Rebeca tenía sólo 14 años cuando asistió el primer parto de su vida. Jamás lo había hecho, pero no tuvo miedo. Acudió al llamado desesperado de Jorge, quien pedía ayuda para su esposa que iba a tener un hijo esa madrugada. Alguien debía recibir al bebé, fue cuando ‘Becki’ o ‘Becka’, como la conocen en Ajuchitlancito, se estrenó como partera.

“Fue el momento más maravilloso y emotivo de mi vida, a la edad de 14 años ver en toda la extensión de la palabra el nacimiento de un bebé, en ese entonces no sabía cómo era, sólo lo había estudiado mucho, hice lo posible porque todo estuviera bien. Yo era prácticamente una niña, pero fue un reto muy hermoso”, cuenta Rebeca de Camilo Trejo.

Aquel niño fue el primero de 730 bebés que Rebeca ha ayudado a nacer. Desde hace 40 años es partera en Ajuchitlancito, un ejido del municipio de Pedro Escobedo. En todos esos años jamás ha padecido la muerte de una embarazada o de un bebé.

Con humildad, Rebeca cuenta que se ha ganado la confianza de la gente ofreciendo siempre calidad y calidez en su trabajo, que va más allá de ayudar en la labor de parto, se trata de crear un vínculo fuerte y estrecho con las embarazadas, darles calma y atención durante nueve meses y a veces durante toda la vida.

Rebeca es la partera del ejido, pero también es abuelita de muchos jóvenes y niños a los que ha ayudado a venir al mundo, le llaman así de cariño, porque se vuelven parte de la familia, por eso siempre es una invitada primordial en celebraciones de bautizos, bodas y quince años.

“He ayudado a muchas mujeres en sus partos, y después a sus hijas, y a las hijas de sus hijas, es una labor muy hermosa”, comenta.

Amo mi trabajo

En un cálida y modesta habitación con piso de cemento y paredes color verde agua, que se encuentra en su hogar, ‘Becki’ atiende a una mujer embarazada cada día. Es una de las 60 parteras certificadas por el Instituto Mexicano del Seguro Social (IMSS), que auxilian a mujeres que por diversas situaciones no pueden acudir a un hospital.

En las paredes de la habitación cuelgan varios reconocimientos de instituciones de salud dirigidos a Rebeca por su labor de partera. En un librero se leen textos sobre anatomía y sexualidad, como ‘Guía para comadronas y parteras tradicionales’, que consulta de vez en cuando, porque se lo sabe de memoria.

Una cama matrimonial con colcha azul de holanes, completamente limpia y ordenada espera a las pacientes. En el cuarto también hay un pequeño mueble de madera con varias divisiones, donde Rebeca guarda instrumentos como el ‘estetoscopio de pinard’, con el que se escuchan los latidos del embrión y que tiene forma de copa o trompeta; cada vez se usa menos este tipo de herramientas en los hospitales.

La partera presiona el extremo más grande sobre el vientre de la madre y coloca su oído del otro lado de la ‘copa de metal’, después de unos segundos de silencio anuncia que el bebé está bien y que su corazón es fuerte. María de los Ángeles Trejo, de 25 años que tiene cinco meses embarazo sonríe.

‘Becka’ revisa la presión y tiene autoridad para entregar medicina en caso de necesitarlo, aunque lo que más reparte son ungüentos hechos con plantas de su propio jardín, para calmar los dolores musculares.

En la misma habitación tiene siempre un rebozo que se usa para ‘voltear al bebé’ cuando éste viene en una posición complicada.

“Cuando eso pasa las siento de ‘gatito’, pongo una cobija en el suelo y las pongo en esa posición [palmas y rodillas en el suelo], acomodo el chaleco en sus pompis, lo muevo poco a poco, así el bebé se acomoda solito. Son trucos que le aprendí a mi bisabuela, que también fue partera”, relata.

Resucitación

Entre las más de 700 historias que Rebeca ha visto nacer, también existen capítulos oscuros. Historias donen las que se ha preocupado más por las embarazadas que su propia familia.

Una mujer de 52 años estaba apunto de dar a luz, Rebeca estaba ahí para ayudarla, pero al ver que el parto sería de alto riesgo, por la edad avanzada de la madre, pidió que llevaran a la embarazada a un hospital. El marido se negó porque no tenía dinero y aunque la vida de su esposa y de su hijo estaban en riesgo, prefirió no hacer nada, “entonces que se muera”, le comentó el hombre aquel día.

El sentido de humanidad de Rebeca no la dejó irse sin intentar salvarlos a los dos. La mujer embarazada no se movía, no hablaba y casi no respiraba, sólo un leve quejido salía de su boca, diciendo “ya no puedo”.

Dos horas después nació un bebé morado, flácido e inmóvil, incapaz de llorar. Con la madre ausente y el padre alejado de todo ese momento, desinteresado, Rebeca no se rindió y dio pequeños masajes al bebé, durante mucho tiempo, hasta que poco a poco comenzó a respirar y a mover los pequeños dedos de sus manos. Con esos primeros alientos de vida el bebé y su madre se abrazaron por primera vez y un llanto fuerte retumbó en toda la casa. “Ese niño lloró tan fuerte, como diciendo ‘gracias mamá’ por ayudarme a vivir. Ese bebé ahora ya es un hombre casado, que cada que me ve, me saluda’”, relata.

Se extinguen las parteras

Rebeca no cobra ninguna de las consultas que da a las embarazadas; apenas recibe mil o 2 mil pesos por realizar un parto. ‘Yo gano lo que la gente me quiera dar”, afirma.

Con tristeza, ‘Becki’ reconoce que el oficio de las parteras va desapareciendo. Una vez recibió a tres jovencitas de San Miguel de Allende que querían instruirse como parteras, pero sólo tuvieron ocho días para aprender de ella, después tuvieron que volver a Guanajuato. En otra ocasión una niña del ejido quiso aprender a ser partera y su familia no se lo permitió.

El último parto que atendió Rebeca fue hace dos años. Acudir con una partera es cada día menos frecuente, pero está bien, comentó, porque ahora el seguro tiene más capacidad para atenderlas.

“Nunca se me ha muerto un bebé ni ninguna señora. Ha sido un éxito muy grande. Mi abuelita me decía, que ya no atendiera partos porque hasta ese momento ninguna mujer ni niño me ha muerto, pero que no esperara a que un día me pasará algo así. Ahora sí atiendo partos, pero espontáneos, porque el Seguro Popular ya los tiene canalizados, eso está bien, porque las niñas de hoy ya no tienen la misma alimentación de antes, los embarazos son más riesgosos”, dice.

Aunque la atención de partos sea cada vez más esporádica en la vida de Rebeca, sigue revisando a mujeres embarazadas y continúa capacitándose para conocer las nuevas técnicas y poder sacar adelante un parto o detener una hemorragia. Hace un par de meses participó en una capacitación del IMSS, dirigida a todas las parteras de Querétaro.

Rebeca es jefa de parteras en Pedro Escobedo, lo que significa que supervisa a otras tres mujeres que se dedican a esta labor en el municipio, revisa que los lugares y los instrumentos donde se atiende a las embarazadas sean dignos, limpios y seguros.

“Para mí es bien importante estar actualizada, hay cosas que surgen de repente y yo siempre he sabido qué hacer, porque todo lo he estudiado. El IMSS nos ha enseñado muchas cosas, antes íbamos a la guerra sin armas, pero ahora ya nos defendemos”, refiere.

Como partera certificada, en su pequeña habitación de consultas, Rebeca tiene medicamento de planificación familiar, y por increíble que parezca, los jóvenes se acercan a ella para hablar de sexo y embarazo, porque no se atreven a hablarlo con sus padres.

“Ahorita estoy atendiendo a una o dos parejitas, les digo que el sexo se puede hacer, pero con responsabilidad y también en la edad adecuada, no es un juego. Yo sé que vienen conmigo porque no se animan a hablarlo con sus papás, pero es importante, porque cada vez hay más muertes maternas, casi niñas que ya están embarazadas”, explica.

Sueño hecho realidad

Desde que Rebeca era niña, jugaba a que sus muñecas estaban embarazadas. Cuando sus hermanas se enfermaban ella quería ponerles una inyección; el sueño de ayudar a otros siempre estuvo en su mente y 40 años después el sueño se hizo realidad.

Siendo madre de tres hijos, Rebeca sabe perfectamente lo que es tener a un hijo en carne propia, y ayudar a otros niños a nacer.

En Ajuchitlancito todos conocen a la mujer hospitalaria y amable, orgullosa de su labor, siempre dispuesta a ayudar a madres embarazadas. “Mis manos están llenas de sangre porque me dedico a traer vida al mundo, no a quitarla. Están llenas de sangre pero no están sucias”, dice orgullosa.

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