Pasan de las tres de la tarde. Don Ramiro maneja un tractor en uno de los terrenos que están entre la comunidad Zatemayé y Tejocote de Puriantzícuaro, en el municipio guanajuatense de Jerécuaro.

Es la única persona en los alrededores, pues los dos invernaderos cercanos han terminado su horario laboral y el personal se ha ido. Tras cruzar varios sembradíos de alfalfa, el equipo de EL UNIVERSAL llegó a donde el señor Ramiro prepara la tierra para sembrar maíz.

La población por aquellas comunidades jerecuarenses es escasa. La mayoría de las familias, las pocas que quedan, tienen historias relacionadas con el fenómeno migratorio y Ramiro no es la excepción.

“Creo que soy el único de la comunidad que no se fue”, comenta entre risas. “Todos mis hermanos se fueron a Estados Unidos, algunos ya se regresaron y viven en la Ciudad de México, pero a mí me tocó quedarme con mi papá que hace dos años falleció. Con él aprendí a trabajar la tierra porque nadie quiso estar aquí.

“A veces les decía a mis hermanos que alguno se regresara para que yo me pudiera ir a Estados Unidos, pero no quisieron y no podíamos dejar solo a mi papá porque nunca aprendió a manejar los tractores; todo el tiempo pagaba porque le hicieran el trabajo cuando yo estaba pequeño, pero cuando crecí, aprendí y lo agarré para no estar pagando, por eso aquí me quedé, todos los demás se fueron y por ahí andan regados”, platicó.

La agricultura y ganadería que se desarrollan en la zona no son lo suficientemente atractivas para que los jóvenes quieran trabajarla. “Ya no les gusta, todos quieren irse a Estados Unidos”, refiere Ramiro.

En su terreno normalmente siembra maíz y frijol. Cuando llega la cosecha tiene un cliente en Jerécuaro que compra todo el lote y él lo distribuye. Esa es la forma en la que ahora se gana la vida, aunque Ramiro se quedó con las ganas de irse al “otro lado”. No obstante, fue el único que pudo convivir con su padre hasta los últimos días de su existencia, algo que el agricultor considera más importante.

“La vida allá es cara”. Dentro de la comunidad Zatemayé, doña María, que no proporciona su apellido, atiende una tienda de abarrotes. Madre de 10 hijos, comenta que ocho de ellos viven desde hace varios años en Estados Unidos, han hecho familia allá y han adoptado el modo de vida.

“Tampoco ganan tanto, ellos viven allá como si vivieran aquí, porque aunque no nos mandan dinero, el gasto que hacen es en dólares, así que para mí es lo mismo”, comenta doña María.

En su caso, sólo dos de sus hijas cuentan con documentos, que son las que hacen visitas a la comunidad frecuentemente, contrario a los otros seis de sus hijos que no cuentan con documentos y que son lo más preocupados por las políticas que implementó el presidente Donald Trump desde su llegada a la presidencia.

“Afortunadamente no nos ha tocado, pero sí hay una inquietud latente por las medidas migratorias, pero no tienen de otra más que seguir trabajando; la vida allá es cara, así que no pueden dejar de hacer sus actividades”, considera la madre de familia, que sigue con su labor y atiende a una persona que llega al local.

Dos retratos de las consecuencias del fenómeno migratorio en Jerécuaro, Guanajuato, donde la población de las comunidades se ha visto disminuida en gran medida. Dos testimonios de que la vida en Estados Unidos es una añoranza heredada que ha terminado por llevar a familias enteras a vivir en incertidumbre a cambio de dólares. Mejor paga aunque la intranquilidad de quienes viven allá sin documentos es constante.

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