Anda de un lado a otro compartiendo creaciones. Así es la vida del artesano Javier Ramírez Romo. Es originario de Guadalajara y a sus 33 años de edadm, se dedica a recorrer las ciudades para vender sus mandalas.

“La vida de un artesano es aprender a fluir, es fácil. Es andar y compartir lo que haces”. asegura.

Con tan sólo unas pinzas para formar, otra más para cortar un pedazo de alambre de alpaca, una mente llena de imaginación y energía, Javier Ramírez se trepa a un camión o a una canoa rodante como él la llama y elabora mandalas, formas geométricas que van de manera concéntrica como si fuera una telaraña bien hechecita.

Javier las elabora con alambre de alpaca con la finalidad de que tengan un movimiento que lleve a quien las tenga en las manos a mover su creatividad y sus emociones.

Dijo que el material que ocupa no se consigue en muchos lugares, él por ejemplo lo compra en San Miguel de Allende, Guanajuato; en Guadalajara o en Morelia, mientras que las piedras que le ponen son más fáciles de conseguir.

Su encuentro con este oficio fue hace 11 años. “Un día, en Pátzcuaro me encontré con un chavo con un mandala y le dije está padrísimo tu juguete y me contestó que era un rosario hindú”.

Ser artesano es su modo de vida y le gusta. “Remunera en muchos sentidos. Es genial conocer lugares y personas”.

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