Como cada año, miles de penitentes se flagelaron este jueves la espalda hasta dejarla en carne viva; otros arrastraron cruces enormes en el Jueves Santo filipino, famoso por sus ritos sangrientos, pese a las críticas de la Iglesia católica, que los considera contrarios a los valores religiosos.

Sin embargo, Filipinas no es el único lugar donde se realizan este tipo de prácticas.

En San Vicente de la Sonsierra, en España, los penitentes (conocidos como picaos) se visten con hábitos blancos, dejando al descubierto la espalda, descalzos, y se azotan con un flagelo, mientras otros cofrades los pinchan con bolas de cera que tienen trozos de vidrio incrustados.

También son conocidos los llamados “empalaos” de la localidad española de Valverde de la Vera, donde los penitentes que han hecho alguna manda realizan, descalzos, el recorrido del viacrucis con los brazos atados al timón de un arado con cuerdas gruesas de esparto. También suelen llevar velos blancos sujetos con coronas de espinas.

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Precesión de Semana Santa en San Vicente de la Sonsierra, España.

En Colombia, en el pueblo de Santo Tomás, desde hace 155 años se realiza la procesión de los flagelantes, donde la gente que ha hecho alguna manda o promesa se azota la espalda con un látigo que termina en siete bolas de parafina, mientras realiza el recorrido con dos pasos adelante y uno atrás.

En El Salvador, en la localidad de Texistepeque existe una tradición en la que los llamados talcigüines, o “endemoniados”, recorren las calles azotando a lugareños y turistas. Según la tradición, cada golpe “purifica el alma y limpia los pecados”. Cuando la persona que representa a Jesús los encuentra, ellos se tiran al suelo para que les pase encima.

En la ciudad mexicana de Taxco, penitentes van en procesión cargados con gruesos rollos de zarzas.

Pero el ritual más polémico es el que se realiza el Viernes Santo en diversas zonas en Filipinas, como San Fernando o la aledaña San Pedro Cutud, donde decenas de personas que participan en la representación de la crucifixión son clavados con clavos reales.

La Iglesia católica asegura que “no promueve estos sufrimientos autoinfligidos y flagelaciones” y que, en cambio, trata de disuadir a los fieles.

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