A veces eran percusiones, otras un piano tremebundo y en alguna ocasión hasta Madonna con “Papa don't preach”. Pero en todos sus asesinatos, había siempre un momento en que la pantalla se llenaba con ese parche que cubría su ojo derecho mientras dictaba sentencia contra sus enemigos.

Así era Catalina Creel. “¿A qué hora me vas a hacer el favor de reventar, José Carlos?”, dice al esperar uno de sus últimos crímenes. Y José Carlos no era cualquier enemigo, sino su hijo al que nunca amó y al que le puso una bomba en el avión para que reventara.

Catalina Creel nació de la mente del dramaturgo Carlos Olmos y vivió durante seis meses (entre octubre de 1986 y mayo de 1987) en el horario estelar del canal 2 de Televisa.

A las nueve de la noche, la mitad de los televisores en México se deleitaban con las frases de esta villana. “Jamás imaginé que caminaría por el jardín de mi casa custodiada por un inspector de policía”, dice en otra ocasión, justo antes de fingir que se lastima el tobillo para que el inspector Suárez se agache a revisarla y entonces empujarlo a la alberca.

¿Y luego? Luego toma la podadora, la enciende y la arroja al agua. “¡Noooo lo haga!”, grita el inspector mientras se retuerce. Demasiado tarde. Ya la pantalla había enfocado el parche que esa vez era de color marrón, en perfecto combinación con su saco. En esa misma época, pero más temprano, a las siete de la noche, esa misma pantalla de canal 2 se llenaba con una quinceañera llamada Maricruz, que amaba al mecánico de la colonia (Pancho) y cuyo mayor sueño era bailar con su vestido de crinolina y con chambelanes vestidos de cadetes.
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Foto: Hemeroteca/EL UNIVERSAL

Y también había otra que se llamaba "Rosa Salvaje", que era pobre y se casaba con un rico guapo en una fiesta donde había mariachis y todos eran felices para siempre. Catalina Creel era diferente. Desde el primer día, asesina a su esposo: le pone veneno en su jugo de naranja del desayuno, pero un veneno de lento efecto para que no muera al tomarlo, sino en el coche, de camino a la oficina.

“Catalina Creel para presidente” decían algunas bardas en aquella época en que los candidatos a presidente eran Carlos Salinas de Gortari, Cuauhtémoc Cárdenas y Manuel J. Clouthier. De ese tamaño fue la popularidad de esta mujer que si bien nació en pantalla, tuvo vida fuera de ella: el día que de su final, Jacobo Zabludovsky le dedicó una parte de su noticiario. Porque sí, Catalina Creel tuvo un final trágico. Pero no el que suelen tener las villanas de telenovela, no terminó loca en un manicomio, ni muerta en un incendio accidental.

José Carlos descubre sus crímenes y la enfrenta. “Jamás perdiste el ojo”, le dice un día mientras desayunan. Y Catalina se siente perdida porque el parche ha sido siempre su arma más eficiente para el chantaje. Y José Carlos le sirve jugo de naranja mientras ella replica: “No tienes ninguna prueba de mis asesinatos”. Pero sí tiene. Y se lo muestra: la botellita del mismo veneno con el que ella asesinó a su padre y del cual le sirvió unas gotas en su jugo.

“La mujer a la que más odias es a ti misma y siempre hay una solución para quienes se odian tan intensamente”, le dice José Carlos. Como si fuera tragedia Shakesperana, Catalina Creel muere por su propia mano, con su propio veneno y, justicia poética, por la mañana como la primera de sus víctimas que en total sumaron, ocho.

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