Todas las mañanas llega Don José González a “apartar lugar” con su carreta sobre la calle Hidalgo, ubicada en El Pueblito, en el municipio de Corregidora. El cargamento va jalado por la Chabela, una mula con la que lleva trabajando cerca de 30 años, pero por el momento no está a la vista, ya que la ata dentro de los campos para que paste mientras él realiza su labor de cada día.

Dentro de la oferta culinaria para las amas de casa que ya son sus clientas, llama la atención el colorido vivo de los manojitos de flor de calabaza, así como los elotes que poco a poco van saliendo de los costales. Con toda la sapiencia que da la experiencia, Don José toca el elote y reconoce al tacto cuáles tienen huitlacoche, “se sienten esponjositos”, dice y lo abre para mostrar el tesoro que viene con la mazorca.

Los amarres de flor de calabaza se venden en 15 pesos y el elote en 6 la pieza, y el trabajador de la tierra calcula que diariamente vende cerca de un centenar de elotes, mientras que hoy logró armar doce tantos de flor. Aclara que la flor sí es cosecha de él y de su tierra, pero los elotes son de alguien a quien le ayuda a distribuir.

A lo largo de su vida ha cosechado hortaliza de diferentes tipos; “cilantro, zanahoria y hasta rábanos llegaba a sembrar, pero ahorita ya se acabaron los terrenos de sembradío, ya todas son casas”, dice señalando las construcciones que rodean El Pueblito, así mismo asegura que tiene calabazas, pero de un tamaño enorme que serán utilizadas para las festividades de Día de Muertos como calaveras, a las que se les hacen agujeros a modo de nariz y ojos, para luego colocarles una vela al centro.

Empecé a trabajar desde los 10 años que me trajo mi papá, primero se sembraba con la yunta, que era de caballos o de mulas. Comenzábamos a barretear y preparar el terreno para cultivarlo y componerlo de vuelta, para esperar la temporada de aguas y sembrarlo”, recuerda, y dice que en algún tiempo contó con hasta siete trabajadores que lo ayudaban en la cosecha y preparación de la tierra.

Ahora ya trabaja solo y dice que a veces le ayuda alguno de sus hijos porque ya es viudo y sólo le quedan ocho, “dos ya se quebraron”, confiesa y recuerda la época en la que no sólo había la opción de esperar la temporada de lluvias.

“Ya se acabó el agua, porque antes regábamos con la presa de El Batan, de ahí llegaba el agua por todo el pueblo, a través de los canales que venía repartiendo y distribuyendo, llegaba hasta ahí donde está esa quelitera en donde se ven todas esas casas, allá se sembraba”, recuerda y señala nuevamente hacia la ahora zona urbana.

El proceso de siembra y cosecha es algo que actualmente practica de manera más limitada, pero aún recuerda fechas y datos de los días de abundancia. “Comprábamos la semilla y sembrábamos los melones el 9 de febrero, y ya a finales del mes de mayo estaba ahí la producción. Hacíamos la guía para la mata porque hay que hacer un camino separado de la planta para no maltratarla al cosechar”, describe.

Finalmente, Don José aclara que su terreno es pequeño porque cedió una parte para que sus hijos pudieran construir, él vive en otra calle dentro de El Pueblito y todos los días madruga para arribar entre las 7 y 7:15 de la mañana para tener un espacio, ya que por las escuelas, no siempre es fácil tener un lugar junto a la banqueta. “Me voy como a las 4 de la tarde o hasta terminar la venta, ya si no, otro día será”, vacila.

cetn

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