En San Ildefonso Tultepec, Amealco, muchos estudian pensando en salir del pueblo. Lucía no, su idea es quedarse a compartir con las nuevas generaciones su legado indígena, por eso estudió pedagogía para enseñarle otomí a los niños de la comunidad. Actualmente trabaja en la elaboración de una serie de juegos para que aprender esta lengua sea más divertido; también se dedica a fomentar que las niñas porten con dignidad y sin miedo su vestimenta típica.

Sin embargo, el orgullo que hoy siente por sus raíces no estaba latente hace cinco años; asistía a la universidad con ropa “normal”, como las chicas de la ciudad, hasta que en el último año de la carrera decidió vestir su traje, a pesar del miedo que tenía a las críticas lo único que escuchó de sus compañeros fueron elogios a la belleza de su vestimenta, hecha por sus propias manos.

“Antes no tenía esa idea de rescatar, no sé porqué estaba así, era muy indiferente a mi cultura, a la mejor porque tenemos ese concepto de hablar otomí pero en casa, si me visto con el traje es sólo para andar en mi pueblo, por el miedo que uno siente, ya después cuando entré a estudiar me puse a leer unos libros, fui conociendo un poco más sobre mi pueblo, y me pregunté lo qué he hecho por mi comunidad?”, platica Lucía García García, mujer otomí de 31 años de edad.

En casa aprendió a hablar otomí, escuchaba a su madre hablar la lengua, es una herencia que se transmite de forma oral. Incluso, tiene pocos años que decidió estudiar este lenguaje, en un curso que impartieron en Amealco.

Relata que cuando estudiaba la primaria dejó de hablar su lengua para dominar el español, pues los maestros, a pesar de que impartían una educación bilingüe, solamente daban clases en español.

“A nosotros no nos enseñaron que había una escritura del otomí, y tampoco exigimos ese derecho de que nos enseñaran en nuestra lengua, poco a poco se fue perdiendo la lengua, ahora los jóvenes ya no quieren aprenderla y los niños se te quedan viendo, preguntando: ¿Qué le dijiste?”, comenta.

El miedo es la principal causa por la que muchos dejan de hablar otomí, temen a los maestros que obligan a los niños indígenas a hablar en español; también tienen temor a hablar su lengua materna delante de los demás y que éstos malinterpreten sus palabras.

“Por ejemplo, cuando hablo mi lengua y la otra persona no, a veces piensan que les estoy diciendo algo malo, y no es eso, el hecho de que hable mi idioma no quiere decir que esté diciendo cosas malas. Un día  llegó un señor, era un inspector, estábamos vendiendo nuestras cosas, y le empecé a hablar en mi dialecto pero me dijo que no lo ofendiera y le respondí que no estaba haciendo, que yo hablo así. Son cosas que me han pasado, pero no sé si eso sea discriminación”, confiesa.

La mejor forma para aprender esta lengua es desde niños, dice Lucía; lo mejor es aprender de forma amena; por ello, su proyecto para titularse de la Universidad Pedagógica Nacional (UPN), campus Cadereyta, es la elaboración de material didáctico, juegos en otomí para que los niños puedan aprender y compartir con sus compañeros sus conocimientos.

Este trabajo no ha sido fácil para Lucía, tiene que dividir su tiempo en la elaboración de sus bordados, artesanías y cuidar a sus dos hijos.

“Sí me ha costado mucho, porque tengo dos niños y estoy sola, tengo que trabajar, me pongo a hacer la tesis, por eso a veces se me hace complicado buscar tiempos para dedicarle a mi proyecto. Sí espero terminarlo pronto porque en la comunidad hay poca gente que estudia y la mayoría se va de la comunidad. Estudié la licenciatura porque mi idea es trabajar en la comunidad con los niños indígenas, eso quiero”, dice.

Bordando flores. Convencida de que la cultura otomí no sólo es la lengua, sino que también está conformada por fiestas, artesanías y vestimenta, Lucía se ha propuesto, junto a otras mujeres, inculcar en las niñas el orgullo a su traje típico.

Por ello, promueve el proyecto ‘Rescate de la Vestimenta para Niñas indígenas de San Ildefonso’, que resultó beneficiado con un apoyo para el Fortalecimiento, Difusión y Preservación del Patrimonio Cultural Indígena, el cual fue entregado en la pasada edición del Encuentro de las Culturas Populares, de manos del gobernador de Querétaro, Francisco Domínguez Servién.

El proyecto busca que las niñas de San Ildefonso vistan su traje tradicional, la blusa bordada a mano con colores e iconografía de la flora y fauna de la región, tan sólo una tira bordada puede llevarse hasta un mes de elaboración. La blusa es plisada hasta el cuello, y se acompaña por una falda y un delantal. Además, entre más detalles de bordado tenga la camisa es más cara, cada una puede costar entre 800 y 1900  pesos.

A los ocho años de edad Lucía tomó su hilo y aguja para hacer sus propios bordados, guiada por las enseñanzas de su madre, el ver concluida una figura la animaba para hacer sus propias creaciones.  La belleza de la prenda y el orgullo de su tradición es lo que quiere compartir a las niñas de la comunidad.

“Tenía un miedo de lo que me fueran a decir por llevar mi traje, eso es lo que me gustaría evitar con las niñas, que no pasen eso, porque tenemos miedo de que nos vayan a decir algo y no nos dejen entrar a algún lugar. Quiero que ellas no tengan miedo de que las van a discriminar y si lo hacen que tengan la seguridad de decir es mi traje, no pasa nada, yo me visto así”, expresa.

Lucía tiene 13 años bordando y vive de la venta de sus productos. Su habilidad en el bordado la llevó a unirse con otras mujeres, madres solteras o mujeres que por alguna circunstancia son el sustento de sus familias, para formar el taller ‘Weti Do̱ni’ (Bordando Flores) y desde ahí seguir impulsando las artesanías de San Ildelfonso, creando el traje típico para las mujeres de la comunidad y haciendo nuevas prendas, ropa más “moderna” pero con bordados propios de la región, así garantizan la compra de sus productos y mantienen su tradición.

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