Caso insólito en la historia del cine. En 1995, Pixar, empresa fundada por Steve Jobs, produjo el primer filme de animación hecho por completo con software. Lo frío que suena esto desaparece ante el argumento cuya sencillez fue genial: Toy Story, la saga del juguete Woody, vaquero de solidaria conciencia y buen camarada.

Y Buzz, astronauta enfrentando la crisis de descubrirse también juguete.

Toy Story resultó ser una conmovedora obra de arte que en sus secuelas perfeccionó la novedosa técnica de animación digital, razón suficiente para que el director John Lasseter recibiera un Oscar especial como quien marca un antes y un después en este estilo fílmico. O sea, quedó al mismo nivel de Walt Disney.

La propuesta de los filmes consiste en impactar al espectador con la idea del juguete que posee alma; que ésta permanece por siempre apegada a su dueño. Porque, ¿quién nunca imaginó a sus juguetes favoritos cobrando vida?

Para Toy Story 2 (1999), Lasseter compartió la dirección con Lee Unkrich y Ash Brannon. Fue otro capítulo en la amistad de Buzz y Woody. Aquí, el primero salva al segundo de caer en manos de un coleccionista inescrupuloso y fetichista. Lo natural de la trama, y la animación mejorada, no para alardes innecesarios sino nada más para producir una cinta enternecedora, alcanzaron lo imposible.

Una segunda parte igual de buena que la primera.

Pixar subió la apuesta de la mano de Unkrich para la increíble y magistral Toy Story 3 (2010). Preservando el diseño original de los personajes, la fría tecnología se humanizó en cuanto quedó al servicio de otra obra de arte.

En efecto, el resultado fue milagroso. Esta tercera parte, que narra cómo la caja de juguetes es enviada a una guardería donde casi son destruidos por niños sin ningún cuidado, fue la mejor de las tres. Otro fruto inédito para la historia del cine: una tercera parte que gana, lo que no lograron las anteriores entregas, el Oscar como mejor película animada.

El tema es que esta serie continúa en Toy Story 4 (2019), debut en la dirección del animador y guionista Josh Cooley (Intensa mente, 2015), consiguiendo otro milagro.

Un episodio que despierta admiración por estar al nivel de sus predecesores.

La proposición sigue siendo sencilla. La heredera de los juguetes, Bonnie, “hace” un nuevo amigo en el kínder. Literal: fabrica un juguete con su tenedor. Por supuesto, al igual que en los filmes anteriores, hay otras líneas argumentales que proveen la mayoría de las risas con variados juguetes, de peluche barato, los ya conocidos y unos más que confirman como infinita a la imaginación.

Cooley cuida con inspiración y gusto todos y cada uno de los elementos de la historia. Presenta un mural de trazos infantiles, extraordinariamente ejecutado, que rinde tributo al fundador de Pixar, y coloca a esta compañía —hoy subsidiaria de Disney— a la vanguardia tan sólo por respetar su fórmula inicial, que ha mejorado en cada parte subsecuente.

Toy Story 4 es una genial película fuera de serie que hará vibrar “a niños de nueve a 99 años”, como se decía antes, si es que alguna vez tuvieron un juguete con que compartieron momentos escapándose a un mundo de fantasía, en el que convivían tanto la ternura como el miedo, justo lo que este filme muestra.

Cooley dirige con pasión esta placentera aventura que destila perfecciones. No es algo menor que Toy Story 4 logre estar entre los mejores entretenimientos cinematográficos recientes.

Es un clásico instantáneo de la animación. Una auténtica joya.

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