El general Álvaro Obregón, embelesado por el poder, el 22 de enero de 1927 logró que se reformaran los artículos 82 y 83 de la Constitución, que impedían la reelección presidencial, permitiéndose que a partir de entonces se realizara “sólo por un período más”, siempre y cuando no sea el periodo inmediato. También consiguió que se ampliara a seis años la gestión gubernamental, que hasta entonces era de cuatro años. Sin oponentes, ganó la elección presidencial del 1 de julio de 1928, pero el gusto le duró muy poco. Apenas 16 días. Fue asesinado por un fanático católico durante una comida en la que celebraba su victoria.

En medio del caos político generado por el asesinato de Obregón, el presidente Plutarco Elías Calles -“El Jefe Máximo de la Revolución”, le decían-, dispuesto a terminar con la etapa de caudillos y dar paso a una nueva era de instituciones, decidió formar un partido político nacional en el que estuvieran representadas todas las fuerzas del país.

Y así nació, el 4 de marzo de 1929, en el histórico Teatro de la República de Querétaro, el Partido Nacional Revolucionario (PNR), que tenía como propósito primordial mantenerse en el poder. Desde su fundación, el PNR adoptó los colores de la bandera nacional para su logotipo institucional.

UNA FÁBRICA DE CANDIDATOS.

Con excepción del período 1928-1934, conocido como “El Maximato”, en el cual hubo tres presidentes (Emilio Portes Gil, interino; Pascual Ortiz Rubio, constitucional; y Abelardo L. Rodríguez, sustituto), a partir de 1934, con el arribo de Lázaro Cárdenas del Río al poder, el PNR se convirtió en una fábrica de candidatos y gobernantes que pudieron acceder al poder, sin la molestia de tener que enfrentarse a una verdadera oposición.

Luego del rompimiento Cárdenas-Calles, que derivó en el exilio de “El Jefe Máximo” a los Estados Unidos y la expulsión de sus adeptos de las posiciones estratégicas del gobierno y del PNR, Cárdenas decidió transformar a su partido para incorporar en él a campesinos, obreros, empleados públicos y militares. Hacer, decía, “un verdadero partido democrático”.

Doce días después de la Expropiación Petrolera, el 30 de marzo de 1938, nació el Partido de la Revolución Mexicana (PRM), integrado por cuatro sectores: obrero, campesino, popular y militar.

La incorporación del sector militar al nuevo partido fue la más discutida, ya que se temía que la participación formal del ejército en la política, ponía en riesgo la estabilidad del país. Esta duda fue zanjada a través de una hábil ponencia presentada por el secretario de la Defensa, Manuel Ávila Camacho, la cual fue aprobada por el presidente Cárdenas y turnada al partido para su conocimiento e incorporación.

En este documento, el general secretario destacaba: “El sector militar es y será uno de los componentes del nuevo partido, pero por las limitaciones que a su actuación impone su propia naturaleza, sólo podrá ser convo cado para conocer de reformas a la Constitución o a los estatutos del partido”.

Con esta aclaración, los ánimos se calmaron.

LA DICTADURA PERFECTA

El PRM únicamente participó en las elecciones presidenciales de 1942, apoyando la candidatura de Manuel Ávila Camacho, en las estatales y municipales de 1938 y 1944, y en las legislativas de 1943.

El 18 de enero de 1946, el presidente Ávila Camacho y el entonces candidato presidencial Miguel Alemán Valdés, acordaron impulsar la transformación del PRM para convertirlo en el Partido Revolucionario Institucional (PRI), el cual abrió las puertas a una nueva generación de políticos civiles y con preparación universitaria. Una etapa muy controvertida porque, por primera vez, comenzó a hablarse del PRI como una maquinaria de corrupción. El saqueo, la ostentación y las fortunas sexenales hicieron su aparición.

Con la institucionalización del PRI, en México se gestó un fenómeno político único en el mundo: el ‘dedazo’. Describe el periodista e historiador Héctor Águilar Camín. “El dedazo consiste en que alguien elige discrecionalmente, a dedo, por encima de asambleas o elecciones internas, a los candidatos de un partido, en particular a los candidatos presidenciales”

La edad de oro del ‘dedazo’, es también la edad de oro del PRI. Tiempos gloriosos en los que el presidente podía designar a su sucesor, previa unción como candidato presidencial del PRI, sin que esto produjera motines o rebeliones.

Cárdenas escogió a Alemán, Alemán a Ruiz Cortines, Ruiz Cortines a López Mateos, López Mateos a Díaz Ordaz, Díaz Ordaz a Echeverría (aunque después se arrepintió), Echeverría a López Portillo, López Portillo a De la Madrid, De la Madrid a Carlos Salinas, Carlos Salinas a Colosio y Zedillo (con ambos se arrepintió) y Zedillo a Labastida.

Como sistema hegemónico de dominación, el PRI transitó las siguientes cuatro décadas con relativa tranquilidad. Como una “dictadura perfecta”, según la definición hecha en 1990 por el escritor peruano Mario Vargas Llosa, durante el foro “El siglo XX: la experiencia de la libertad”, convocado por la revista “Vuelta”.

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