Tres hondureños y un guatemalteco descansan de su travesía hacia el norte. El mensaje para sus familiares es uno: estamos bien, los extrañamos, no se preocupen.

Rudin Meraz Zavala, José Armando A. Zavala, Rafael Moncada y Rafael Rivas, los tres primeros de Honduras y el último de Guatemala, están en los espacios amplios del albergue Toribio Romo A.C, en la colonia San Pedrito Peñuelas. Los dos primeros viajan juntos rumbo a Estados Unidos, aunque Rudin quiere quedarse un tiempo en México para trabajar, hacer algo de dinero y seguir su camino al norte.

Rudin apenas llegó el lunes por la tarde al albergue después de 19 días de travesía desde su natal Honduras. Los problemas económicos y la inseguridad llevaron al joven de 24 años a dejar su país.

“Quisiera llegar a Estados Unidos, pero por ahora quisiera trabajar en México”, indica el muchacho. Dejar su país, apunta, es difícil: “A veces lloro por mi país y por mi familia, pero hay necesidad de salir”.

Lo más complicado de esta travesía ha sido no dormir bien y pasar hambre, pues la delincuencia ha respetado al hondureño.

Agrega que de todos los albergues a los que ha llegado, el Toribio Romo ha sido el mejor.

La travesía de su vida.

José Armando dice, por su parte, que también es complicado dejar su país. Apenas en enero pasado el muchacho cumplió los 18 años y ya comenzó el viaje de su vida, también orillado por la pobreza y la falta de oportunidades.

Rafael Moncada salió de Honduras hace un mes. Su historia no es muy distinta a la de sus dos paisanos. La pobreza y la corrupción de sus gobiernos son las razones por las cuales buscan en el norte una mejor vida.

“Las condiciones económicas en Honduras están difíciles. Uno busca trabajo y le piden hasta lo que come para darle un trabajo y eso está bien difícil. Los sueldos son malos. Trabajas una semana y descansas un mes y eso es lo que afecta a uno, que ganas tu dinero, pero lo vuelves a gastar”, asevera.

Rafael Rivas de Guatemala, es el mayor del grupo con 37 años de edad. Observa un mapa que reciben en la frontera sur de México, donde aparecen los albergues y casas de migrantes a las que pueden acudir en su camino.

Los cuatro hombres hablan con voz suave, casi apagada. Descansan unas horas antes de volver al camino, antes de regresar al mundo. Dentro del albergue pueden bañarse, descansar, comer algo.

La noche del lunes fue especial.

Gracias a una donación de carne pudieron cenar hamburguesas. Fue un lunes especial para estos hombres que dejaron atrás todo para buscar una vida mejor, una oportunidad que su país no les dio.

Rafael dice que él quiere llegar a Estados Unidos, en donde piensa trabajar en la construcción. Originario de El Petén, salió hace 17 días de su país.

“Estuve una semana en el centro de la ciudad, pero me ha tocado duro. Dormir mal, comer mal. Aquí me trataron bien. La gente es solidaria, pero por el agua es difícil, dormir bajo los puentes, aguantar el hambre, el frío”, dice con voz entrecortada.

Rafael dejó a un hijo de 20 años, quien se dedica a la albañilería. Virginia o Tennessee son los lugares a donde quiere llegar porque tiene conocidos.

Pese a todo, los viajeros ven su futuro brillante. Esperan estar en Estados Unidos en unas semanas y empezar a trabajar allá para apoyar a sus familias, a quienes les mandan el mensaje de que están bien, que los aman y extrañan.

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