“Yo dije que jamás trabajaría en un panteón, pero por algo dicen que nunca digas nunca porque lo vas a hacer y ¡Mírame! Aquí me tienes”, dice René Duarte Jiménez, uno de los tres veladores que labora en el panteón municipal El Cimatario, en la capital del estado.

Ubicado en el perímetro de la carretera federal 45, este cementerio municipal es uno de los más concurridos por los capitalinos, en especial durante la época de Día de Muertos; fecha en la que los familiares aprovechan para visitar a sus difuntos, arreglar sus tumbas, comprarles flores y rezar o entonar canciones mexicanas.

En este espacio donde decenas de lápidas y tumbas están colocadas, laboran entre 12 y 15 personas a diario; sepultureros, exhumadores, lapidarios y veladores. Estos últimos, son los únicos que tienen acceso a las instalaciones en las noches y cuyas jornadas pueden ser hasta de 24 horas.

Para René llegar al panteón municipal fue algo accidental. Hace año y medio laboraba para el municipio en el servicio de recolección de basura. No obstante, la administración capitalina decidió concesionar el servicio a una empresa privada y él fue trasladado de área.

“Andaba detrás del camión, pero cuando empezaron las privatizaciones pedí mi cambio y me mandaron para acá y me dijeron que me tocaban panteones. Yo no quería porque no me gustaban los panteones, ¡Me daba miedo”, reconoce.

“Cuando pasaba por la calle, le preguntaba a mis compañeros de la recolección que qué era este lugar porque yo no lo ubicaba bien y me decían que era el cementerio ¡Yo decía que jamás trabajaría en uno”, añade.

Tiempo después tuvo que comenzar a laborar como velador, se acostumbró a la oscuridad, las tumbas y el silencio.

“Los primeros dos meses quería que me corrieran, porque no me hallaba en el panteón… Me daba un poco de miedo y no me digas, ¡Cuando me dijeron que me tocaba estar en la noche! Dije: ¡Chin! ¡Cómo que me toca trabajar así, si eso no me lo comentaron cuando me mandaron!”, admite.

Sin embargo, a medida que transcurrieron los días, el temor que llegó a sentir en un inicio, comenzó a desvanecerse. Al hablar de apariciones o relatos de miedo en el panteón, René dice que durante el año que ha laborado como velador, sólo una vez ha presenciado “algo paranormal”.

“Del tiempo que tengo sólo una vez me salió un cuate… Yo venía de camino a la administración y una persona bajó. Casi nos cuatrapeamos, porque dije: ¡Yo no tengo a nadie adentro! Entonces, vi cuando se me escondió en una lápida, fui a buscarlo y no vi a nadie… La verdad no creo que alguien haya estado aquí adentro, porque te digo que en ese mismo instante, cuando lo vi, volteo y vi cómo se escondió. Enseguida lo busqué y no estaba. No lo encontré”, asegura.

La sensación de persecución y la presencia de ruidos extraños entre las tumbas, son sonidos a los que se ha ido acostumbrando. Recuerda que la primera noche caminó entre las lápidas y las calles del panteón, cuando escuchó que lanzaban piedritas sobre el camino. Este mismo ruido a pesar de los días que han transcurrido, aún no se desvanece del todo, pues dice, que algunas noches escucha el ruido de las ventanas de los nichos moverse y vuelve a escuchar las piedras.

“Estaba con miedo dando el recorrido y dije ¡Chin, nomás me sale algo…! Pero como andaba con esa mentalidad, pues escuchaba ruidos, como si alguien te fuera persiguiendo, pero no era nadie detrás de mí, era mi mente… [Ahora] sólo se escucha como si lanzaran piedras. Vas pasando y se escuchan, pero volteas y no hay nadie; o también se escucha el movimiento del nicho, pero no pasa nada. Todo es tranquilo en la noche”, señala.

A diferencia de otros compañeros que laboran de ocho de la mañana a cuatro de la tarde, René y los otros veladores, pueden trabajar una jornada de ocho de la mañana, hasta la misma hora del día siguiente.

“Diario tengo que hacer recorridos. Cada que es mi turno, cada hora me toca andar adentro del panteón, ya sea a la una, dos o tres de la mañana… Aquí nosotros los tres veladores nos turnamos. A mí me tocó hoy desde las ocho y salgo hasta las ocho de la mañana del lunes”, reconoce que también labora los días festivos.

Celebraciones de la noche de muertos

Además de las largas jornadas, durante la época de Día de Muertos sube la afluencia de visitantes y con ello, la labor de los guardias. “Sí se complica un poco más el trabajo, sobre todo por aquellos que les gusta ingresar cerveza. Uno les dice que no está permitido, pero quieren hacerlo por la fuerza. A nosotros nos dieron instrucciones de que no deben de ingresar, porque en lugar de estar con sus familiares, se emborrachan y bailan arriba de las tumbas”, dice.

Las reglas del panteón, además de no ingresar con bebidas alcohólicas, incluyen que no pueden acceder vehículos, con excepción de aquellos que trasladan a personas con discapacidad o de la tercera edad. También está prohibido intentar quedarse en el panteón después de las siete, hora en la que este espacio cierra sus puertas al público.

Durante la mañana y mientras duran los rayos del sol, los familiares de los difuntos visitan sus tumbas en las vísperas del día de muertos. A mediodía, es posible encontrar conjuntos norteños, o inclusive mariachis alrededor de alguna tumba; también hay familias que rezan, mientras colocan flores nuevas en las lápidas y algunos otros, más tristes y cabizbajos, se dedican a hablar con los familiares.

“Es todo muy bonito porque viene mucha gente a visitar a sus familiares, pero [también] es triste, porque muchos visitan, pero si pasas por otro lado, ves tumbas solas, sin ninguna flor y las demás llenas… Hay algunas que ni quién se acuerde de ellas”, lamenta René, quien aún debe continuar su jornada. En unas horas empezará a oscurecer y como cada noche, deberá cuidar las tumbas hasta que amanezca.

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