Macedonia Blas Flores, la mujer hñañú, originaria de El Bothé, en Amealco de Bonfil, vuelve a estar en el ojo público, pues recibirá la presea Nelson Mandela, que otorga el Congreso del estado a los defensores de derechos humanos. En entrevista con EL UNIVERSAL Querétaro, la también nominada al Premio Nobel de la Paz dice a que “de premios no se come, aunque se siente bien de recibirlos”.

La mujer, madre de 12 hijos y 18 nietos —aproximadamente, pues no recuerda el número exacto—, vende muñecas y carpetas en el mercadito universitario que se instala en la explanada de Rectoría de la UAQ. “Las ventas están bajas”, dice la mujer. Narra que aprendió a hacer muñecas con sus amigas de la niñez, pues en esa época se hacían para jugar y no para vender.

Dice que se enteró de que había sido merecedora de la presea porque fueron a pedirle documentación para darle este reconocimiento. “Estoy contenta, me da mucho gusto; a veces pienso que un reconocimiento es puro papel, no vale nada, pero me estoy dando cuenta que sí es muy valioso, tiene un valor si uno lo sabe reconocer, pero sí, es un reconocimiento... para qué lo quiero, tengo un montón ahí”.

En su puesto, recuerda que también fue candidata al Premio Nobel de la Paz, en 2005, lo cual la dejó contenta, pues aunque no lo ganó, está agradecida por la confianza de las personas.

Explica que, para ella, ser activista de la organización Fotzi Ñahño (Ayuda a los hñañús) y llevar una vida normal no se le complica, a pesar de que en muchas ocasiones tiene una agenda muy apretada por las conferencias y pláticas que da en escuelas a jóvenes sobre violencia de género, principalmente.

Macedonia, mujer de charla pausada, amable y paciente, comenta: “Ya no se me hace difícil, ya he conocido a más compañeros y compañeras, y es un gusto también para ellos. Al principio, como uno no conoce a las personas, da miedo... pena de hablar. A veces voy a dar conferencias con los estudiantes y son varios... Me ha tocado que estén los papás y hemos platicado con confianza”.

No sólo les habla a los jóvenes de violencia de género, también les habla de drogadicción: ambos problemas latentes en su municipio de origen, donde la violencia hacia las mujeres y niñas no sólo es por parte de los hombres, sino también por parte de las autoridades, quienes “se hacen guaje” cuando se trata de atender las denuncias de las mujeres indígenas.

En carne propia

Macedonia es una sobreviviente de la violencia en las comunidades indígenas, disfrazadas de usos y costumbres. En 2003 fue acusada de adulterio, conducta que se castiga en las leyes hñañú con golpes físicos y la aplicación de un compuesto de chile en los genitales, castigo que le provocó un daño irreversible.

Ante esta situación, la mujer decidió denunciar el hecho ante las autoridades civiles y de derechos humanos, y logró llamar la atención de propios y extraños por el inusual castigo y aplicación de usos y costumbres. De ahí, su lucha fue más amplia, pues se reveló que no sólo ella había sido víctima de la violencia. Hace un año, otra de las mujeres de su familia la padeció y le costó la vida.

En agosto del año pasado, Araceli García Blas, de sólo 12 años, fue abusada sexualmente y asesinada por su vecino. Araceli era sobrina nieta de Macedonia y también fue víctima de la violencia que se normaliza en una comunidad donde la presencia de la autoridad municipal es escasa y la de la drogadicción y el alcoholismo entre los jóvenes, principalmente, es común.

“No hay que callarnos las mujeres, al contrario, hay que pedir ayuda, exigir nuestros derechos, porque a veces no sabemos exigirlos para que nos atiendan, para que haya justicia, porque sino siempre nos ven como gente indígena. A lo mejor piensan que no tenemos ningún derecho, pero se equivocan.

“Da coraje y rabia cuando pasan esas cosas y se quiere meter a la cárcel a los responsables pero las autoridades no hacen nada, y aunque la sociedad, y principalmente los familiares, piden justicia, nadie hace caso.

“Por eso la gente sigue en lo mismo, por lo mismo: ven que no hay justicia. Han de decir ‘qué me van hacer, no me van a hacer nada’, por eso en lugar de que se arregle, más se hace”.

Asevera que las autoridades los “hacen a un lado” por ser indígenas y no les hacen caso cuando van a poner una denuncia, lo que aumenta la impunidad que viven las comunidades indígenas y sus habitantes.

Comenta que para erradicar este fenómeno capacita a los funcionarios de la fiscalía estatal e informa sobre los derechos en comunidades. Sin embargo, reconoce que se tiene que trabajar con más intensidad con los varones, pues algunos veces desconocen y no reconocen los derechos de las mujeres.

“Tradiciones” inhumanas

Sobre los usos y costumbres que atentan contra la dignidad humana, sostiene que esos no son usos de las comunidades indígenas, sino de personas en lo particular, y muchas de las prácticas son consideradas delitos graves, que incluso pueden llevar a la muerte.

Insiste en que para acabar con esas prácticas los habitantes deben actualizarse y conocer más de las leyes actuales para que vean que muchos de los usos y costumbres son delitos.

Sobre las comunidades indígenas, sostiene que necesitan de mucha vigilancia por parte de las autoridades municipales: que hagan presencia en las inmediaciones de las escuelas “y que hagan bien su trabajo”.

Macedonia agrega que ahora se dedica más a la venta de muñecas y carpetas que la elabora, labor a la que le dedicaba mucho tiempo antes de ser nominada al Premio Nobel de la Paz, pero como después tuvo que salir a muchos sitios a dar entrevistas dejó sus artesanías.

“Ahora como ya no tengo mucho trabajo me dedico a la artesanía y me ayuda poder venderlas a las personas que me conocen. Llegan y me compran mis muñecas, mis carpetas, a veces me hacen pedidos, también me ha ayudado eso. Estamos en el mercadito [universitario] y tenemos un puesto en Allende”, puntualiza Macedonia, quien con sencillez regresa a su puesto en la universidad.

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