La mayoría de los abuelos que viven en el asilo San Sebastián pasarán el Día del Padre sin saber de sus hijos. Muchos fueron abandonados ahí desde hace varios años, otros fueron llevados con engaños, están conscientes de que el lugar es un asilo y de que su familia los dejó ahí contra su voluntad; algunos —quizá los más afortunados— tienen demencia, no logran distinguir entre un día y el otro, ya olvidaron que antes del asilo tuvieron una familia y unos hijos a quienes cuidaron y protegieron.

Una excepción en el asilo es Pedro Humberto Gay Hernández, vive desde hace un año en este lugar, pero es visitado frecuentemente por sus hijos y nietos.

Pedro es originario de Chihuahua, vivió varios años en Baja California donde conoció a su ex esposa y formó su familia. Después de su separación, construyó su casa en Querétaro, sobre un terreno que es propiedad de la que en ese momento era su nueva pareja, desgraciadamente esa relación se rompió y Pedro perdió su casa recién construida. Se quedó sin un lugar dónde vivir. Acordó junto con su hija Blanca que lo mejor sería acudir al asilo, porque ella no podía cuidarlo.

“Me divorcié de mi primera esposa y después tuve una relación con una dama aquí en Querétaro, como yo ya estaba en etapa de jubilación, conseguí un préstamo para construir una casa, me quedó muy bonita, pero la construí en un terreno propiedad de ella, después nos separamos y se quedó la casa, por eso me vine al asilo, perdí mi casa, no tengo donde vivir, mis hijos están casados y no tienen espacio para que viva con ellos”

“Mi hija y yo platicamos, ella trabaja en un call center, por su horario no me puede cuidar y entonces vimos este lugar. Al principio me resistía, pero después que llegué y conocí, empecé a sentirme a gusto por el trato de las enfermeras que son muy agradables, cada determinado tiempo vienen varios grupos a hacer su labor social”.

Pedro Humberto confiesa que durante sus primeros días en el asilo se sintió incómodo, extraño y melancólico, ahora encontró la paz y la comodidad; hizo amigos y recibe un trato amable del personal.

“Estoy muy a gusto, cuando recién llegué, tardé tiempo en adaptarme, pero ahora convivo muy bien, me llevo bien con todos y me gusta el sistema del asilo”.

Pedro tuvo seis hijos, algunos de ellos viven en Baja California, otros en San Diego y su hija Blanca vive en Querétaro, ella lo visita cada domingo, el resto de sus hijos y nietos le llaman por teléfono cada semana e incluso se organizan para pasar juntos fechas importantes como Navidad o Año Nuevo.

Se siente afortunado de contar con el afecto de su familia a pesar de no vivir con ellos. Ha visto muy de cerca las historias de sus compañeros y ha comprobado que sus familiares los llevan ahí con engaños y después desaparecen.

“Todos los domingos viene mi hija, salimos a comer o a desayunar dependiendo del horario en que venga. Yo tuve seis hijos, tres hombres y tres mujeres. El año pasado vino una de mis hijas que vive en San Diego California, vino con sus hijos y sus nietos, aquí estuvieron 15 días en Querétaro y salíamos todos los días a comer, a San Miguel de Allende. Estoy en contacto con mis hijos, todos los días me hablan, no me siento tan solo porque están en contacto conmigo, eso le llena a uno el espíritu”.

“Sí me he dado cuenta que hay abuelas y abuelos que sus hijos vienen y los dejan y ya no los vuelven a ver. Hay abuelos que nunca tienen visitas, siempre están solos. Una señora se llamaba Toña, era de San Miguel de Allende y la trajeron con engaños, le dijeron que viniera a conocer y aquí la dejaron, ya no tuvieron contacto con ella y siempre se quería escapar, era muy triste. Tuvieron que llamarle a una de sus hijas que vive en la Ciudad de México para que se la llevara”.

Sentado en una mesa de jardín, Pedro piensa en su propio padre, Joseph Hersey Gay, americano. Siempre lo recuerda como el proveedor de la familia, llegando a casa con los brazos llenos de despensa y comida. “Siempre fue muy responsable”, dice.

Pedro tiene una rutina diaria en el asilo, a las 7:30 horas de la mañana se levantan, desayunan a las 9:00 horas, después un refrigerio a las 11:00 horas, comida a las 14:00 horas, un refrigerio más las 16:00 horas y finalmente la cena a las 19:00 horas.

Cada día es igual al anterior, pero en esta temporada del mundial se desata una lucha por la televisión en el asilo, entre las abuelas que quieren ver el canal del cine mexicano y los abuelos que no quieren perderse ningún partido.

Los abuelos discuten en voz baja a qué hora es el partido, en qué canal y cómo deben acomodar las antenas de la televisión para verlo sin problemas. Tendrán que organizarse para llegar primero a la TV, de lo contrario habrán perdido la oportunidad.

Pedro y otros abuelos del asilo aprovechan la visita de un grupo de estudiantes con los que las abuelas están entretenidas; esa distracción les permite tener el control de la TV, literalmente. Se acomodan en sus sillones frente suben en volumen lo más que pueden y ya son dueños de la tarde.

“Las abuelas nos ganan porque son mayoría, nomás somos como siete abuelos en esta temporada de futbol hablamos con ellas y las convencemos de que nos dejen ver el partido, es una bronca porque no les gusta, les explicamos que es el mundial y que va a jugar México y ya agarran la onda”, dice.

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