Ante el cierre inminente de bares y antros, la fiesta, el baile y la bebida, no se detuvieron en la Zona Rosa.

Las cortinas metálicas de los locales se bajaron media hora antes de las 22:00 horas del viernes, pero eso no impidió las aglomeraciones en esta área.

Horas antes, el Gobierno capitalino metió reversa a la reapertura de bares y antros, y ordenó el cierre debido al alza en las hospitalizaciones por Covid-19.

Algunos capitalinos apresuraron el trago mientras los meseros limpiaban rápidamente mesas, retiraban los servicios y cerraban cuentas. A las 22:00 horas, los empresarios de este sector habían apagado las luces, no había música, pero la gente no paraba de arribar a la Zona Rosa en busca de un lugar que incumpliera con las medidas y clandestinamente permitiera el acceso.

En su salida, algunos ebrios se toparon a su paso con dos sudamericanos provenientes de Venezuela, quienes sobre la calle de Génova instalaron dos bocinas, un micrófono y un celular para reproducir música salsa, mientras ellos interpretaban clásicos que pusieron a bailar a todos.

Primero fue una pareja quienes abrieron pista. Eso impulsó a otros más para que en la siguiente canción sacaran sus dotes. Una vuelta y otra, los cabellos de las mujeres emperifolladas danzaban bajo los ritmos latinos.

Johan Nieves lo sabía, estaba congregando a las personas, pero ganarse unos pesos mexicanos le venía bien a su economía.

Apenas un café preparado por los mismos comerciantes que se aposentan en el corredor clarificaban su garganta para seguir interpretando canciones.

“Soy un artista”, dijo, mientras tomaba un respiro y su compañero engalanaba la pista de asfalto con colillas de cigarro y latas de cerveza que poco a poco, muy ocultas, iban tomando su papel esa noche, en la que los capitalinos libraron una vez más el semáforo rojo.

Johan es un médico venezolano que no puede ejercer por la revalidación de materias que necesita en el país. Tiene dos “chamos” (hijos), uno de ellos mexicano, y necesita ganar dinero. Por eso se puso a cantar.

¿Estás congregando gente en plena pandemia, lo sabes? Le cuestiona EL UNIVERSAL.

—Mira, yo ya estoy muerto hermano, estoy muerto— y dejó la frase sin completar, mientras entregaba una tarjeta de presentación para eventos y fiestas.

Una hora posterior al cierre de los bares, la fiesta estaba en Génova, en un baile de barrio popular, con bebidas alcohólicas sobre el piso, a unos pasos de la sede de la Secretaría de Seguridad Ciudadana, así frente al Covid-19, que no se va de la Ciudad.

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