El 10 de septiembre, Kevin “N”, de ocho años, se suicidó porque su abuelo le quitó el celular. Un día después, a Esteban “N”, de 15 años, se le negó un permiso para ir a un concierto. Cuatro horas después, su madre lo encontró en su cuarto, colgado con una corbata atada al cuello. Un caso similar se registró el pasado sábado en Iztacalco, donde un niño de ocho años se quitó la vida tras haber manifestado ese deseo a sus familiares, por bullying escolar.

Estos dos casos forman parte de las estadísticas que señalan que el suicido entre menores de edad es un problema que va en aumento, en nuestro país. Por lo menos, en lo que va del año, ha habido ocho casos similares, en la Ciudad de México.

Para el doctor Raymundo Calderón, director Nacional de Psicología de la Universidad del Valle de México, la tendencia en el incremento del fenómeno del suicido, en los últimos 25 años, coincide con la disminución de la calidad de las relaciones humanas, con el uso de redes sociales virtuales y la despersonalización que hay en la interacción con los jóvenes, principalmente por parte de la familia.

Las causas

“La razón más importante por la cual las personas tienen ideación suicida es porque sienten que han perdido el control de su vida”, comenta el especialista, quien explica que el suicidio implica siempre un rompimiento con la realidad: “las personas asumen que la muerte resuelve los problemas que sobredimensionan y piensan que no tienen forma de resolverlos”.

Para Calderón, el gran problema que México tiene en torno a este tema es que las políticas públicas han concentrado los esfuerzos en prevenir la situación cuando ya se presentó mínimamente la ideación suicida en el sujeto, pero no se han preocupado por fomentar la “economía yoica” en la población, es decir, en desarrollar las herramientas emocionales que las personas deben tener para sobrellevar las situaciones adversas.

El caso del niño de ocho años, que decidió quitarse la vida porque su abuelo le quitó el celular, ejemplifica cómo, en ocasiones, las personas pueden establecer una relación significativa con ciertos objetos, a través de los cuales construyen el sentido de su vida. “Incluso, podríamos pensar que, a esa edad, el niño no es consciente del significado que tiene la muerte y las implicaciones de tomar esa decisión”, comenta el especialista.

Control de emociones

En el caso de los adolescentes, el fenómeno del suicidio se manifiesta de forma distinta. Calderon explica que la adolescencia, al ser una etapa de “alta intensidad afectiva y baja intensidad cognitiva”, los jóvenes construyen su realidad a través de la emoción.

En ese aspecto, surge una necesidad importante de pertenencia, que, al mismo tiempo, puede provocar en ellos inseguridad: “Por eso el tema de verse bien y que todo tenga que ver con la imagen, porque para ellos esa es la forma de tener afectividad y aceptación”.

De manera general, el psicólogo explica que hay dos grandes razones por las cuales los jóvenes deciden suicidarse: la primera, es la ruptura del carácter afectivo relacionada con la falta de fortaleza emocional, que aún no han desarrollado.

La segunda, tiene que ver con el sentimiento de coerción de su libertad. Además, de temas como “la constante irritabilidad a la que en ocasiones está sujeto el adolescente, debido a los cambios que vive, inherentes a su edad, lo que lo convierten en alguien muy susceptible a la frustración”.

Cuando esos momentos de frustración son más frecuentes y profundos, se comienza a generar en el individuo niveles de irritabilidad tan altos que, de pronto, ya no los puede manejar”, comenta el psicólogo.

Lo anterior, le pudo pasar al joven que, por no tener permiso de ir a un concierto, toma la decisión de quitarse la vida.

“En ocasiones, la acumulación de frustraciones provoca que el adolescente ya no quiera seguir sufriendo y su lógica es ‘si yo no puedo controlar esto, se va a hacer más grande’”.

Aunque este fenómeno no ocurre en todos los casos, el especialista afirma que hay personas que por su composición afectiva son más vulnerables a tener este tipo de emociones; sin embargo, cada persona puede manifestar de manera distinta las señales de susceptibilidad.

Señales de alerta

Existen tres señales que pueden indicar focos rojos de atención, en torno de la ideación suicida. La primera, es una “permanente” necesidad de recibir atención por parte del entorno, la cual se manifiesta cuando las personas buscan por todos los medios llamar la atención. Esto lo podemos ver en los cambios radicales de conducta, “por ejemplo, el hijo que antes se quedaba 10 minutos a platicar con la familia y hacer sobremesa, pero ahora termina de comer y se va a su cuarto”, comenta el psicólogo.
La segunda, es una tendencia a sobredimensionar los problemas, y la tercera, que sucede con frecuencia, es la presencia de una queja permanente en relación con cuestiones físicas o, incluso, en temas diversos como la política o el clima.

Anuncian el suicidio

Aunque las señales no sean claras, el suicidio siempre se anuncia, incluso con mensajes no verbales: cambios de conducta, irritabilidad extrema, problemas del sueño o alimentación y actitud retraída, por ejemplo, se la pasan todo el tiempo con en el celular. Evitan tener contacto físico y emocional con la familia.

Cuando se identifiquen, el psicólogo recomienda una intervención oportuna, pero de preferencia, acciones de prevención que fortalezcan la educación emocional de los jóvenes: “Conforme se acerca a la adolescencia la frecuencia del contacto entre padres e hijos debe ser mayor.

“No sólo por la necesidad que tiene el niño de ver a la figura paterna o materna como líderes, lo que lo ayuda a establecer criterios sobre la construcción de convicciones, sino también para que los padres puedan supervisar el crecimiento de los hijos y haciendo las intervenciones necesarias ”, comenta Calderón.

Un sentido de vida

Para él, la construcción de sentido de vida es el factor de protección más importante para niños y jóvenes “porque más allá de que nosotros veamos como una justificación o no la razón por la cual se quitan la vida, la cuestión es que ese objeto o deseo, en su momento, tiene un valor incalculable para la persona y, al no tenerlo, siente que pierde el control de su vida”, puntualiza el especialista.

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