A poco más de mil 300 metros sobre el nivel del mar, entre las montañas de la Sierra Gorda, se ubica la Mohonera de Gudiño, lugar de origen de Elías y Romaldo, dos de los migrantes queretanos desaparecidos en noviembre de 2012.

La carretera que lleva hasta la comunidad —contabilizada por el Coneval con un total de 22 habitantes en 2010— es sinuosa y llena de piedras, que dificultan el paso de los vehículos. Aunque la mayoría de los habitantes suben y bajan las montañas en camionetas tipo taxi que cobran a 35 pesos el viaje; otros, caminan sobre la terracería en espera que alguno de los automóviles les de un “raid”.

María Luz, la madre de Romaldo Ortiz Hernández, vive debajo de una colina. Su casa, hecha de concreto y lámina, tiene dos habitaciones y un patio donde sus hijas cosen e hilan manteles a mano.

El sábado 3 de noviembre, Romaldo se despidió de sus padres y de su esposa Celia. Recogió leña, según lo narra su madre, en uno de los montes y se fue en una camioneta hasta la terminal de autobuses de Jalpan. Iba acompañado de su concuño Elías, originario de la misma comunidad. En la cabecera municipal, se encontraría con otros dos hombres: Juan Carlos y Osvaldo.

“El día que se fue, estaba muy alegre. Nosotros andábamos acarreando leña en el cerro y ahí los levantó un carro. Habían ido a ver a un muchacho de allá arriba, para que los llevará a Jalpan. Nosotros ahí nos quedamos… ¡Quién habría de saber que fue la última vez que lo íbamos a ver!”, recuerda María Luz.

Romaldo es recordado como un hombre obstinado y decidido. “A él todo le gustaba hacer, trabajaba el talache, hacía milpa y desde chiquito era bien bueno para trabajar. No se quedaba quieto, para dónde fuera iba. Era muy trabajador”.

El 3 de noviembre era la tercera vez que Romaldo cruzaba la frontera para el norte. La primera vez que salió de su comunidad tenía poco más de 18 años y duró alrededor de seis en el país vecino.

Celia, la pareja de Romaldo, lo conoció cuando ella vendía nopales en el centro de Jalpan. Acababa de separarse de su primera pareja con quien tuvo tres hijos. El más chico, Hilario, tenía tres meses de edad cuando Romaldo lo registró con sus apellidos.

Las hermanas de Celia (Pueblo y Toñita, parejas de Elías y Juan Carlos respectivamente) decidieron formar otra familia después de la desaparición de los hombres. En cambio, Celia no lo ha hecho. En parte por miedo a que sus suegros le nieguen a su hijo más chico la propiedad de su casa y también porque mantiene la esperanza de volver a ver a Romaldo.

“Aquí lo vamos a esperar”.

La segunda vez que Romaldo se fue a Estados Unidos duró sólo un par de años. Durante este tiempo enviaba dinero a su familia. Una parte se destinaba a Celia, para evitar que trabajará vendiendo nopales y, la otra, para construir una casa en la Mohonera para su familia.

Esa casa, donde ahora vive Celia y sus tres hijos, se ubica a la orilla de uno de los cerros. Tiene tres cuartos hechos de bloques de concreto. Al fondo, en la cocina, se utiliza leña y un tepetate; el cuarto continuo es un comedor amueblado con tres sillas de madera y una mesa de plástico y, por último, la habitación.

“Él quería traer dinero en la bolsa y por allá, les pagan más. Por eso a ellos les gustó, irse por allá. Les fue bien las primeras veces. Hay muchos muchachos de por aquí, de estas casas, que están por Estados Unidos y aunque viven allá, tienen sus casas aquí”, relata la madre de Romaldo, mientras describe las viviendas construidas al lado de la carretera. La mayoría están en obra gris y vacías.

“Él se iba y duraba un tiempo trabajando y luego se venía. Cuando él platicaba de con quienes trabajaba, decía que era pura gente buena, no sé cómo fueron a caer con esos que los agarraron y no los dejaron pasar”, relata su madre.

Les han dicho que acudan a la Fiscalía, pero desconocen los trámites. Uno de sus hermanos, Ramiro, fue el único que lo reportó como desaparecido ante las autoridades. En mayo de 2013, siete meses después de su partida, les tomaron las muestras de ADN; sin embargo, desconocen el avance de la investigación.

María Luz confiesa que una de las madres de los cuatro hombres desaparecidos acudió a ver una bruja, quien les dijo que habían sido secuestrados por un grupo de personas.

Si uno tuviera dinero se iría para allá (EU) para ir a buscarlos, pero como uno está bien pobre, uno no tiene ni con qué moverse. Sólo Dios sabe qué será de él”, dice entre lágrimas.

Don Cayetano, padre de Romaldo, explica que ese 3 de noviembre, Romaldo se fue “medio destanteado”. “Yo no le dije nada, porque su cuñado que estaba al otro lado, ya lo había animado... Yo creo que lo agarraron en el camino hacia el río (Bravo), no sé, pero ya pasó mucho tiempo… Para presentar una denuncia yo no sé cómo le pueda hacer. Es mi hijo y me da tristeza, pero ¿qué hacemos?”

La familia de Romaldo se sostiene de la venta de manteles que hacen a mano las hijas; además, Luz María recibe mensualmente el apoyo de 70 y más que asciende a 500 pesos bimestrales. Días después de la desaparición de Romaldo, Celia, a quien éste le prohibía trabajar, regresó al monte para cortar nopales y venderlos. Sus ingresos se reducen a las ventas y a las becas escolares de sus dos hijos menores que continúan en la escuela.

El más grande, Javier, dejó los estudios al cumplir los 16 años y se fue a trabajar en una obra en la capital. Su hija cursa la secundaria en la única escuela de este nivel, ubicada a media hora de su casa. A ella le gustaría seguir hasta la Universidad, pero el nivel de estudios más alto en La Mohonera es la preparatoria técnica, que también resulta muy cara.

“La otra vez soñé que venían los tres por la carretera. Ellos venían bien mugrosos, bien feos y yo les decía a mis hermanas: ¡Ahí vienen!, ¡ahí vienen!; pero me preguntaban: ¿A poco así lo vas a querer? Yo les decía que le hace que esté mugroso y bien feo. Mientras yo esté bien y aquí estén mis hijos, aquí lo vamos a esperar”, dice Celia.

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