Aguascalientes.— A 33 años del desplazamiento de miles de trabajadores del entonces Distrito Federal, por la descentralización del Instituto Nacional de Estadística y Geografía (Inegi) a esta localidad, la ciudad creció en población, desarrollo social y económico, así como en problemas sociales.

La descentralización del Inegi se realizó de manera gradual desde fines de 1985 hasta concretarse cuatro años después, con la culminación de la segunda etapa del edificio central en esta capital.

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Habitantes de esta ciudad aún tienen posturas encontradas por la migración de “los chilangos”, hay quienes consideran que vinieron a descomponer el clima de tranquilidad de Aguascalientes y otros les atribuyen un impulso al desarrollo económico, industrial y de servicios por la expansión de asentamientos humanos.

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La ciudad de Aguascalientes tenía 359 mil 454 habitantes en 1980 y para 1990 se habían elevado a 506 mil 274 habitantes, de acuerdo con los datos estadísticos de los censos correspondientes a esos periodos.

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Actualmente, la capital hidrocálida tiene 877 mil 190 habitantes de acuerdo con el Censo intercensal de 2015, realizado por el Inegi.

Al menos 2 mil familias llegaron a los fraccionamientos Ojo Caliente I y Ojo Caliente II, al oriente del municipio, que en 1985 eran tierras de nopaleras en la zona denominada “El Ranchito”.

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Moisés Soto, de 43 años de edad, originario de la capital del país, refiere que en esta ciudad le ha tocado conocer el desprecio que gente hidrocálida tiene hacia los “defeños", a quienes en un tono despectivo llaman “chilangos” y que nada más vinieron “a la tierra de la gente buena” a hacer desorden y a quitarles el trabajo. Él llegó a esta ciudad a los 13 años de edad con sus padres, a la par de sus coterráneos, en el éxodo que generó el sismo del 19 de Septiembre de 1985 y que afectó la estructura del edificio central del Inegi en la Ciudad de México.

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La desconcentración del organismo se dio en el sexenio del presidente Miguel de la Madrid Hurtado, y los acuerdos para aprobar la construcción del nuevo edificio y proyectos de vivienda para los trabajadores pasaron por las manos de Carlos Salinas de Gortari, entonces secretario de Programación y Presupuesto.

“Aquí apenas había unas cuantas casitas y en poquitos meses ya se había poblado todo”, comentó Avelina de 87 años de edad, quien se persigna ante la posibilidad de que lleguen más “chilangos”, “porque con ellos se vienen los rateros”.

María Concepción Guadalajara recuerda el arribo de 200 familias entre 1986 y 1987, “con un tono de voz peculiar”, y quienes en el transcurso del tiempo han adoptado esta ciudad como suya, “ya hasta muchos ni hablan como ‘chilangos’, ahora lo hacen con tono cantadito”, comenta.

 

En su puesto de venta de elotes y chascas ubicado a una cuadra del Centro de Recreación para los Trabajadores del Inegi, en el Fraccionamiento Ojo Caliente I, dice que los matrimonios que llegaron del Distrito Federal se han envejecido, como ella, y muchos ya tienen hasta nietos trabajando en el mismo instituto.

La familia Inegi. Cientos de trabajadores salen por la puerta lateral de los cuatro edificios del instituto. Es la “familia Inegi”, de lunes a viernes es lo mismo a partir de las cuatro de la tarde, dice un “lavacoches”.

Algunos de los empleados públicos que se vinieron de la Ciudad de México dicen que fue complicado el cambio de territorio y de costumbre.

“No fue fácil para nadie, para nadie”, dice José, de 58 años de edad, al avanzar por la Calle Inegi, del Fraccionamiento Las Bugambilias, quien llegó en 1986 para dotar de vivienda a 2 mil trabajadores y las familias que arribarían.

“A todos nos cambió la vida, para los que llegamos y para la gente de aquí; creció la población, se dinamizó la economía, creo que el establecimiento del instituto fue una atracción de la ensambladora Nissan. Unas personas se quejan de que se alteró la vida social de esta ciudad, aumentaron los problemas y la inseguridad, yo no lo veo así”, comenta sin detener el paso.

El cambio implicó negociaciones con los sindicatos de trabajadores, un proceso de concientización de los empleados y disponibilidad para su cambio de residencia, así como acuerdos con el gobierno estatal, que aportó 200 viviendas que ocuparon familias fundadoras de Ojo Caliente I.

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