Despiadada y demoledora, la pandemia del Covid-19 se arrojó implacable contra Guayaquil. Por el olor a muerte, con cadáveres en estado de descomposición abandonados en las aceras, en las calles y avenidas o en las casas de sus parientes, ya enfermos, y con una población consternada y atrapada y sin salida por la propagación del coronavirus, las aves de rapiña se abalanzaron a la segunda ciudad más importante de Ecuador y su principal y estratégico puerto en el Océano Pacífico.

La ciudad-puerto, rostro emblemático de Ecuador y crucial centro económico, lucha por sofocar el más grave ataque en su historia contra la salud de sus aproximadamente 3 millones de habitantes, en un golpe por el que colapsaron sus sistemas sanitarios y hospitalarios, así como sus servicios de socorro, emergencia y funerarios.

“Todos aquí estamos desesperados. Esto es muy doloroso”, dijo la ecuatoriana Kenia Navarro, de 19 años y residente del barrio Guasmo Norte, en el sur de Guayaquil, al narrar a EL UNIVERSAL el drama por el azote del coronavirus.

En medio de la acelerada penetración del Covid-19 a Guayaquil, que arreció hace unos 13 días, Julio León Santana, de 60 años y abuelo de Navarro, sufrió un paro cardiaco y pereció en el hogar en el que vivió con la joven ecuatoriana y con otra nieta, su esposa y dos parientes más, pero el cadáver permaneció cuatro días en la vivienda.

“Ignoramos si murió por coronavirus. A la cuarta noche lo vinieron a ver autoridades de Medicina Legal. Nos dieron el acta de defunción y se llevaron el cuerpo. No nos lo han entregado y ni sabemos si lo harán. Así está pasando a mucha gente en el barrio y en otras partes de Guayaquil. Nadie nos quiere ayudar”, relató. Estos y otros testimonios enviados a este diario desde Guayaquil revelaron que la aglomeración humana se agravó en comunidades marginadas y facilitó la transmisión del virus.

La situación se complicó porque ante la rápida proliferación, las capacidades de reacción de los cuerpos de socorro quedaron saturadas, numerosos pacientes tuvieron que quedarse en sus casas y ahí murieron. Las familias decidieron envolverlos en sábanas, cobijas, colchas y bolsas de basura y los dejaron en algún aposento, a la espera de que Medicina Legal los recogiera. Unas funerarias todavía laboran y otras cerraron.

“Pasan las horas y nadie retira los cuerpos. Al tercer día empiezan los malos olores. Las personas llaman a los policías y a emergencias, que ya ni responden o dicen que sólo Medicina Legal puede retirarlos. Las personas entonces deciden sacarlos a la calle. Ya hay bastantes así”, contó Navarro.

En familias en las que murieron padre, madre e hijos, algún deudo —también contagiado— embala los cadáveres, los deja en las casas y se va a vivir a otro sitio. Por eso es que en las redes sociales de ecuatorianos de ambos sexos que viven en Guayaquil abundaron en los últimos días mensajes de súplica como el que lanzó una mujer: “Por favor su ayuda con el levantamiento del cadáver de la madre de una compañera de trabajo”.

“Hay un bebé pequeño en casa, por favor. Piedad”, rogó.

“Por el amor de Dios”, se imploró por ayuda en otro sobre una mujer “que está con el esposo fallecido en Guayaquil abandonada a su suerte y sola con sus hijos. (…) Tengan piedad por favor”.

Otro clamó por auxilio para su cuñado con cuatro días de muerto y cuyo cuerpo quedó en la sala de la casa cubierto con lonas, pero “no aparece ninguna autoridad” para permitir la cremación.

“El impacto del coronavirus es muy fuerte”, aseguró el ecuatoriano Álex Vera, de 36 años y poblador de El Suburbio Oeste, otro barrio de Guayaquil sacudido por la pandemia, al exponer a este periódico su inquietud con una vecina al lado de su hogar.

“Ella murió hace dos días. Su cadáver está embalado y en una caja, afuera de su casa, pero me preocupa que esté así porque tengo tres hijos y más familia y puede contaminarnos y nadie viene a llevarse el cuerpo”, describió.

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