Tijuana

“No me he bañado en una regadera desde hace 14 años”, dice Fernando mientras se lava las manos con el agua de una botella que halló en la basura y explica que toma duchas oscuras y no con agua cristalina.

Sentado sobre el concreto, se soba las llagas que tiene en brazos y piernas, tiene heridas un poco manchadas con sangre, además de cicatrices. Recuerda que las lesiones le salieron hace un par de semanas, desde que se baña dos o tres veces al día en el canal del río Tijuana, que lleva el drenaje de la ciudad. Ahí se ha aseado desde hace más de 10 años.

El hombre vive en la calle, las cicatrices en sus brazos advierten que dentro de su cuerpo además de sangre y masa orgánica, además de otras sustancias que viajan por todo su organismo. Ese, reconoce, es uno de los motivos por los que no tiene acceso a un derecho universal: el agua.

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Tiene alrededor de 40 años y casi la mitad de su vida se ha bañado con agua sucia, con agua que sobra en los botes de basura o que, en el caso de Tijuana, corre por la canalización desde los excusados de las casas. Sin importar de dónde proviene, piensa que “esa agua con caca es mejor que nada (…) para nosotros no hay más”.

Cada día espera a que el reloj marque entre las nueve y 10 de la mañana, cuando todo el mundo está ocupado, en ese momento es cuando aprovecha para desnudarse y adentrarse en el río de suciedad que cruza el canal, ahí es donde limpia su cuerpo, para, como dice Fernando, bañarse.

Puente Negro es un paso peatonal que sirve para cruzar por encima la canalización, a un costado del Hospital General de Tijuana. Debajo de esa jungla de concreto viven otros como Fernando, que lo mismo usan agua de drenaje para lavar los vidrios de los autos, como para “asearse”.

Pero a partir del próximo 25 de agosto, el baño será real. En las inmediaciones de esa esquina olvidada de Tijuana será instalada La Regadera.

 

Este proyecto nació de la perseverancia de la Iglesia Ancla —una comunidad cristiana—, que a través de su plan promete dignificar la vida de los indigentes a través del agua, de un baño, una toalla, un jabón y un champú, de una sonrisa regalada por los voluntarios de ese gremio y la intención de hacer un bien a quienes más lo necesitan.

Necesidad básica

La Regadera se trata de la caja de una Cargo Van, un espacio que mide alrededor siete pies de largo y cuatro de ancho, que antes se encargaba de exportar la mercancía de una agencia aduanal y que ahora se transformó en tres baños completos.

El espacio cuenta con regadera, una canasta, un escusado, un lavamanos, un bote de basura, un espejo, además de una toalla y un destello de vida, reflejado en una pequeña planta que se resiste a morir.

“Queremos hacer esto… ¿Estamos listos? No, no estamos listos, pero vamos a hacerlo”, dice la directora de Misiones de la Iglesia Ancla, Bethsabe Sandoval, al explicar que un presupuesto de 5 mil dólares se disparó a 20 mil, pero que con la ayuda de su comunidad lograron construir un trío de regaderas portátiles que servirán dos veces por semana en las colonias donde se concentra el mayor número de gente en situación de calle: en Tijuana, zona norte, la Central Camionera y, por supuesto, Puente Negro.

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La Regadera nació de la preocupación de una comunidad dispuesta a hacer más por otros, explica Sandoval, quien recuerda que al pensar cuál era una de la principales necesidades de los que viven en la calle, y al hacer memoria de algo tan básico como el agua, no se le ocurrió algo mejor que una ducha para los que no tienen acceso al agua.

Recuerda que buscaron proyectos para replicar y encontraron sólo uno más en Costa Rica y otro más Los Ángeles, California, a unas dos horas de Tijuana, conocido como Lavamae, una par de regaderas públicas y móviles habilitadas en la caja de un tráiler, que ahora se convirtieron en cinco instaladas en las colonias populares de esa enorme urbe.

“Nos inspiraron a hacer lo mejor que podíamos”, recuerda Bethsabe, “es una forma de recuperar la dignidad”.

Pasaron prácticamente nueve meses desde que se gestó el proyecto, dice Felipe Garza, coordinador de La Regadera y encargado de la construcción, “fue inspiración ese modelo y tratamos de emularlos, empezamos buscando un tráiler”.

Una oportunidad

La Regadera podrá ser utilizada durante 15 minutos, los primeros cinco serán para que el usuario limpie el espacio en el que va a estar, el resto es para su aseo.

Ahí, en ese pequeño espacio, tendrá una toalla para secarse y un escusado para usarlo, afuera lo esperará un cambio de ropa, un paquete de comida y, si lo desea, una mano que lo acompañe y asesore para iniciar un proceso de rehabilitación. Es un cuarto de hora para cambiar la vida de una persona.

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Eduardo puede ser otro de los afortunados, un joven indigente que se refugia cerca de Puente Negro. Dice que usa el agua del drenaje que corre por la canalización, pero que desde hace un tiempo ni siquiera se limpia en ese lugar porque los policías se lo impiden, cuando intenta desvestirse los arrestan. Asearse se ha convertido en una actividad de riesgo.

“¿A poco sí voy a poder bañarme?”, pregunta el joven mientras sale de una alcantarilla donde duerme cada noche. “Si es verdad nos serviría. Casi me desmayo con este calor porque ni puedo refrescarme, imagínese (…) así a lo mejor hasta me dan trabajo, o hasta novia consigo”.

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