El espectáculo se anuncia con un silbato que hace sonar el payaso que empuja un carrito con sus herramientas de trabajo: tres monociclos, picas, zapatos gigantes y maquillaje.

El escenario es el jardín Guerrero, donde las familias se reúnen expectantes, en espera del show que busca, además de generarse recursos, acercar las artes circenses a los queretanos.

El payaso Piripitache —o Paulo César del Puente— dice que pertenecen a la Asociación Civil Arte, Payasos y Cultura, conformada hace dos años y de la que son miembros la mayoría de los payasos que trabajan en las plazas públicas de Querétaro en vacaciones.

“Lo que nosotros hacemos en las plazas públicas es compartir un poco de lo que sabemos hacer, que es el arte popular callejero o el arte urbano.

En este caso, el payaso. Trabajo con mi familia, mi hijo (Piripitache junior), y mis hijos adoptivos (dos jóvenes payasos más), Mane llaverito y Kikín Gusanito”, apunta.

Explica que ha cambiado la concepción del payaso en las plazas públicas, siguen tratando de quitar el estigma que se creó sobre estos personajes, pues se tiene la idea de que los payasos callejeros son groseros, pues usan muchas palabras obscenas.

“Se ha tratado de cambiar un poco y retomar rutinas clásicas. Por ejemplo, un saludo, una maleta, unos perfumes, una tranca son rutinas que se han manejado durante muchos años en este ámbito. Tratamos de que sea familiar, multidisciplinario. Mi hijo, Pablo Rafael del Puente, trabaja en monociclos, normal y jirafa. Se trabajan malabares, acrobacia, pulsadas, trabajan en zancos. Tenemos parte de actos circenses, que les llamamos actos multidisciplinarios”, explica.

Primera llamada, primera.

La música sale de un reproductor colocado en el carrito que minutos antes empujaba Piripitache. Mientras, Mane Llaverito y Kikín Gusanito “calientan” con las picas, ante la mirada de los paseantes que en ese momento acuden al jardín Guerrero, convertido por unos minutos en una pista circense.

Los niños son los más entusiasmados con el show que es anunciado con “la primera llamada”. Muchos toman sus lugares en las bancas que rodean al jardín. Otros se sientan en las jardineras. Unos más toman como palco la fuente del jardín.

La gente se detiene al ver la vestimenta de los payasos y escuchar música. Voltean a ver con curiosidad, algunos toman fotografías o se detienen a esperar el inicio del espectáculo.

“En estas vacaciones nos permitieron bajar nuestros instrumentos de malabares. Voy a traer una portería que mide seis metros para que se hagan actos de acrobacia aérea, (a cargo de su hija, que es aerolista). Tratamos de traer diversidad, nosotros manejamos divertimento al pueblo. Si propiamente el gobierno no nos contrata, nos ha dado la tolerancia para poder laborar, siempre y cuando sigamos unos lineamientos”, asevera.

Cuenta que deben de respetar ciertos horarios y lugares, como el jardín Guerrero, que a partir del viernes será escenario de un festival, entonces sabe que trabajarán cierto tiempo y luego tendrán que retirarse.

Con más de tres décadas dedicado al espectáculo como payaso, dice que en aquel tiempo no había lugares dónde aprender este arte, no había quién guiara los pasos de quienes se querían dedicar a este oficio. Todo era práctica, además de asistir a congresos y reuniones nacionales e internacionales.

“Nos hemos tratado de capacitar en estos eventos. Acaba de llevarse a cabo un encuentro en Guadalajara (Jalisco), donde tuvimos oportunidad de participar como grupo: Los Chiquicuates, conformado por mi hija, mi hijo, mi esposa y yo. En esta ocasión nos trajimos el primer lugar en actuación grupal, con un número que hacemos los domingos cuando cierran la calle de Corregidora, que se llama La muñeca: Sacamos una muñeca de trapo de una caja que se dobla, que hace movimientos de contorsión y al final le quitamos el traje y es mi hija. También hacemos algo de pulsadas. Fuimos favorecidos y trajimos un primer lugar ”, comenta.

Apoyo escaso.

Precisa que acudir a este tipo de eventos lo hacen con sus propios recursos, aunque ahora con la asociación ya pueden dialogar con las autoridades capitalinas. Incluso, agrega, hace poco tuvieron una reunión con el presidente municipal, Marcos Aguilar Vega, y acordaron mesas de trabajo. Comenta que un punto importante que se revisó es el de apoyar a los jóvenes que aspiran a ser payasos.

La tarde es fresca, es aprovechada por turistas y familias. Nubes cubren una parte del cielo, pero no impide que la gente poco a poco se congregue alrededor del grupo de payasos.

Piripitache dice que en Querétaro no hay una escuela de payasos, por lo que le gustaría concretar una, pues la única que existe es privada y se encuentra en Puebla; es la única de América Latina. Ahí se estudia la carrera de Artes escénicas y circenses.

Dice que hace falta muchos apoyos a la cultura, al arte urbano y al arte circense, al tiempo que comenta que la ley hecha hace algunos años, donde se prohibió el uso de animales en los circos, terminó con una tradición, pues aunque se dijo en ese entonces que habría más apertura para los artistas circenses, no se puede competir con el atractivo que representaban los animales para los espectadores.

Recuerda que desde niño estuvo cercano al circo, pues en su infancia acudía a trabajar vendiendo dulces durante las funciones, por lo que se daba cuenta de lo que le gustaba al público eran los animales.

Agrega que los apoyos para los cirqueros en el estado son pocos “y los que hay se deben de buscar haciendo manita de puerco a varias personas para que nos hagan caso”.

Precisa que el futuro de los payasos son los jóvenes, que practican sus rutinas, que les llaman la atención. “El futuro es prometedor. Sigue la tradición del payaso mexicano, a la par del clown europeo”, puntualiza.

Considera que la respuesta de la gente es positiva en las plazas públicas del estado. Como muestra, un niño de unos seis años que se acerca a Piripitache le pregunta a qué hora inicia el show. El payaso responde a su pequeño fan: El espectáculo arranca.

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