A mí, en particular, se me dificulta más porque apenas [terminé] la secundaria. Apenas siento que puedo ayudarle a él y a mi niña de secundaria. Lo siento muy difícil en el aspecto que tengo que estar ayudándolos”, confiesa.

Los hijos de Claudia acuden a escuelas particulares. El horario les beneficia, pues en un plantel del gobierno no podían pasar por ellos y cumplir con sus jornadas laborales en sus respectivos trabajos.

Esmeralda permanece en su habitación, mientras Jesús Gabriel lo hace cerca del comedor, muy cerca de la puerta de la casa. Para no distraerse, el menor se coloca unos audífonos.

Claudia señala que las colegiaturas no han disminuido, se sigue cobrando lo mismo pues las autoridades del en el plantel educativo argumentan que los maestros siguen trabajando al igual que cuando estaban de manera presencial, aunque las escuelas gasten menos en mantenimiento.

Aunque el espacio en la casa de Claudia es pequeño, luce confortable. Está bien iluminado y a pesar de la cercanía de otras viviendas no se escuchan muchos ruidos del exterior. También sus vecinos, niños, están en clases desde el confinamiento.

El “encierro” ha sido complicado, a tal grado que Jesús Gabriel pedía regresar ya a la escuela, ver a sus amigos, a su maestra, estar en su plantel educativo. Tan sólo salir a la calle, esperar a que no haya nadie en la privada donde vive.

En el caso de su hija Esmeralda, que cursa la secundaria, dice que la dejan sola más tiempo, pero tuvieron que buscar un profesor que le diera clases particulares. El pasado ciclo escolar, subraya Claudia, lo terminaron con mucho esfuerzo, ya que la carga de tareas fue desproporcionada para los alumnos. Su hija le pedía ayuda, pero no podía hacer mucho. De plano, le decía que no podía ayudarla.

Inversión extra

Otra dificultad que enfrentaron Claudia y sus hijos fue la adquisición de dispositivos móviles. Jesús Gabriel requirió de una tablet para tomar clases, lo que representó un gasto extra para la familia, pues con los teléfonos celulares no era suficiente.

Ya tenían una tablet, pero necesitaban una más. Ello aumentó la factura de energía eléctrica. Les pidieron útiles escolares, pero les dijeron que podían ocupar cuadernos con poco uso, del pasado ciclo escolar.

Los maestros, dice, los ve comprometidos con la educación de los alumnos. En el caso de los niños de primaria fue más complicado, pues al ser menores es más complicado controlarlos.

Adaptación

En el aspecto laboral, comenta que al trabajar en una dependencia de gobierno tuvo descansos y sólo acudía una vez a la semana a una guardia, lo que de cierta manera facilitó el acompañamiento de sus hijos.

Conforme fue pasando lo más álgido de la emergencia sanitaria, les hicieron ir tres días a la semana, hasta que hace poco les notificaron que debían de presentarse a laborar de manera normal. Claudia trabaja de las siete y media de la mañana a la una y media de la tarde. Hasta el momento no ha tenido apoyo para reducir su horario de trabajo. Sólo puede pedir días cuando lo solicite.

Para Claudia la preocupación es cómo saldrá su hija de la secundaria para pasar a la preparatoria, pues considera que tomar clases presenciales no es igual que hacerlo en línea.

“Siento que su educación va a estar más limitada que si fueran a la escuela. Ya como lo tenga que enfrentar le va a tocar a ella, como a todos los que van a la escuela. Pero siento que la educación va a estar más limitada porque es apenas lo que les puedan [enseñar] y ellos como lo puedan resolver”, sostiene.

El futuro es incierto para Claudia y sus hijos. Aunque sabe que los maestros hacen su mejor esfuerzo para educar a sus alumnos, las condiciones no son las óptimas, la interacción es reducida y ese acercamiento social está ausente. La generación de sus pequeños vive algo nunca antes visto y las consecuencias se verán posteriormente.

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