Ser esposa de un migrante requiere paciencia, compromiso, fidelidad y también resignación. Así lo describen las mujeres de la comunidad de El Sitio, en San Juan del Río, donde el fenómeno migratorio se ha convertido en una forma de sobrevivir en esa localidad debido a la falta de oportunidades laborales.

Desde hace tres años Juliana vive solamente con sus dos hijos, de cuatro y siete años. Su esposo Anselmo partió a Estados Unidos, en busca de mejores oportunidades para mantener a su familia.

Cansado del trabajo pesado del campo y de las austeras ganancias que deja ese sector en el país, decidió imitar lo que casi todos los hombres hacen en esta comunidad, ir tras el sueño americano, aseguró Juliana.

“Ya van para tres años que se fue. Desde entonces no lo he visto. Me llama por teléfono y nos envía dinero, pero nada más. Se tuvo que ir porque no hay en dónde trabajar, la tierra ya no deja para comer y es lo que todos los hombres hacen aquí”, explicó Juliana.

Adultos mayores y mujeres son quienes habitan y dan vida a la comunidad El Sitio. Sólo el retorno momentáneo de los paisanos en diciembre anima a la localidad por unos días. Luego parten y las mujeres regresan a la rutina de cuidar a los hijos y cumplir sus roles.

Juliana estuvo de acuerdo en que su esposo se aventurara a cruzar la frontera, pues reconoce que la pobreza ha generado que la migración sea la alternativa más común para mejorar las condiciones de vida de los habitantes de El Sitio.

A las mujeres casadas, les toca la responsabilidad de cuidar a los hijos, administrar cada peso que reciben de sus parejas y, sobre todo, ser pacientes ante “la separación temprana”.

“Estirando el presupuesto que me envía mi marido es como sobrevivo con mis hijos. No me ha faltado su apoyo, cada mes o dos meses recibo dinero, pero él no ha regresado, desde que partió solamente nos comunicamos por teléfono”, dijo.

No hay más alternativa, los años le ha servido para acostumbrarse a cumplir el rol de padre y madre.

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