Al consultorio número uno del IMSS en Querétaro, al área de Estomatología, llega César, un pequeño de ocho años a quien le acaban de realizar su primera limpieza dental. Ya terminó el proceso, pero hace falta una última revisión de la doctora Eréndira, dentista desde hace 32 años.

César entra temeroso al consultorio, pero con paso firme. No quiere que su hermanita Merari, de apenas cinco años, quien lo espera en el umbral de la puerta, vea que el hermano mayor le teme a los dentistas.

Una estrellita metálica de color azul brilla en su frente, señal de buena conducta durante la limpieza. “Ven, hijo, acuéstate aquí, ya no voy a hacerte nada, sólo te reviso tus dientes”, le dice la doctora Eréndira Álvarez Salazar.

Nota que los dientes del niño están ligeramente separados, pero en general la boca del pequeño está sana.

—Veo que tienes estrellita. ¿Te portaste bien con la otra doctora? ¿No te dió miedo? ¿Te gusta lavarte los dientes? —pregunta Eréndira, pero el pequeño no responde, está concentrado en el enorme foco que tiene frente a su cara y en no moverse demasiado, quizá por temor a recibir algún pinchazo.

Sin embargo, la doctora sólo tiene un pequeño espejo que pasea entre colmillos y molares para asegurarse de que todo está en orden.

—¿Le dijeron que la limpieza es cada seis meses? —le pregunta la dentista a la mamá de César y Merari, quien responde que sí.

—Qué bueno que trae a los niños a limpieza, muchos creen que no lo necesitan porque sus dientes son de leche y se les van a caer, pero es necesario —comenta Eréndira mientras apaga el foco de revisión y endereza el sillón donde el niño permaneció menos de cinco minutos.

Eréndira Álvarez es dentista desde hace 32 años en el Instituto Mexicano del Seguro Social (IMSS). Es originaria de Michoacán, pero vive en Querétaro desde los 20 años, cuando había terminado sus estudios y se enfrentaba a los pacientes que no creían que fuera esa jovencita la encargada de sacarle las muelas.

“Los pacientes me veían y me preguntaban que cuándo llegaría el dentista, no creían que fuera yo quien los iba a atender”, cuenta la doctora en medio de risas.

Eréndira creció en una pequeña comunidad llamada Santa María de Guido, donde lo normal era que las mujeres no estudiaran para que se fueran junto con sus esposos a Estados Unidos. “Pero mis papás siempre nos motivaron a estudiar, mi papá es obrero y mi mamá es maestra de profesión, pero nunca ejerció porque prefirió cuidarnos. Soy la tercera hija de siete hermanos”, comenta.

Recién graduada de la universidad, Eréndira hizo su Servicio Social en Querétaro, donde también fue suplente de otros médicos por más de 10 años. Eso la obligó a trabajar en cada una de las 15 clínicas del IMSS en el estado.

Los primeros años como dentista, la encasillaron en atender sólo a niños y mujeres embarazadas. No le permitían operar ni hacer extracciones, hasta que un día manifestó, junto con sus demás compañeras, que también estaban capacitadas para realizar acciones más complejas. Consiguieron que el área de Odontología Preventiva, donde estaba en ese entonces, se equipara para realizar cualquier tipo de trabajo correspondiente a su profesión.

Pero con el cambio vinieron los primeros desafíos. Eréndira aprendió a tomar decisiones por sí misma, como cuando alguna situación se complicaba. ¿Cómo dejar al paciente solo, con la boca abierta, mientras yo corría y atravesaba el hospital para pedir ayuda?”, se preguntaba la doctora en aquellos primeros años.

“En mi primer consultorio había un cuarto más pequeño, una especie de pequeña bodega que no usábamos. A veces yo entraba ahí antes de operar para pensar y tomar una decisión. Necesitaba un espacio para darme valor, porque estaba sola; si no tendría que salir, correr y pedir ayuda, por eso sola tenía que decidir, afortunadamente nunca tuve una situación de gravedad”.

La doctora cuenta con orgullo que 32 años de profesión le han enseñado a tomar decisiones con calma y serenidad. “Porque a pesar de tanto tiempo todavía me pongo nerviosa”.

Comenta que ni los libros ni la escuela les enseñan a los dentistas a tranquilizar a pacientes nerviosos o cómo resolver lesiones porque un niño se movió inesperadamente.

“Tenemos que guardar la calma, porque también nos ponemos nerviosos y nos estresamos, pero el paciente no tiene que saberlo, debemos manifestarle tranquilidad. En la escuela no te enseñan a controlar al paciente, a convencerlo. Hay pacientes que son muy nerviosos y prefieren que no les expliquemos el procedimiento con detalles, pero hay pacientes muy conscientes con los que podemos hablar detenidamente de cómo será la situación”, dice.

“Debemos estar siempre atentos a su cara, interpretar si está tranquilo o nervioso; tratamos siempre de que no sienta dolor, para ganarnos su confianza. Aunque hay situaciones en las que el paciente no coopera, sobre todo los niños, que se mueven o no quieren abrir la boca. Cuando eso pasa detenemos el proceso, no podemos obligar a nadie, sería peligroso”.

Aunque las satisfacciones se encuentran cada día reflejadas en pacientes a quienes libran de un dolor de muela que, según Eréndira, es de lo peor que puede sufrir el cuerpo humano, es imposible que no se compliquen algunas situaciones. “No somos perfectos, pero en esto de la medicina tenemos que ser casi perfectos, porque intervenimos el cuerpo de otra persona”, señala la dentista.

En una ocasión, la radiografía de un hombre de 28 años mostraba que sólo se necesitaba una extracción de la muela del juicio. Una operación aparentemente sencilla.

Durante la extracción, una pequeña punta del instrumento que usaba Eréndira se desprendió y terminó en los senos paranasales del paciente. “Intenté sacarla pero sólo la hundía más, hasta que llegué al punto en que ya no pude verla; me angustió mucho y fui sincera con el paciente, le dije que debía seguir observando para evitar que ese pequeño ápice ocasionara un mal mayor”, cuenta la dentista.

Algunos días después, aquella pequeña punta de metal fue expulsada de manera natural. La doctora Eréndira se sintió aliviada.

“Son gajes del oficio, pero por eso siempre tratamos de hacerlo lo mejor que podemos, tenemos mucha responsabilidad”, dice.

Eréndira Álvarez considera que la figura del dentista sigue siendo estigmatizada por la sociedad, pues siendo una labor tan importante todavía está rodeada de tabúes fundados muchas veces en experiencias que no son ciertas.

Niños y adultos le siguen temiendo a los dentistas, pero en general todos salen contentos después de ser atendidos, señala.

“Algunos pacientes me dicen que les da más miedo ir al dentista que prepararse para la labor de parto. Creo que es porque un dentista te inmoviliza la boca, no te permite gritar ni hablar, porque ahí en la boca realizan su trabajo.

“En lo personal, me enorgullece decir que en más de 30 años nunca he llegado tarde ni jamás me he ido temprano de mi trabajo. Me encanta ser dentista, siempre hago lo mejor que puedo y siempre me voy con la moral en alto”, afirma Eréndira Álvarez Salazar.

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