Carlos y yo somos compañeros desde hace cuatro años. Juntos inspeccionamos aeropuertos, vehículos, espacios públicos y privados para detectar drogas ilegales.

Yo soy Origami, una hembra pastor belga malinois de siete años de edad. No es por presumir, pero me luzco en la exposición ‘Fuerzas Armadas, Pasión por Servir a México’, donde participó en las demostraciones de la compañía canófila de la Sedena.

Los militares piden la colaboración de ocho personas del público y los pasan a la pista, todos portan mochilas o bolsas de mano, una de las personas esconde sustrato de cocaína y yo debo detectarla.

Entro en escena moviendo la cola, reconozco la actividad, si lo hago bien recibiré una recompensa. Espero indicaciones de Carlos, mi manejador. ¡Busca! Me ordena, y entonces pongo a prueba mi olfato. Suelo detenerme sólo un instante frente a cada uno de los asistentes, con eso basta para saber quién está libre del olor a cocaína o marihuana, pero cuando detecto el olor a enervante sin titubear debo sentarme frente al sospechoso. Por mi seguridad no debo tocar nada, pues podría tratarse de un explosivo, debo permanecer quieta, mirando fijamente la mochila o maleta sospechosa.

Los militares se dan cuenta de que hice bien mi trabajo, Carlos me encuentra y me recompensa con caricias, pero aún debo pasar una prueba más.

La persona con cocaína ha sido reubicada entre el público y nuevamente debo hacer una revisión, de nueva cuenta la detecto y esta vez además de caricias me premian con ese juguete que tanto me gusta. Hago esto cada vez que mi manejador me lo pide, ese es mi trabajo en el Ejército Mexicano, soy especialista en detección y localización de enervantes. Formo parte de los cientos de binomios caninos de la Sedena.

En cada demostración, el público lanza expresiones de ternura, los conmueve y sorprende mi trabajo. La mejor parte es cuando me retiro de la pista en medio de aplausos, satisfecha de hacer feliz a Carlos, mi compañero y amigo.

Heroína de cuatro patas y gran olfato se enlista en la Sedena
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Lazo invisible

Carlos y yo somos compañeros de trabajo, pero nuestra relación va más allá de entrenamientos y revisiones, tenemos algo más, un lazo invisible que nos permite entendernos mutuamente. Yo puedo trabajar con otros militares, pero con ninguno seré tan eficiente como lo soy con él.

Cada mañana, Carlos va a mi jaula y me lleva agua y comida, salimos a correr y a hacer ejercicio juntos, él me baña y me cepilla para quitar el pelo muerto, me lleva a ejercicios de relajamiento y finalmente comenzamos a entrenar. Aunque soy una perra adulta, con casi siete años de experiencia, me preparo cada día para ser mejor, además debo practicar todo el tiempo obediencia básica.

Llegué al Ejército Mexicano cuando tenía entre cuatro y seis meses de edad. Lo primero que me enseñaron fue a convivir con los de mi raza y con varios soldados; antes que todo tuve que aprender a controlar mi carácter hiperactivo y a no pelear con otros perros. Sé hacerme la muerta, quedarme sentada, quieta, echada, caminar entre las piernas de mi manejador o andar siempre a su derecha, según lo que él me pida, también sé brincar y librar obstáculos.

A Carlos lo conocí cuando yo tenía tres años de edad, tuve que adaptarme a él y él tuvo que adaptarse a mí. Aunque siempre trabajamos juntos, él también se dedica a entrenar a nuevos cachorros.

En la compañía canófila de la Secretaría de la Defensa Nacional (Sedena) nos preparan para ser especialistas en distintas categorías, yo me encargo de la detección de enervantes, pero otros son especialistas en búsqueda y detección de explosivos, localización de personas secuestradas y otros son entrenados para enfrentarse directamente con los delincuentes.

Aunque los pastores belga somos la raza más adecuada para trabajar en el ejército por nuestro temperamento noble y rápida capacidad para aprender, los militares trabajaban anteriormente con perros pastor alemán y rottweiler.

Heroína de cuatro patas y gran olfato se enlista en la Sedena
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Cuando un compañero muere

Varias veces he escuchado a Carlos hablar sobre otros perros que han sido sus compañeros, algunos han muerto, dice que es una tristeza muy grande; aunque también recuerda con cariño a Jueves, el primer perro con el que trabajó y que ahora vive retirado con una familia que lo quiere y lo respeta.

Mi compañero Carlos Mario Hernández Montoya se enlistó en el Ejército cuando tenía 18 años, ahora lleva 14 años como soldado, su rango es cabo policía en la 37 zona militar de la Sedena.

gr

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