Desde hace 13 años Yolanda vive en el Centro Penitenciario Femenil de San José El Alto, en Querétaro. Es una de las 153 mujeres privadas de su libertad, pero eso no le impide seguir con su vida laboral y apoyar económicamente a su hija, con quien espera reunirse el próximo año, cuando pueda salir de prisión.

Desde que ingresó al Centro Penitenciario, la mujer de 33 años de edad aprendió a coser en máquina; comenzó elaborando pequeños trazos y ahora crea, junto con sus compañeras, cientos de peluches de todas las formas y tamaños. Ella se encarga de elaborar el diseño de cada muñeco, según lo que el cliente necesite.

“Yo soy la encargada de sacar los prototipos para que el producto quede como lo quiere el maquilador. Tengo que hacer los moldes, calcular las proporciones de la tela, de la forma, etcétera. Ya que yo tengo el diseño, nos ponemos a trabajar todas para completar el pedido, por ejemplo, en dos meses. Nos pagan cada viernes. Todos los días entramos a los talleres a las 8:30 de la mañana. Es como si estuviéramos afuera y tuviéramos que tomar nuestro camión temprano para llegar a tiempo a trabajar. Se aprende mucho sobre disciplina y a tener responsabilidad.

“Llega un maquilador y hace el pedido de su producto. Por ejemplo, hace poco vino un banco y nos pidió 4 mil piezas en forma de balones de soccer, entonces solicitan eso al área laboral de aquí del centro y el área laboral escoge a las que podemos trabajar con esos productos. Así sacamos las producciones a tiempo y en forma”.

Además de realizar los pedidos para las distintas maquiladoras, Yolanda, al igual que las demás internas del centro penitenciario, pueden vender sus productos de manera individual a través de un esquema de autoempleo.

Aprendizaje. Encuentran trabajo en prisión
Aprendizaje. Encuentran trabajo en prisión

Algunas realizan bordados, otras peluches y algunas otras mujeres crean artículos de bisutería, entre otros productos. Cada una puede vender su trabajo de forma individual, con la ayuda de sus familiares o creando un pequeño bazar cada día de visita, en en el que los asistentes al centro pueden adquirir lo que les plazca. Ellas fijan los precios de sus productos y deciden de qué forma venderlos.

Cuando las mujeres privadas de su libertad reciben un pedido grande para realizar en el taller de costura, pueden ganar hasta 2 mil pesos semanales, y cuando el trabajo es mejor, ganan alrededor de 900 pesos.

Por esto, Yolanda se siente orgullosa de sus nuevas habilidades como costurera, ya que es una excelente forma de apoyar a su familia.

“Trabajar aquí en el centro me ayuda mucho, porque me permite pagar mis cosas personales y ayudar a mi hija y a mi nieta. Las apoyo según mis posibilidades; eso me ha permitido siempre estar presente, ver qué necesitan y apoyarlas. Tenemos nuestro dinero bajo resguardo y podemos disponer de nuestros ahorros cuando queramos”.

“Cuando yo entré aquí como interna, la verdad no sabía hacer nada, pero te hacen una evaluación para ver tus habilidades y te enseñan corte, costura, todo lo que tiene que ver con manualidades y control de calidad; así es como te incorporas a alguno de los talleres; ya depende de nosotras aprovechar estas oportunidades”.

Además, las mujeres en el centro penitenciario también tienen acceso a distintos talleres culturales y de relajación, como es el de yoga y el de danza conchera. Asimismo, Yolanda también asiste a clases y actualmente cursa la preparatoria, ya que cuando ingresó al centro sólo contaba con la educación primaria.

Con todas estas actividades, Yolanda se siente lista para reinsertarse en la sociedad y se dice orgullosa del esfuerzo que ha realizado a lo largo de 13 años. Cada día inicia sus actividades a las cinco de la mañana, se da una ducha, arregla y limpia su dormitorio, desayuna, asiste al pase de lista, camina 30 minutos junto con sus compañeras, y a las 8:30 de la mañana ya se encuentra en el taller en el que diariamente realiza decenas de peluches.

Aprendizaje. Encuentran trabajo en prisión
Aprendizaje. Encuentran trabajo en prisión

Confiesa que al inicio de su condena tenía miedo de cómo sería la vida en prisión. Ahora, 13 años después, el concepto de la vida privada de la libertad es muy distinto, pues durante sus años de condena ha hecho verdaderas amigas y ha conocido a gente valiosa que deposita su confianza en ellas.

“Agradezco mucho a las maquiladoras que nos dan la oportunidad de trabajar. Esto de verdad cambia la vida: te haces responsable, puedes ayudar a tu familia y te preparas para cuando puedas salir de aquí. Yo estoy muy emocionada y tengo muchos planes. Me encantaría, por ejemplo, poner mi propia tienda de peluches para explotar todo lo que he aprendido aquí, y si tengo la oportunidad, seguir trabajando con las personas que nos han dado trabajo desde aquí; ellos nos conocen y han crecido con nosotros”, comenta Yolanda, quien cumple su último año de sentencia en el Centro Penitenciario Femenil.

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