La Sierra Gorda, es identidad, tradición, arraigo comunitario, pero sobre todo un lugar donde la vida pasa de una manera muy distinta, en la cual el recuerdo de un familiar sigue presente y con alegría a pesar del tiempo y del espacio.

Cuando un ser querido se adelante en el camino, se le canta con música de vara, con minuetes , huapango o canto a lo divino.

Los músicos se preparan para velar durante la noche y la madrugada el altar de difunto que llega a comer lo que sus seres queridos le dejaron previamente en su altar, pan de muerto, mole, cigarros y hasta un “pegue” de aguardiente o pulque, es ahí donde la creencia corre minuto a minuto, en la espera de su llegada, se le canta con el corazón, es en este momento donde la vida y la muerte se mezclan entre la gente, es ahora cuando el alma deambula entre el recuerdo y la realidad.

Es en la sierra donde se vive de manera peculiar este momento, ya sea en el panteón municipal, en casa o en un altar instalado en el jardín principal, cuando las animas aparecen por las calles, es donde el suspiro del que se fue, llega a escuchar el canto del huapango, ese canto que sigue vivo, y que se niega a morir en una de las tradiciones más antiguas del norte de Querétaro.

El día 2 de noviembre día de “todos los santos”, tiempo del reencuentro con el más grande temor del ser humano: “la muerte” que permite un encuentro en lo más profundo de la conciencia.

Suena el violín, la quinta huapanguera y el bajo sexto, se le canta al que se fue mientras los cohetes, no dejan de sonar, mientras el suspiro huele a veladora y el alma se inyecta del mejor de los momentos, porque mañana será otro día, para seguir viviendo.

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