Joaquín Mendoza acepta que su vida emocional siempre fue caótica desde la niñez, lo que marcó su desarrollo y lo orilló a refugiarse en el alcohol, pero ahora, a sus 44 años, salió de su enfermedad, y es la prueba de que con ayuda, fuerza de voluntad y entereza se puede salir adelante, sólo por hoy. Actualmente quiere compartir su historia para ayudar a otras personas que pasan por la misma situación.

Hombre de mediana estatura, de trato cortés y educado, Joaquín explica que en su infancia tuvo un episodio de abandono por parte de sus padres, lo que lo marcó mucho; quizá, dice, esto no fue detectado a tiempo y fue creciendo con ello.

“Comienzo como muchos jóvenes: a beber de manera social por sentirme parte de un grupo de amigos. Me casé muy joven... tengo un hijo de 27 años, todo iba bien... duré 10 años casado. Luego me divorcio y eso fue un detonante emocionalmente porque me fui hundiendo, me fui cayendo en la depresión y empecé a tomar más todos los días. La gente sólo dice ‘este anda triste, anda deprimido, le pegó el divorcio’, pero así fui viviendo”, narra.

A pesar de beber diario, Joaquín cumplía con su trabajo, es empleado del gobierno, pero con su consumo de alcohol comienza una enfermedad lenta, progresiva y mortal que merma físicamente. Empezó a estar mal hace tres años.

Todo tiene un límite”.

Mi depresión estaba más fuerte, sin darte cuenta ya la familia no sabe qué hacer. Lo que nunca había hecho... de empezar a faltar a mi trabajo, pedir permisos, vacaciones adelantadas, se me apoyó mucho, pero todo tiene un límite. Fue cuando mi familia me interna la primera vez. No quería dejar de beber. Pensaba que después de unos meses internado sales con la idea de que te tomas una o dos copas, pero no es cierto, tomas una y vuelves a caer en lo mismo”, abunda.

Cuenta que se reintegró a sus actividades productivas, pero volvió a recaer en la bebida, por lo que lo ingresan a otro anexo con mejores condiciones de respeto, aunque sigue con la idea de seguir tomando.

Al ser un anexo de puertas abiertas sale y vuelve a caer; esta vez de manera más fuerte conforme pasa el tiempo. La última fue muy grave: dejó de asistir a su trabajo, de cumplir con sus responsabilidades, empezó a abandonarse.

“Sentía una tristeza tremenda. Tuve un episodio de suicidio, pero ni con ese tuve para decir ‘ya basta’. Me recuperé y continué, pero ya esta última vez empecé a vagar porque me quitaron el dinero. La familia pensó que quitándome el dinero ya no iba a beber. En ese periodo empecé a ver a sicólogos —algunos institucionales, algunos privados—, siquiatras que me dieron un tratamiento, pero no sentí ninguna diferencia. Empiezo a estar muy mal, a pedir dinero afuera de una vinatería. No comía... la última vez duré casi un mes sin comer, puro alcohol”, comenta.

En ese periodo, recuerda, su cuerpo estaba hinchado, no se bañaba, no tenía ganas de vivir. Su familia, desesperada, lo vuelve a anexar. Ahí conoció a Elydia Barbosa, del Patronato Psicológico Queretano. Aunque al principio no quería ayuda, comenzó a recibir terapia, pero no sólo él, también la familia, pues su apoyo es esencial. Sin embargo, en el anexo pensaba aún en salir a beber.

“Pero pasó algo. No sé... en este caso, un ser superior, como la manejamos —en este caso es Jesucristo, es Dios—, hizo parte del milagro. Elydia siguió haciendo las pruebas, las ve el siquiatra y va cambiando mi mentalidad”, apunta.

Fin de una etapa.

Ese fue el punto de quiebre, dice. Empezó a ver cambios en su vida, en su forma de pensar, con las terapias. Recibe libros, videos y va cambiando todo en su vida. Sus emociones siguen ahí, pero aprende a controlarlas.

La gente, cuenta Joaquín, ve normal que se acostumbre a beber los fines de semana, en fiestas, en reuniones, pero cuando es en exceso se señala al enfermo, se le califica de ser un vicioso, un irresponsable, pero pocos se dan cuenta de que es una enfermedad emocional, espiritual, física. Creas una dependencia física, química, que tu cuerpo pide.

“Yo le diría a la gente que se atreviera a conocer, porque ni yo mismo sabía qué era lo que me pasaba. También pensaba que lo dejaría cuando quisiera. A mí me decían que era cuestión de voluntad y de querer, pero en mi mente todavía no lo entendía hasta que entro a los anexos y te van explicando que estás enfermo, que es una enfermedad emocional, que es sólo la punta del iceberg”, explica.

Tras un duro proceso entendió que eran cuestiones familiares y emocionales que lo afectaban, pero hasta que se acerca a la ayuda profesional es cuando comprendió y se dio cuenta de su proceso de alcoholismo, porque mucha gente no tiene problemas cuando bebe, pero algunos evolucionan a otros estadíos sin darse cuenta, pasando a ser un bebedor problema.

“Ahora estoy contento porque sé qué tengo, puedo comprender un poco más de mi enfermedad. Me he podido conocer un poco más sin alcohol. Duré muchos años bebiendo diario y no eres tú... estás intoxicado. Ahora me doy cuenta de lo que siento, de lo que pienso sin estar intoxicado”, precisa.

Sobre su experiencia en anexos, dice que vio a gente muy mal, él incluso llegó en mal estado a uno: le dijeron que cinco días más bebiendo y hubiera muerto. Ahora lo comprende mejor, ya con la ayuda profesional adecuada sabe qué tiene y cómo lidiar con su depresión orgánica severa, el trastorno de ansiedad, pero gracias a la ayuda sus emociones se mantiene a raya.

Joaquín vive ahora un día a la vez. “Sólo por hoy no voy a beber. Sólo por hoy quiero hacer algo bueno de mi vida. Tengo planes, quiero estudiar sicología, quiero compartir esto con la gente que más pueda, que se acerque con la gente que la pueda ayudar. Me veo estudiando, regresando en unos días a mi trabajo. Tener la oportunidad de dar mi testimonio de vida”.

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