Han transcurrido ocho días de peregrinar, de lluvia, sol, lodo y polvo. Salieron de lo más lejano de la Sierra Gorda, atravesaron todo el semidesierto para llegar a la zona del altiplano. Hoy el entusiasmo es mayor, pareciera que el cansancio no existe y en lo más profundo del ser se sacan las fuerzas para decir con orgullo, ¡soy guadalupano!

El calzado ya se desgasto, las ampollas no importan porque las heridas del alma son aún más profundas, aquí es cuando gana el sentimiento, en la inmensidad de la montaña es donde se esconden y confunden los pensamientos de cada peregrino.

En ocho días de completar la jornada maratónica, en donde las mandas y peticiones a “la morenita del Tepeyac” siguen presentes, ahí vemos en la columna de mujeres a Doña Tencha, mujer trabajadora, con siete hijos, su esposo enfermo de cáncer, y ella con la mirada fija en el horizonte reza con más fuerza, esperando un milagro.

En cada paso viene un recuerdo, Luis Oviedo, originario de Arroyo Seco, comenta: “Le prometí a la Virgencita que si mi madre salía de su operación yo caminaría desde Neblinas y le voy a cumplir, yo estoy enfermo de gota y aquí se me ha olvidado todo”.

Mezclarse entre la columna, caminar entre ellos, sentir sus gritos y porras, sus rezos y el nulo cansancio, inyectan vitalidad y encienden la fe, hasta del escéptico.

¡No se adelanten hermanos, recuerden que cada quien tiene un grupo!, se escucha en la bocina, mientras los paramédicos siguen empeñosos en sus labores.

Mañana comienza la jornada en San Juan del Río y con ello termina la donación de alimentos, de aquí en adelante a sacar el poco dinero que se trae consigo, ¡nomás traigo 130 pesos!, dice Heladio Rodríguez, campesino y padre de 4 hijos, “yo sé que la voy hacer, la gente es muy buena, sé que mi familia esta bendecida por María”.

Así transcurre la marcha entre pláticas y anécdotas, entre risas y llanto, pero sobre todo en la perfecta muestra de amor y respeto a lo que este pueblo le debe su fervor: ¡la Virgen de Guadalupe!

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