El Centro Histórico es un buen lugar para trabajar en la calle, coinciden músicos, payasos y pintores que se hacen de un pequeño espacio en el primer cuadro de la ciudad, quienes aprovechan el cierre de calles de los fines de semana.

Los artistas se llevan poco más de 500 pesos en una tarde, en ocasiones, hasta “una rebanada de pizza” que les regala alguien, pero los verdaderos ganadores del público son los payasos que se extienden por la calle y juntan a más de 200 personas en un rato, todas con su respectiva cooperación.

Las calles del centro tienen espacio para todos, por lo menos eso parece. Sobre Corregidora, a la altura de la plaza Constitución, se encuentran mujeres que piden limosnas y que se niegan a cruzar palabra alguna, sólo se apresuran a guardar cualquier moneda que les caiga en el vaso para que siempre esté vacío.

Más adelante, pasando el templo de San Francisco, por lo menos dos grupos de payasos se adueñan del lugar y acaparan al público.

En el kiosco del jardín Zenea compiten por la audiencia los evangelizadores y los músicos que preparan la función de la tarde, mientras colocan sillas con el respectivo espacio para los valientes que se animan a bailar.

Visiblemente más profesionales, otros tantos músicos y artistas se reparten el andador de Madero. En una esquina un pequeño grupo conformado por una violinista, una percusionista, un baterista y un guitarrista se esfuerzan por conseguir dinero para salir a presentarse a otros estados.

A media cuadra un saxofonista de avanzada edad coloca un sombrero para pedirle monedas a la gente y sobre la misma calle un pintor ofrece discos con paisajes hechos a mano.

La convivencia parece rara, pero entre ellos se respetan. Igual que los ambulantes, sólo tienen miedo a los inspectores municipales. “Son medio neardentales”, dice Jorge Hernández, quien junto con su banda prueba suerte a ganarse algo de dinero.

“Venimos esporádicamente, cada que necesitamos juntar dinero para un viaje que vamos a hacer”, dice

Aunque “es muy poco lo que sale”, trabajar en la calle sí les ayuda, aunque no tanto como en otras ciudades. “En la Ciudad de México, que es muy diferente el público, sacamos 200 pesos en tres canciones, tocando 15 minutos”.

En el centro de Querétaro la última vez que instalaron en la calle de Madero recibieron 120 pesos después de 40 minutos de tocar en un sólo sitio. Tal vez la mala suerte de los queretanos en su propia ciudad se deba al viejo dicho de que “nadie es profeta en su tierra” o a que se deben esconder de los inspectores, así que no pueden probar en otras calles.

“Es difícil rolar, porque no sabemos de dónde te quitan, de dónde no, es un riesgo, aparte son medio neardentales los supuestos inspectores”, advierte el guitarrista autodidacta, mientras preparan el inicio de la función sus compañeros que estudian música.

Más adelante Carlos Galicia y Paulina Belmonte esperan para iniciar un performance con lo que recaudan dinero para pagarse los estudios: Paulina está por iniciar la prepa y Carlos quiere estudiar artes escénicas.

El andador Madero es su lugar de trabajo cada 15 días, porque para hacerse de público tienen que gritar y eso los obliga a descansar un fin de semana antes de regresar a las funciones.

“Pueden pasar hasta 40 minutos que estamos como estatuas para que dejen cinco pesos, nosotros cantamos si dejas una moneda, si no, no cantamos nada, pero tenemos que gritar para que nos escuchen. Un mal día lo mínimo que recibimos fueron 200 pesos, lo máximo es desde 500 pesos y una pizza, porque eso nos ha pasado”, cuenta Carlos.

Los inspectores los quitaron de Plaza de Armas en varias ocasiones, así que decidieron probar suerte en el andador Madero, donde se juntan otros artistas y ahí no se suele ver a los trabajadores de Inspección Municipal.

Las verdaderas estrellas del espectáculo callejero son los payasos. Frente al jardín Zenea utilizan malabares, chistes, volteretas, música y chicas entalladas que se contorsionan en los adoquines para atraer a más gente.

Los espectadores se arremolinan, se empujan. Es tal el alboroto y las ganas de ver la función que los payasos deben repetir una y otra vez que cuiden sus pertenencias, que si ven algo raro o alguien se les acerca mucho, les avisen para hablarle a la policía.

La alerta hace que algunos padres pidan a sus hijos continuar el camino y otros se buscan los celulares.

Los policías que cuidan la zona no saben en realidad si los payasos tienen permiso para realizar el espectáculo, aunque asumen que sí, porque nunca les han dado la orden de retirarlos.

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