Elia Martha Gómez Velázquez se jubilará el próximo año luego de 26 años de trabajo en el Instituto Mexicano del Seguro Social (IMSS), de los cuales los últimos ocho se ha desempeñado como elevadorista, plaza que desaparecerá con su retiro, perdiéndose ese servicio, el cual brinda siempre con alegría y una sonrisa.

Mujer de estatura baja y con 63 años de edad, Elia (cuyo nombre significa “la que resplandece como el sol”) pregunta a doctores, enfermeras, camilleros y visitantes a qué piso van. Las camillas con pacientes de todas las edades y todas las condiciones, entran y salen constantemente. Desde un adulto cuya condición es estable, hasta un bebé prematuro al que dos médicos llevan en una incubadora, dándole apoyo para respirar. “Aquí ves de todo”, dice Elia.

Un camilla con un paciente delicado entra al elevador. El camillero pide el piso dos. Su voz y la rapidez con la que pide el servicio denota que la persona a quien traslada requiere atención inmediata. Elia oprime el botón, se cierran las puertas y unos segundos después se abren en el piso solicitado. Los camilleros no pierden tiempo. Bajan rápidamente con el enfermo, pues cada minuto cuenta y es crítico en el hospital general de zona del IMSS.

“Como elevadorista tengo ocho años. El mío fue un cambio de categoría. En el IMSS tengo 26 años de servicio. Ingresé al IMSS como oficial de puericultura, pero en un momento dado hice mi cambio porque no había suplencias, entonces hice mi cambio para acá. Hice mi cambio como de intendencia. No querían, pero al final de cuentas me hicieron el cambio, y ahora por problemas de salud hice mi cambio para el elevador”, apunta.

Elia explica que su servicio comprende atender al personal del IMSS así como a los derechohabientes, a los pacientes, “con gusto y una sonrisa en la boca, siempre lo hago”, aunque a veces, confiesa, se tengan algunas preocupaciones o tenga alguna molestia, siempre tiene que dar el mejor de los servicios.

“Para mí es un orgullo estar dentro del IMSS, fue mi primer trabajo, porque yo era costurera. Fue mi primer trabajo fuera de casa y yo soy feliz dándole servicio a medio mundo, siempre con el mejor trato”, asevera.

El problema de salud por el cual Elia solicitó su cambio tiene que ver con su columna vertebral, pues como personal de intendencia debía de jalar los carritos de la ropa o las camillas el cuerpo y la columna pasa factura.

La última elevadorista.

Con los años sus dolencias ya no la dejaron trabajar donde estaba, por lo que solicitó su cambio como elevadorista, la única que queda en el IMSS, pues las demás se jubilaron y ya no se permitió que alguien más hiciera ese trabajo.

La mujer comienza su jornada laboral a las 7:00 horas, terminando a las 13:30 horas, y dice que ya se acostumbró al subir y bajar, por lo que ya no se marea en el elevador.

El amplio elevador permite el ingreso de camillas y personas, aunque la prioridad serán siempre los pacientes que son trasladados a otros pisos, ya sea para estudios o cirugías y tratamientos.

Apunta que desde su elevador puede ver el trabajo de sus compañeros, “la bajada y subida de los pacientes, mucho trajín. Las enfermeras corriendo a encontrar su medicamento, porque a veces está escaso, pero si no encuentran aquí, lo encuentran en urgencias”.

Precisa que es muy feliz en su trabajo y que será el último que haga en el IMSS, pues su jubilación está próxima, en noviembre de 2019, por lo que se irá orgullosa de la institución que le dio empleo por más de un cuarto de siglo.

Elia comenta que tras su jubilación se dedicará a la costura, oficio que aprendió hace muchos años, y con el cual pudo hacer ropa de todo tipo. “Estudié corte y confección, de ahí hacía costuras. En estos momentos sólo me dedico a mí y mi trabajo (en el IMSS), no hago costura ahorita, pero cuando salga lo volveré a hacer”, abunda.

Recuerda que estudiar puericultura le permitió ingresar al IMSS, además de que cuando era niña su mamá la llevaba al instituto y veía el trabajo de las mujeres que laboraban ahí, y pensaba que esas “muchachas se veían bien bonitas”, imaginando que cuando trabajara lo haría como ellas.

“Metí una solicitud y tuve la suerte de que me dieron una propuesta, y al final de cuentas me mandaron a hacer mis cursos en León, pues ingresé en Celaya. Pasé y después hice mi cambio a Celaya, para luego hacer mi cambio, como oficial de puericultura, a Querétaro. Aquí empezaron a hacer falta las suplencias y fue cuando hice mi cambio a hospital”, narra.

El trabajo de Elia no se detiene ni un minuto. Apenas se abren las puertas del elevador y ya hay personas esperando fuera del mismo. “Al segundo”, “al tercero”, “al quinto”, piden las personas.

La mujer es popular entre el personal del IMSS. Enfermeras, doctores y administrativos la saludan con calidez, reconociendo su trabajo, pues para un par de camilleros que llevan a un paciente a otro piso, o para el asistente de cocina que lleva las charolas con comida para los enfermos, oprimir los botones con ambas manos ocupadas resulta una labor complicada.

Agrega que antes había más elevadoristas, pero se han jubilado, siendo ella la última que ocupa este puesto, pues la categoría se transformará, dejando de existir esta plaza, que le costó mucho trabajo conseguir en un inicio, pues hasta preguntas de mecánica le hicieron.

“De aquí me voy a ir (a jubilar) para regresar a la costura. Se hacer vestidos de noche, de todo, ropa, pantalones, blusas”, precisa la mujer quien es madre de tres hijos y tiene una nieta que es enfermera general, y quien además estudia criminología, pues dice que si no encuentra trabajo de una cosa lo puede encontrar de otra. “Me tocaron muy buenos hijos y muy buena nieta”, añade.

“A qué piso va, señorita”, pregunta Elia a una joven que acaba de entrar al elevador. La muchacha responde que al cuarto. La elevadorista, la última del IMSS, oprime el botón de ese nivel. Se cierran las puertas y comienza el ascenso, en una jornada laboral en donde no se conocen los descansos y en donde todos los días se ve la vida y la muerte subir y bajar.

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