El origami es un arte que muchos reconocen pero no todos aprecian. Ernesto Antonio López es un creador de figuras que pocos comercializan y que genera gran curiosidad y asombro en los niños.

Desde hace 10 años retomó esta práctica, que ha enseñado a otras generaciones, a través de casas de cultura y talleres individuales. Sus piezas pueden adquirirse en el Centro de Desarrollo Artesanal Indígena (CDAI), que se ubica en la capital queretana.

En un pasaje de su vida, de cual prefiere omitir detalles, Ernesto aprendió la técnica del origami. Fue en el Centro de Reinserción Social (Cereso), por allá de 1991, cuando encontró en el papel una forma de expresarse y de relacionarse con otras personas.

“Conocí el origami en lugares muy restringidos, se les llama así a los centros de readaptación, tanto juveniles como para adultos, los Ceresos. Lo rescaté, me gustó, me enamoré de este arte, porque es un arte, y lo saqué al mundo, pues estaba en estos lugares, está exclusivamente para esta gente”.

“Yo lo conocí en 1991, lo practiqué durante muchos años y lo saqué a relucir en 2007, son ya 10 años que lo practico como mi forma de vida, estoy la mitad de la semana en el CDAI y otra parte la dedico para dar clases”.

El origami no sólo es doblar papel, se trata de generar piezas nuevas, diferentes, así lo ve Ernesto y así trata de transmitirlo a sus alumnos. En casas de cultura y en el CDAI, el hombre, que supera los 50 años de edad, enseña una de sus pasiones.

“Es una actividad que nos sirve tanto para niños como adultos y adultos mayores y es con fines terapéuticos para todos; para aquellos que tienen la habilidad, pues ayudarles a que la desarrollen. Otros conocen la pintura, fotografía, pero en una actividad propia para todos. Es sobre todo manual, mucha gente no la acepta como arte, pero todo lo que hagas con tus manitas es arte, porque nadie va hacer lo mismo que , ni le va a quedar igual que a ti”.

Durante muchos años tuvo un espacio en el Centro Cultura Manuel Gómez Morín, en donde impartía clases; sin embargo, en una redistribución de espacios y horarios lo relegaron, al grado de que muy pocos acudían al taller.

Aunque el origami es una técnica japonesa, se trata de mostrar a otros el arte que generan los ciudadanos queretanos, como el caso de Ernesto.

“Siempre he dado cursos por cuenta propia, porque al gobierno no le interesa, no le interesa invertir en algo que es útil para todas las personas, solamente quiere llevar como alegría a medias, no sabe que esto, una vez terminado, produce una gran alegría”.

Los lunes, de 5:00 a 7:00 de la tarde, imparte clases en la Casa de Cultura Ignacio Mena; los miércoles en la Casa de Cultura de Candiales, de 6:00 a 8:00 de la tarde, y los sábados de 1:00 a 3:00 de la tarde en el CDAI.

Además, de miércoles a domingo, de 10 de la mañana a las 6 de la tarde, está en el Centro de Desarrollo Artesanal Indígena, en donde expone y vende su mercancía.

Afirma que es un arte que, como otras actividades, es necesaria para fomentar buenos hábitos, como terapia de relajación y para alejar a los jóvenes de las drogas y la delincuencia.

El hombre vende flores desde 20 pesos hasta las que rebasan los 100 pesos; figuras que superan los 200 pesos, y otras que llevan tantos detalles en el papel que se sienten tan resistentes como la madera.

Algunas figuras requieren más de mil 400 pequeñas piezas en 3D, que es una técnica base del origami, dice.

El costo depende de su apreciación, para Ernesto muy pocas personas entienden el trabajo que se requiere: “Tenemos flores de 20 pesos y hay personas que dicen: Pero si sólo es papel. Pero el papel no es eso lo que cobramos sino el tiempo, la creatividad”.

En algunas se aprecian pequeños ensambles que, evidentemente, requieren de concentración, experiencia y muchas horas invertidas.

“Por ejemplo, un alhajero tiene diseño, color, letras, le invertí más de tres semanas. Hay una pieza clave que trabajamos en el origami que es 3D y esa las hacemos más de mil 400 veces para tener el alhajero, en un florero son más de mil 100, entonces son actividades que sí requieren tiempo y diseño y eso es lo valioso. Los niños son los que más admiran, los jóvenes dicen: Qué bonito. Y el adulto: Ay se ve bien. Porque quienes lo compran son los niños y los jóvenes, sobre todo, con arreglos, alguna flor y los adultos lo quieren más para rellenar y no para valorar el tiempo, el diseño, la creación”, refiere.

Doblar una, dos, tres veces hasta dejar inservible el papel; comenzar con una pieza nueva, deshacerla y volverla a armar; horas, días, concentración y muchos paquetes de colores son necesarios para generar las figuras.

“Hay piezas que hago y deshago muchas veces hasta que sale y así tiene que ser, es en lo que se va mi día, pero me gusta mucho, es una gran satisfacción cuando ves lo que lograste, y eso es lo que me gusta que sienta la gente”.

Esta actividad es la base de su economía y su gran meta es que otros gusten tanto como él de lo que hace: “Llegué a un punto en donde dije: ¿Ahora qué hago?. Me concentré en esto y, sin temor a equivocarme, es lo mejor que pude hacer, es algo extraordinario; para mí es como un gran éxito en la vida, el que un niño, joven, adulto diga: Ya terminé, me gustó lo que creé”.

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