Los vagones, uno pintado de azul, con un vagón multimedia donado por una empresa telefónica y otros que conservan su color original, permanecen inmóviles, en lo que fue un día la estación de tren de Hércules, que actualmente funciona como biblioteca para los pobladores del tradicional barrio, y a la que a pesar de que ahora prevalece el uso del internet y las tareas en línea, aún acuden los menores a hacer sus tareas y a consultar libros.

Las mesas de uno de los salones de la estación aún conservan los materiales usados por los niños que acudieron al curso de verano que ahí se impartió de manera gratuita. Bellotas, hojas secas, materiales reciclados, fueron los que se utilizaron para hacer manualidades y educar también a los pequeños en la reutilización de los productos.

Ana María Olvera López, auxiliar de la biblioteca, permanece sentada junto a la mesa. La acompañan dos mujeres que trabajan en la estación biblioteca, que se alista ya para unos días de vacaciones, luego del intenso periodo vacacional, cuando reciben a los niños en su curso de verano.

Los vagones permanecen cerrados por seguridad, pero pueden abrirse a petición de los visitantes, ya que los trabajadores no pueden vigilarlos, por ejemplo, en el vagón galería, que exhibe en estos días una exposición dedicada al padre Salvador Medina Galván, el primer cura párroco de la parroquia de la Purísima Concepción de Hércules, en el año de 1954.

Sin embargo, cuando algún interesado quiere visitar la galería, basta con que le pida a Ana María que le abra el vagón para poder apreciar las imágenes, donde se retratan las costumbres y los paisajes del tradicional barrio de hace más de 60 años.

“No se cuántos años tenga abierta la biblioteca, lo desconozco, pero yo tengo trabajando cinco aquí, en el municipio y que yo sepa ya estaba. Antes, yo estaba en la biblioteca del [parque] Bicentenario, pero ya tenía conocimiento de que había compañeras en este lugar”, indica Ana María.

Precisa que en la biblioteca prestan libros a domicilio a los jóvenes que estudian primaria y secundaria. También ofrecen el servicio de apoyo en tareas y fomento a la lectura, además de que hay jóvenes que realizan su servicio social en la misma.

La biblioteca tiene una sala general y una infantil. Las computadoras que hay en el lugar se prestan también para que los estudiantes puedan hacer sus tareas en este sitio. La biblioteca abre a las 9:00 y cierra sus puertas a las 17:00 horas.

El horario de cierre, explica Ana María, es por cuestiones de seguridad, pues no es que el barrio sea inseguro, sino que detrás de sus instalaciones están las vías del tren y hay personas que bajan de éste, por lo que existe el temor de que vaya a presentarse una agresión al interior del recinto.

“Además, a esa hora ya se queda solo, porque la gente ya sabe, pienso, que andar tan tarde los chicos ya es algo complicado. Es por eso que a esa hora ya no están aquí los niños”, afirma, al tiempo que recuerda que días atrás vieron a una persona que bajó del ferrocarril e iba sangrando.

Indica que el paso de migrantes por la zona es constante y en ocasiones son muchos quienes se pueden observar por ahí. En la parte de atrás de la biblioteca, sólo un barandal, de aproximadamente 1.70 metros, sobre una barda que apenas rondará el metro de altura, separa las instalaciones de la biblioteca de las vías del tren.

A pesar de ello, Ana María dice que su trabajo es muy gratificante, pues enseña a los niños a hacer manualidades con materiales reciclados y semillas de los árboles que se ubican en la zona, así como con piedras, que pintan con distintos motivos, de acuerdo a su imaginación. Un ángel con el disecado de un nopal ocupa un lugar especial en sus recuerdos, por el material que se usó y por el acabado final del producto.

“A los niños les ha gustado [el curso]. Por ejemplo, este grupo que tuve de 29 niños, fue muy gratificante para mí, porque en Santa Rosa, cuando estaba en la otra biblioteca también tenía los mismos niños, pero éste fue muy aplicado, hicieron muchas cosas y lo hicieron muy bien”, explica.

Agrega que no se les cobró un centavo a los niños por los cursos, incluso los materiales usados, si se tenían, se les proporcionaron. La biblioteca también tiene un espacio para el personal y alumnos del Instituto Nacional para la Educación de los Adultos (INEA).

El estilo arquitectónico de la estación es muy similar al de la Antigua Estación del Ferrocarril que se ubica en el centro de la ciudad de Querétaro, pero de dimensiones menores. En el interior se conserva aún un poco de ese aire de nostalgia, de cuando el tren era el medio de transporte por excelencia, a falta de otros medios terrestres más rápidos.

Los pisos de madera crujen al paso de los visitantes. Ana María explica que lo que actualmente pasa por una ventana, cuando la estación funcionaba, era la taquilla, donde la gente podía comprar sus boletos para los distintos destinos del tren.

Enfrente, una oficina alberga una pequeña escalera que da acceso al segundo nivel, donde actualmente se guardan objetos de la biblioteca y de los cursos. El diseño de los peldaños y el pasamanos es antiguo, para ir a tono con el estilo de la estación. Ana María no sube a ese lugar, pues dice que mucha gente, incluido el personal de la estación ven con cierta regularidad la sombra de alguien parado en la ventana del segundo piso, cuando ya no debería haber nadie en el lugar. Es parte de las historias que rodean a esta antigua estación.

Lo que sí es un hecho es que de acuerdo con Ana María aún muchos maestros piden a los niños acudir a la biblioteca a pedir un libro, que se les facilita por una semana, con un máximo de tres libros. En caso de no terminarlos, se puede renovar por otra semana.

“Lo principal de aquí no es que lean todo el libro, sino que busquen lo que necesiten en el momento. Entonces el maestro te deja una tarea y es lo que vas a buscar, no vas a leer todo el texto. Es lo que la mayoría de la gente hace”, precisa.

Sin embargo, puntualiza Ana María que por cuestiones de seguridad muchos padres prefieren que los niños hagan la tarea en casa, con la computadora, privándolos del placer de tomar un libro, olerlo y disfrutar de la lectura en un lugar tan especial, pues los vagones del tren, tras cumplir con su vida útil transportando a los mexicanos de otras épocas, ahora sirven a los nuevos ciudadanos como un oasis de conocimiento.

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