De origen salvadoreño, Josué llegó Querétaro con el objetivo de cruzar hacia Estados Unidos; lugar en el que residió por siete años y donde vivió con su familia, antes de que fuera deportado.

Al salir el sol en el jardín Guerrero, una de las plazas principales de la ciudad, un grupo de hombres que pasaron la noche anterior en la intemperie, aprovechan para tomar el sol y sentarse en las bancas metálicas o en las jardineras.

Aunque el frío cala, la mayoría no se inmuta por la temperatura. Sin embargo, Josué, sentado en una jardinera, alejado del resto, se cubre con una chamarra negra y tirita del frío.

La noche anterior durmió afuera de una farmacia, ubicada cerca de jardín Zenea, pese a las bajas temperaturas.

Aunque apenas lleva una semana en la ciudad, su viaje inició desde hace 27 días cuando decidió salir de su ciudad natal, San Miguelito, localizada en El Salvador.

No obstante, no es la primera vez que llega a Querétaro. En el 2001, salió con destino a Estados Unidos, donde vivió por siete años al lado de su familia, su hija de 13 y su pareja en ese entonces.

Sin embargo, las autoridades migratorias lo encontraron trabajando y lo deportaron. La insistencia por llegar al norte no sucumbió a Josué, quien el año pasado intentó dos veces cruzar la frontera. Ambos intentos, resultaron fallidos y fue detenido por las autoridades mexicanas.

“El año pasado la pasé acá el 24 de diciembre y el 31 me agarraron en Monterrey. Después, me compré una credencial falsa en Huehuetenango (Guatemala) y jale de Quintana Roo en avión; pero en Monterrey, me volvieron a agarrar. Sólo que esa vez me dejó libre la ‘migra’. Les tire tres mil pesos y me dejaron libre”, recuerda.

Además del riesgo que implica ser detenido por las autoridades en el trayecto de su lugar de origen a Estados Unidos, también existe la posibilidad de enfrentarse con grupos delincuenciales. Durante este viaje, Josué relata que ha corrido con relativa suerte, pues sólo al pasar a México, sólo fue asaltado por una pandilla.

“Sí me da miedo, pero camino con Dios cuando me subo en el tren. Quiero guardar un poco de dinero para irme o me regreso, porque se acerca navidad y si está feo en la frontera. Hay que pagar, sino no, uno no se puede cruzar. Si uno paga, todo está bien”, afirma.

A esto se le suman, las bajas temperaturas registradas debido a la época invernal. Por este motivo, Josué está indeciso sobre el trayecto que debe de seguir. Piensa en regresarse a su casa en El Salvador y evitar dormir en la calle pasando frío, pero luego, recuerda a su hija y de nuevo, le regresan los impulsos para proseguir el viaje hasta New Jersey; ciudad que de acuerdo con los pronósticos meteorológicos, podría llegar a los cero grados en la próxima semana.

“Está feo dormir aquí en la calle y luego, ahorita, ya voy a gastar 60 pesos para bañarme, pagar el shampoo, el jabón… Hay mucha gente con alcohol, droga o mona que le dicen. Ayer vino un loco y gritaba, le dije que se callara porque eran las dos de la mañana. Le dije: quiero dormir hermano, agarra la onda y listo, se quedó tranquilo. Agarró la ‘onda’ y se calló. Yo voy a buscar otro lugar donde dormir, no me gusta aquí”

“Tengo tres años de no ver a mi hija. Va a cumplir 14 años el 23 de diciembre. Está con la mamá. Ella se fue para arriba, tengo que llegar allá para verla. Lo bueno es que está estudiando, cambió su vida porque en El Salvador aprender inglés te sale caro, por lo menos estás pagando 200 dólares mensualmente en una buena universidad o un buen colegio. Allá, ya le está yendo bien con el idioma. Ya saco un tercer lugar”, menciona al señalar que será hasta que cumpla la mayoría de edad, cuando deba luchar por obtener la residencia.

Pese a los riesgos y los problemas del viaje, la esperanza de lo que pudiera obtener en Estados Unidos le motivan a seguir el trayecto. El primero es volver a ver a su hija y a sus familiares, incluyendo sus padres, algunas tías, hermanas y entre 10 y 12 primos.

Además, también están las recompensas económicas.

“Allá en Estados Unidos hice mi casita, un ranchito pobremente, pero con terrenito y dos manzanitas de tierra que las trabajan mis tíos. He comprado mis animalitos, tres vacas, tres caballos, tengo una moto, un carrito viejo, pero que trabaja ‘chido’. Todo eso lo hice allá en siete años, le compré la casa a mi mamá”, dice.

La nueva meta para Josué es regresar al país del norte y ganar 30 mil dólares. Durante el tiempo que duró allá, menciona que trabajó en una panadería, un restaurante y en una empresa dedicada a la construcción.

En la panadería trabajaba a 17 dólares la hora, lo equivalente a 317 pesos o a casi cuatro salarios mínimos mexicanos. En la construcción, Josué recuerda que le pagaban 23 dólares la hora, lo que representa alrededor 429 pesos.

“Allá hay trabajo ‘machín’. Allá… ¡puta! Unos 15 dólares en una hora se los gana uno y si le metes diez o doce horas diarias a la semana, te va bien. Comes con 200 dólares, llenas la nevera con eso hasta arriba y tienes con 20 dólares para la lavandería, 150 para la gasolina de la semana. Si la rentas son 600 y si sacas entre 800 y 900 semanalmente, vas guardando 500 dólares, porque así yo le hacía”, relata.

Pese a las ganancias también Josué reconoce que no sólo en su lugar de origen, la inseguridad es cotidiana. En algunas ciudades de Estados Unidos señala “están difíciles las calles, hay pandillas, hay delincuentes. Todo eso”, lamenta.

A esto se le suma el riesgo de ser deportado; sin embargo, para Josué de la ‘migra’ no hay nada que temer. El trato es mejor que la policía de El Salvador o la mexicana. El problema, menciona, está en el miedo de encontrarse con policías que a cambio de dinero, lo dejen libre.

“Cuando te agarran en Estados Unidos a uno le dan un trato chido. Aquí es más feo. La comida allá es mejor y cuando estuve en Texas estaba chido porque tenía mi propia cama, tres guajes, tres pares de calcetas, te dan un suéter y pasta de dientes, cepillo y jabón…”, recuerda.

El trayecto hacia Estados Unidos aún no termina y Josué, mientras pasa las heladas en Querétaro, decidirá qué rumbo tomar para lograr por segunda ocasión, cumplir el sueño americano.

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