Si volviera a nacer me gustaría volver a ser talabartero”, afirma Francisco Rivas González, quien ya tiene 38 años dedicados a este oficio que aprendió de sus hermanos, en la Ciudad de México, aunque son originarios de Zacatecas. El taller de Francisco es pequeño. La mayor parte del espacio lo ocupan un mostrador, un máquina de coser, y varias sillas de montar que esperan que sus dueños acudan por ellas o ser reparadas.

Las piezas de cuero y piel se ven por todos lados. Algunos retazos, otras piezas en rollo, el material con el cual trabaja todos los días, en el lugar que es taller y casa al mismo tiempo.

Narra que aunque sus orígenes son zacatecanos, como talabartero inició en la Ciudad de México, porque migraron de Zacatecas a la capital del país, aunque de sus hermanos el mayor ya tenía experiencia en el rubro, mientras que él y su otro hermano no.

Explica que sólo él y sus otros hermanos abrazaron el oficio de tiempo completo, aunque toda su familia pasó en cierto momento por el taller para trabajar el cuero y la piel.

En Querétaro, señala, “tengo ya 10 años, los cumplí en febrero de este año. Hago todo lo que sea de cuero y de piel, principalmente sillas de montar, cinturones, fundas para pistolas, para machetes, para navajas. Puedo hacer cualquier cosa siempre y cuando sea de piel o cuero”.

Explica que los pedidos son variables, pues hay tiempos en los que sólo hace sillas tejanas, otras ocasiones hace albardones, o sillas charras. Mientras que en otra temporada hace sólo cinturones, no hay algo en especial.

“Si preguntan qué me gusta hacer, me gusta hacer cinturones, es lo que realmente me gusta hacer. Hacer una silla de montar no es tan difícil, es laborioso, sí, pero difícil, como la palabra lo dice, no. Una silla charra, que es lo que más se fabrica en México, me tardo alrededor de tres semanas, porque hago todo cosido a mano, por eso me tardo más, todavía muy artesanal”.

La talabartería no es un oficio muy divulgado en Querétaro, pues son pocos los locales especializados en el rubro. A decir de Francisco, sólo ha visto otro local en avenida México, aunque precisa que muchos sólo venden los productos, pero no se dedican al oficio.

“Debe de haber muchos que se dedican a eso, pero la mayoría sólo se dedican a hacer un producto. Hacen puros cinturones, o puras sillas, pero no se dedican como yo, que pueden hacer de todo”, abunda.

Explica que su clientela es variada, pues van desde quienes se dedican a la charrería, hasta quienes se dedican a montar todos los días, pasando por quienes practican el salto y el polo, así como a las cabalgatas.

Como la equitación es considerado el “deporte de reyes”, lo relacionado con el no siempre es barato ni económico. Francisco apunta que un albardón económico vale 12 mil pesos, totalmente nuevo, pues los usados ya tienen precios diferentes.

Mientras que una silla charra, hecha por él mismo, tiene un valor de 8 mil 500 pesos.

Comenta que el estilo de silla dependerá de qué uso se le quiera dar o las necesidades del cliente, por ejemplo, quienes saltan no deben usar una silla charra, o quienes charrean no pueden usar albardón.

El albardón, agrega, es la silla que se usa para jugar polo o practicar el salto. Otro estilo de silla es la australiana, que se usa mucho para cabalgatas. “Los australianos, en sus orígenes, montaban en los cerros, en el campo, entonces suben y bajan, cruzan ríos, y esas sillas tienen los aditamentos para ese tipo de monta”, abunda.

La silla australiana lleva una gran cantidad de argollas, que sirven para colocar utensilios como cantimploras, cobijas, comida, lo que requiera el jinete.

Además, explica, cada silla tiene sus estribos específicos. Pues las sillas charras y australianas tienen estribos de cuero, casi del mismo material que la silla completa, mientras que los albardones utilizan metal con un recubrimiento de plástico, o piso corrugado, donde se posa el pie, para evitar que el zapato o la bota resbale con las carreras o los saltos.

Francisco explica que todo su material lo compra en la Ciudad de México, pues ya sabe dónde están las peleterías “buenas”, y sabe que si no encuentra cierto material en una, puede ir a otra. Le dicen que en León hay muchas peleterías y ha estado interesado en ir, pero no se anima por temor a no encontrar lo que está buscando. Mientras que en la Ciudad de México los mismos encargados de los locales le informan en dónde puede encontrar cierto producto o material.

La calle por tradición para los peleteros y talabarteros en el capital del país es Pino Suárez, muy cerca del Zócalo, así como República de Uruguay, El Salvador, calles de añeja tradición en la venta de peletería.

A pesar de la modernidad y la competencia de, por ejemplo, los chinos, el oficio de Francisco, dicho en sus palabras, sigue siendo muy socorrido, pues finalmente “llega uno a convertirse en un reparador, pero mientras haya caballos y quienes los monten habrá trabajo para nosotros”.

Señala que en el caso de los cinturones le ha tocado hacer algunos exóticos, elaborados con pieles de serpiente, de cocodrilo, incluso ha hecho “víboras”, cinturones huecos entre el forro y el cuero, que servían para meter ahí monedas, pero ahora se pueden hacer con un cierre y poder meter billetes, para evitar que en caso de sufrir un robo “lo dejen a uno sin un peso”.

“Puede ser un cinturón espantoso, que nadie va a creer que se trae dinero ahí”, abunda.

Francisco precisa que a muchas personas que viajan al extranjero les ha hecho ese tipo de cinturones y se sienten seguros con su dinero en el cinturón.

Puntualiza que mientras haya artículos de piel, siempre habrá trabajo, y la competencia de los chinos no le preocupa porque “soy superior a ellos en mano de obra y calidad, los materiales los escojo bien. Los chinos venden por vender, pero calidad no venden, esa es la diferencia. No me preocupa tanto”.

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