Karla, de 12 años; Lupita, también de 12, y Ariadna, de 11, son ejemplo de que la vida en la calle puede mejorar. Las tres menores tienen sueños, metas, platican y escuchan música como cualquier jovencito de su edad.

Seguramente alguna de ellas te ofreció chicles, un dulce o te pidió una moneda cuando esperabas a que el color verde regresara al semáforo, para poder avanzar.

De acuerdo con una investigación que realizaron estudiantes de la Universidad Autónoma de Querétaro (UAQ), hay 229 niños y adolescentes en los cruceros viales en la capital.

Son familias que llegan de Santiago Mexquititlán, Amealco, en su mayoría; pero también hay queretanos que trabajan en los cruceros y habitan colonias como Las Margaritas, La Nueva Realidad y San Pedrito Peñuelas.

Ellas son adolescentes que acuden al Centro de Día Jadi, que es atendido por el Sistema Municipal DIF; un programa para atender a los niños y adolescentes en situación de calle o que corren algún riesgo por la actividad de sus padres.

Lupita

“Quiero ser cantante o abogada de los derechos de los niños” confiesa Lupita. A los cinco años de edad, la menor acompañaba a su mamá en los cruceros de la ciudad. Ella vendía periódicos. Su situación no le permitía realizar otra actividad, tenía que ganar algo de dinero para mantener a su familia.

Hay detalles que no quiere revelar, que le dan pena, tal vez le intimida saber que la platica queda registrada en una grabadora. Sin embargo, con el paso de los minutos, se relaja y habla de ella, su familia, la escuela que no le gusta, los compañeros que le molestan y de lo mucho que le gusta bailar.

“Yo estuve desde primer grado en el centro Njöya, estuve siete años y luego me fui al Jadi. No es que viviéramos en la calle, más bien mi mamá trabajada en los semáforos y era peligroso, por eso me trajeron aquí”, señala.

Hace unas semanas el Centro de Día Jadi reabrió sus puertas, por lo que los niños, a partir del sexto de primaria son canalizados a ese centro, mientras que los pequeños, hasta el quinto de grado, acuden al Njöya.

La vida en la calle medianamente la recuerda; por lo que dice es caminar entre los coches, esperar sentada o jugando con la tierra mientras su mamá ofrecía las noticias del día.

Tiene dos hermanos que estudian la primaria; ellos no han vivido la experiencia de esperar en las calles, ni vivir el riesgo de poder ser robados o atropellados que a ella le tocó.

Le encanta leer, pero no le gusta ir a la escuela. En una ocasión quiso ser sincera con sus compañeros, por lo que les contó que tenía estrabismo y eso fue “aprovechado” por los niños para difundirlo. Hoy todos se burlan.

“Yo no hago tareas pero me encanta leer, me gusta escuchar música, al aire libre, acostada; en piano me gusta Beethoven y de lo más actual, una cantante que se llama Aida. Son bien malos, me molestan mucho, hay dos niños que se llaman Marco y Diego y empiezan de groseros, tengo estrabismo y les conté por ser sincera con ellos y ellos ya lo contaron en toda la escuela y me molestan, se siente bien feo; no me gusta ir a la escuela. Todos me molestan. A mí me gustaría ser cantante o abogada de derechos humanos. A mi hermanita la más chiquita le gustaría ser repostera o policía, y a mi hermanito le gustaría ser policía”, concluye.

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