Chilpancingo.— Eran las 5 de la tarde del , Anselmo y Maura comenzaron a cortar tomatillo en los surcos del rancho Granjeno, entre los límites de los municipios de León y Romita, en Guanajuato.

Anselmo y Maura llevaban todo el día en el corte. Por la tarde, decidieron dejar a su hijo menor, Javier, sentado bajo un árbol mientras ellos continuaban en su labor.

Mientras recorrían los surcos, constantemente volteaban a ver hacia el árbol, pero en un momento, le dieron la espalda unos instantes y desapareció. Lo desaparecieron. Han pasado seis días y de Javier no hay un solo indicio.

Desde las primeras horas, Anselmo y Maura, junto con otros seis hijos, comenzaron a buscar a Javier en los alrededores del ejido La Sandía. Luego se unieron organismos de defensa de derechos humanos y colectivos de familiares de personas desaparecidas. Se juntaron unas 80 personas para salir a buscar a Javier, pero nada. No hay rastro del niño.

La búsqueda oficial comenzó hace dos días por parte de la Comisión Estatal de Búsqueda y la Fiscalía General de Guanajuato. Sin embargo, no están haciendo un trabajo coordinado, cada dependencia anda por su lado, denunció el Centro de Defensa de Derechos Humanos de la Montaña Tlachinollan.

“Lo que dijeron las autoridades de Guanajuato es que no podían darle prioridad a la búsqueda de Javier porque por un caso no podían desatender los más de 3 mil desapariciones que hay en ese estado”, comentó Tlachinollan.

La búsqueda se ha intensificado, grupos de familiares de desaparecidos, organismos de derechos humanos, la comisión de búsqueda y la fiscalía recorren la zona pero no se sabe nada del niño.

El caso de Javier es el primero que Tlachinollan documenta como una desaparición de un menor, en tantos años de migración de miles de jornaleros que salen de la Montaña de Guerrero cada año.

En Guanajuato, Mayo Meza Trejo, directora del Centro de Desarrollo Indígena Loyola (CDIL), demandó la coordinación de los tres niveles de gobierno en las actividades de búsqueda y la aplicación de los protocolos y que el menor aparezca con vida, porque han pasado seis días sin saber de su paradero.

“La familia está pasando por un momento de mucho dolor”, y además existen brechas por el idioma para comunicarle la situación de forma adecuada y al momento, dijo.

Un caso de extrema pobreza

Javier tiene tres años, no habla español, se comunica con su familia en su lengua materna, el tu'un savi, es un niño cuyo alimento base es la leche materna.

La familia de Javier es originaria de Joya Real, la comunidad más alejada del municipio más pobre de Guerrero: Cochoapa El Grande.

Joya Real está a casi 12 horas de Chilpancingo. Es lo más pobre de lo más pobre del país. Están sumidos en la marginación, ahí falta casi de todo: caminos, escuelas, profesores, médicos. Cuentan con un centro de salud que apenas y funciona.

En Joya Real no hay trabajo, las tierras cada vez producen menos. Lo único que le queda a la gente es salir, por no decir huir, de la miseria.

A finales de abril, Anselmo y Maura, junto con sus siete hijos, subieron a su camioneta y tomaron rumbo a Guanajuato. Eso lo hacen por lo menos dos veces al año. El 30 de abril llegaron al rancho Granjeno.

Rentaron un cuarto en la comunidad La Sandía, donde todos los días, apenas sale el sol, se van a los surcos. En el rancho no hay escuela para los hijos de los jornaleros, como ocurre en otros campos. Tampoco les dan galeras para que se instalen. Sólo les dan el pago por la pizca.

Toda la familia trabaja en los surcos con el fin de juntar la mayor cantidad de dinero para sobrevivir cuando regresen a Joya Real.

Sin embargo, el regreso es incierto, la familia no piensa regresar sin el pequeño Javier. Con información de Xóchitl Álvarez

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