Faltan algunos minutos para las seis de la mañana, cuando filas de vehículos se apresuran a cruzar el puente internacional Juárez Lincoln, ubicado en esta ciudad como parte de la novena edición de la Caravana del Migrante. La mayoría son camionetas con placas de Texas, Illinois, Michigan o Florida, cargadas con todo tipo de artículos: ropa, cuatrimotos, juguetes, e inclusive, un refrigerador se vislumbra en uno de los vehículos que participan en esta caravana que cada diciembre acompaña a los migrantes en su regreso a México.

Este año se contabilizaron más de mil 50 vehículos y un estimado de cinco mil personas, cifra que duplicó a los 550 vehículos registrados en 2016. Este aumento en el flujo vehicular, apresura la salida de la Caravana, la cual dio su banderazo alrededor de las cinco de la mañana. A diferencia de los años anteriores, el banderazo se da en esta urbe texana, y no en territorio mexicano.

El discurso inaugural es breve y lo encabeza Francisco Rocha Mier, uno de los fundadores de la Caravana creada en 2010 para evitar las situaciones de extorsión y proteger a los connacionales en su regreso a México. Le sigue en el uso de la voz, Luis Bernardo Nava, jefe de la Oficina de la Gubernatura de Querétaro, quien señala que las autoridades tienen una deuda histórica con los migrantes, quienes dijo, arriesgan su vida y su situación jurídica por trabajar en el país vecino.

En la caravana que concluirá en Jalpan se registraron entre 350 y 380 vehículos queretanos.

Regresan migrantes con sus familias.

Entre las filas del estacionamiento, se vislumbran dos camionetas provenientes de Michigan y que pertenecen a la familia de Braulio Monrroy, el migrante que EL UNIVERSAL Querétaro ha acompañado desde el domingo pasado cuando inició su recorrido desde aquel estado norteamericano cercano a Canadá.

A las seis de la mañana estamos a bordo de la camioneta de Braulio y su familia, con dirección a Jalpan. Faltan 870 kilómetros de camino.

En la línea fronteriza de Laredo, Estados Unidos y México están divididos por un puente. De un lado, hay agentes de migración mexicanos y del otro, estadounidenses.

Después de cruzarlo, la realidad mexicana le da la bienvenida a las más de mil camionetas provenientes de diversos lugares de Estados Unidos.

La Gran Central Avenue se sustituye por la calle de Piedras Negras y la sensación de seguridad se modifica. El camino de regreso para los Monrroy inicia una vez que el sol empieza a levantarse. Se harán pocas paradas con la intención de llegar a Jalpan lo más temprano posible.

Gritos, aplausos y música.

Las dos camionetas atraviesan el estado de Tamaulipas, hasta llegar a San Luis Potosí. No hay mayores inconvenientes, más que un choque en el entronque de Zacatecas y Matehuala. Después de siete horas de camino inician las tradicionales bienvenidas para los paisanos en San Luis Potosí. Ciudad Fernández los recibe con gritos, aplausos, una banda de música y una bolsa de mandarinas.

Monrroy dice que es la primera vez que en este municipio se da tal recibimiento, ya tradicional en Río Verde, ubicado a kilómetros de distancia. En este municipio de San Luis Potosí vuelven los aplausos, la banda de música y una multitud al lado de la carretera.

Todos gritan felices: “!Bienvenidos, bienvenidos!”; otros piden: “un dólar, un dólar” y esperan que un billete verde se deslice de las camionetas hasta sus bolsillos.

Una de las tradiciones para las familias de los migrantes que viajan de regreso es celebrar con la gente que los espera y regalar dulces.

Una vez que entramos a la localidad de San Ciro, la camioneta atraviesa la carretera, mientras a los lados, los niños y adultos esperan a que lleguen dulces. Los Monrroy los avientan desde la camioneta. Sonrisas, gritos y niños que corren para recoger los dulces. Hay pancartas con leyendas de “Bienvenidos paisanos” y en este municipio, los habitantes ofrecen tamales, buñuelos, elotes, ponches y atole a los connacionales.

Lo mismo sucede al llegar a la cabecera de Arroyo Seco, donde las autoridades realizan un evento protocolario y los habitantes preparan café, ponche, tamales y otros alimentos típicos para los paisanos.

La noche ya ha caído y sólo faltan 50 kilómetros para llegar a Jalpan de Serra. La velocidad de los vehículos disminuye minutos antes de llegar a esta cabecera municipal.

Al convoy de camionetas se le suma un grupo de jinetes que cabalga hacia el centro de la ciudad. Al llegar al municipio, las luces de los vehículos se mezclan con el ruido de los claxons y los gritos de la gente. La mayoría graba con sus teléfonos, se toman selfies, transmiten en vivo. “Bienvenida la caravana”, dice un altavoz, mientras los migrantes saludan a todos.

Para los habitantes de Jalpan, los que llegan son héroes. Les dan rosas, les dicen bievenidos con pancartas, le ofrecen comida.

La plaza principal se vuelve un desfile de “trocas”, desde las más sencillas con maletas y algunos juguetes; hasta las más elaboradas con cuatrimotos y bicicletas. Lo único que queda en Jalpan es la fiesta para los paisanos, quienes regresarán a Estados Unidos a inicios de enero.

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