Son raras las cintas basadas en hechos reales capaces de dar la auténtica dimensión de sus historias. Abordar, por ejemplo, la dolorosa intimidad de personajes caídos en desgracia por cuestiones económicas, con estatus por encima de la dignidad, obliga a hacer algo conmovedor.

Ejemplo de ello es ¿Podrás perdonarme? (2018), segundo filme de la sensible directora Marielle Heller, con inteligente guión de la a su vez directora Nicole Holofcener, en colaboración con Jeff Whitty. Cuenta la tragicómica saga de la escritora Lee Israel (Melissa McCarthy), célebre tras publicar un par de interesantes biografías sobre mujeres y la no autorizada, y cuestionada, de la cosmetóloga Estée Lauder (1908-2004), institución en Estados Unidos donde la revista Time la incluyó entre “los 20 genios comerciales más influyentes del siglo XX”.

Sólo que Lee Israel (1939-2014) hizo con esa biografía un mal libro. En cuanto cayó en desgracia, pasó a ser infame debido a que, con deudas pendientes, falsificó incontables cartas de escritores famosos vendiéndolas para llegar al fin de mes.

Esta historia resulta notable en manos de Heller; les da a sus actores materia para crear personajes llenos de humanidad y de picaresca urbana, en especial Jack Hock (Richard E. Grant), confidente y cómplice de Lee. No son gratuitas sus tres nominaciones al Oscar, por guión adaptado (en esta categoría el 17 de febrero el Sindicato de Escritores hollywoodense le otorgó su premio anual); y para McCarthy y Grant, quienes se lucen de principio a fin.

La dirección de Heller es extraordinaria: logra que cada momento de la película tenga intensidad, resulte llena de emociones. Retrata al detalle la vulnerabilidad que hay en aferrarse a una circunstancia sin ética para sobrevivir; a una situación de desventaja singular en un mundo donde el esnobismo parece lucrativo.

Este filme, pequeña joya sobre la vida cotidiana en los márgenes de lo socialmente tolerable, deja buen sabor de boca.

Hay directores que no quitan el dedo del renglón, así hayan fracasado con anterioridad en el género de su interés. Uno de ellos es Nicholas McCarthy, quien en su tercer filme, Maligno (2019), aborda otra historia de miedo similar a las de sus dos regulares largometrajes previos.

Cuenta por qué una mujer, Sarah (Taylor Schilling), teme que su pequeño hijo Miles (Jackson Robert Scott) esté experimentando una especie de posesión. Pues algo sobrenatural hay en él. Algo que ha ido apareciendo sin explicación racional.

Al salirse las cosas de control, Sarah recurre a un especialista, Arthur Jacobson (Colm Feore). Lo que sigue apuntaba a un festival de satanismo con todos los lugares comunes de rigor en esta variante del género. Pero por fortuna no.

La sesión con Jacobson y lo que acontece con posteridad, McCarthy lo presenta con solvencia, creando una atmósfera verosímil en lugar de provocar los consabidos sustos (que los hay). Así, la trama cobra fuerza gracias al manejo de la situación, pensada como metáfora sobre los peores temores maternales imaginables.

McCarthy hace una película siniestra, madura y bien ejecutada: no defrauda; corona con ello su constancia en el género. Pesa el detalle del antecedente de obras similares con niños maléficos, como La profecía (1976), restándole originalidad porque ciertas situaciones parecen no de homenaje a ejemplos como el mencionado sino simple plagio. Sin embargo, su inspirado suspenso la mantiene.

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