“ Desde chiquitos empezamos en esto. Yo inicié desde los diez”, comienza a relatar Juana Vicencio Jiménez, originaria de Teotitlán del Valle, Oaxaca, al hablar del negocio de artesanías textiles, que 40 años después emprendió en la ciudad de Querétaro, junto con su esposo Florencio Contreras y sus diez hijos.

Caminos de mesa, cobijas, rebosos, bolsas, cortinas con estampados de pájaros o la fiesta del pueblo como diseño, son algunas de las artesanías textiles fabricadas con lana y algodón en la tienda El Arte Zapoteco, que se ubica en las calles del centro de Querétaro.

Un espacio de cuatro metros de largo y dos de ancho exhibe telas de todos colores. Todas naturales y fabricadas a la manera artesanal, que incluye machacar a las cochinillas del nopal en un molcajete para sacar tonalidades del rojo al rosa o la extracción de hojas de sauco para un verde azulado.

El inicio de El Arte Zapoteco, negocio emprendido por la familia, comienza en la infancia de Juana en Teotitlán del Valle, uno de los municipios de los Valles Centrales de Oaxaca, ubicado a unos 31 kilómetros de la capital. Este poblado, de origen zapoteca, se dedica principalmente a la fabricación de artesanías textiles hechas de lana y algodón.

Al igual que la mayoría de las familias del pueblo, Juana aprendió de sus padres y tíos el proceso para fabricar la lana. A los diez años ya conocía el procedimiento para elaborar el hilo y, a los 15, contrató a dos chicos para ayudar en el negocio.

Como muchas de las mujeres de la comunidad, su asistencia a la escuela fue escasa. Estudiar no tenía mucho sentido para su familia; sus hermanos estaban para eso, mientras las féminas se quedaban en las casas para hacer tortillas.

“Cuando crecí le dije a mi papá le dije que le iba a ayudar en el negocio”, relata Juana desde una de las sillas del local, iluminado parcialmente con la luz del medio día. Su vestimenta es una blusa rosa pálido y un mandil púrpura con flores en el escote. Juana tiene diez hijos, 52 años y su lengua materna es zapoteco, al igual que 479 mil 474 personas en el país, según el último censo del Inegi.

Entrar al negocio familiar no fue fácil. Su padre al inicio se opuso. “A lo mejor, él pensaba que no era valiente, pero no, sí soy valiente y salí adelante”, replica. A partir de entonces, cuando Juana pudo acompañar a su padre a vender las artesanías, su infancia se dividió en Teotitlán del Valle y la capital de Oaxaca, llena de turistas.

El negocio dio un giro cuando conoció a Florencio, proveniente de una familia de campesinos y sin mucho conocimiento sobre la fabricación de la lana. “Mi papá se enojaba y me decía: ¡Cómo crees, ya no vas a seguir en los tapetes!. Y entonces empecé de nuevo”, prosigue.

Después de 40 años el negocio se ha expandido. La familia Contreras Vicencio tiene dos sucursales, una en Santa María del Tule y, la más reciente, inaugurada hace tres meses, en la ciudad de Querétaro. Su taller en Teotitlán tiene más de 50 telares, en donde trabajan los diez hijos, más los hermanos paternos y maternos.

Querétaro, oportunidad de negocio. “En Oaxaca ahorita no hay mucho turismo, por eso también salimos”, menciona Florencio Contreras al hacer referencia al conflicto magisterial de este estado, arrastrado desde el 2006, cuando los maestros de la SNTE pedían mejorar la calidad de las escuelas.

“Los turistas se espantan nada más escuchan Oaxaca. Piensan que lo que dicen los medios es verdad y todo es mentira. Sí hay problema entre el gobierno y maestros, pero un pueblo como nosotros no tiene nada que ver”, insiste, al señalar que tras tres meses de iniciar con el negocio en Querétaro las ventas continúan lentas.

Florencio conoció esta ciudad hace algunos años, cuando invitaban a productores de artesanías a exhibir y vender sus productos en el jardín Guerrero, que se ubica a unos metros de su local. Las artesanías que ahora son exhibidas, por razones desconocidas para los Contreras Vicencio, en la localidad de Bernal, a más de media hora de la capital del estado, fueron un puente para poder emprender el negocio en Querétaro.

Después de venir durante algunos años, la familia decidió asentarse en la ciudad y dejar a su hijo Javier a cargo; un joven de no más de 20 años que habla con fluidez español, al igual que zapoteco e inglés, idioma que se vio obligado a aprender para incrementar las ventas con los extranjeros.

“Allá todos los habitantes se dedican a los telares. Los de allá se salen a todas partes, porque buscamos dónde vender nuestros productos. Los de Teotitlán andan por todos lados, no vas a ir a un lugar donde no encuentres a alguien de ahí”, comenta el hombre, mientras enseña un tapete de lana, que tiene unas figuras de flores, y un rebozo de algodón “fino”, con un hilo dorado brillante.

Los precios de las piezas pueden ir desde bolsas de 120 pesos hasta cobijas y edredones de algodón bordado de más de mil pesos. “Todos tiene un valor”, refiere Florencio, al explicar que su costo es justo y conforme al proceso de fabricación.

“Es un proceso muy largo, desde la trasquila de un borrego. La lana se lava, se hila y, después del hilado, se pinta y, una vez pintado, empieza el tejido. Como usamos colores naturales, es otro proceso que va desde sembrar el nopal, crear la grana cochinilla, para que invada al nopal y a los tres meses se le bajan los animalitos, que se meten al agua hervida; se seca, se tuesta en el comal y, después, se muele y sale un polvo rojo”, se apresura a explicar y el proceso de las telas parece más largo.

Los mejores compradores para las artesanías son los gringos, indica la familia sin dudarlo. Florencio insiste: “Valoran todo el trabajo, el proceso. Son como Santo Tomás, hasta ver creer…. Cuando van al taller para ver el procedimiento y cuando lo ven, ya no dicen nada. Si tú les dices cuesta 5 mil, los pagan porque ya vieron lo qué es la mano de obra”.

“Es mucho trabajo”, agrega Juana, mientras atiende a los turistas que se acercan al pasillo estrecho de la tienda para ver las artesanías. “¡Qué bonito!”, dice la mayoría mientras ve las cobijas, los monederos o los cojines de colores llamativos.

Los diseños, relata la pareja, pueden ser desde flores hasta réplicas de obras de Diego Rivera. Su mural favorito es el dibujo de una mujer indígena que sostiene un jarrón de alcatraces.

Florencio relata que aprendió el oficio de uno de sus tíos. Cuando conoció a Juana sembraba con su familia maíz, frijol o garbanza, dependiendo de la temporada; pero, con el tiempo, el campo dejo de gustarle y prefirió aprender a fabricar textiles, que aunque “es un proceso muy largo, como todos en el pueblo lo hacen, ya lo conocemos”.

En muchas de las familias originarias de Teotitlán, la fabricación de artesanías textiles se divide entre hombres y mujeres. No obstante, la expansión del negocio en la familia Vicencio Contreras ha obligado a la participación de todos.

“Todos ayudan y todos cooperan”, dice Juana, la única regla es que las artesanías textiles se mantengan entre familiares y que todos aporten su trabajo y esfuerzo. “Si queremos funcionar no hay domingo, no hay fiesta”, agrega solemne.

A escasos tres meses de iniciar el negocio, la familia espera que las ventas aumenten. Como en Querétaro todavía no se conoce el local, los clientes todavía no vienen. “Luego vienen unos a preguntar el precio y no compran, pero esos después vendrán y le dirán a otros. Hay que tener paciencia, poco a poco”, concluye.

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