Tancoyol, Jalpan de Serra

Las tardes en Las Nuevas Flores, son tardes frescas. El viento pega fuerte. Afuera de la cocina de Justina se escucha cómo atraviesa los árboles secos. Las gallinas comienzan a arrullarse y Justina se prepara para la cena.

A propósito de la noche que se acerca, Justina me dice que no le gusta soñar.

“Fíjese que cuando se iba a morir mi muchacho, yo soñaba mucho… Soñaba con un padre que hacía misa. Y yo me acercaba a la iglesia, pero no miraba a nadie… estaba todo muy serio y afuera miraba mucha gente… Y soñaba también que pasaba unos riscos… Voladeros, yo soñaba un río horrible. Un arroyo así feo con agua… O llovía mucho y me arrastraba el agua… O soñaba que pasaba por una laguna, que había mucho lodo y yo me hundía en el lodo. Y me salía como podía, me salía arrastrando de ahí. Me quedaba atrapada, pero soñaba que me tironeaba y tironeaba hasta que lograba salir de ahí… Un día me preguntaba yo sola por qué sueño esos sueños tan horribles… Me daba mucho miedo y hasta me despertaba llorando. Así que un día me salí y fui a buscar al padre. A preguntarle. Le dije, oiga padre, disculpe que yo lo voy a molestar. Le voy a hacer una pregunta: Yo ya tengo mucho tiempo de estar soñando cosas feas, sueño que llueve, sueño que me arrastra un río, sueño que me lleva una creciente de agua, sueño que se ruedan unas piedras muy grandes, y que me van a apachurrar. Sueño que a veces cae lumbre del cielo, sueño que hay quemazones. Veo que se hunde la tierra, veo que sale pura agua. ‘¡Ay!,’ dice… ese sueño es muy feo. Alguien se te va a morir’, me dijo el padre. ‘Te vas a llenar de mucha tristeza’.

Justina lava los trastes afanosamente, como si con el acto pudiera borrar el recuerdo de la pérdida. Confía en que sus visiones son reales, y mientras el viento canta adentro de la cocina, recuerda aquella señora que le vino a anunciar un profundo dolor que la acompaña hasta el día de hoy.

“Estábamos acostados en el cuarto aquí, yo en la madrugada estaba despierta, estaba escuchando los gallos y los ronquidos de Fortino, y yo lo codeaba y le decía, ¡no ronques…! Y me quedé despierta, pero trataba de cerrar los ojos, y de repente oí que una mujer me habló entre dormida. Me dijo que venía a visitarme alguien. Y nomás de repente vi entre dormida una claridad, como cuando hay luna llena y vienen saliendo los rayitos bien bonito… miraba cómo entraba ese resplandor por los hoyitos de la madera… Yo me quedé pensando pues que será… Y pasó un airecito y me cobijó todita… un aire muy suave, fresco y me llenó de alegría… bien bonito. La señora me dijo que venía a darme valor… que yo hiciera un esfuerzo… que no me sintiera débil… que yo iba a tener una tristeza muy profunda… que a lo mejor no la iba a soportar, pero me dijo que tenía que tener mucho valor para encontrar la fuerza y renovarme. Me habló muy bonito… cosas muy bonitas que me dijo. Oía la voz de aquella mujer que decía que no desmayara… Que me iban a dar una sorpresa, pero que tuviera valor para enfrentarla. Como a los quince días le dieron razón: su hijo había perdido la vida.

Justina se retrae cuando recuerda. Se le nubla la vista cuando recuerda a su hijo muerto. Se murió en Estados Unidos. Dice que murió de tristeza porque la mujer lo abandonó. Su hijo trabajaba en Louisiana. Trabajaba en el campo.

Es común que algunos lleguen a las comunidades más alejadas a recoger gente que quiera trabajar en Estados Unidos. Se los llevan para chapolear (limpiar el campo), para sembrar, para hacer el trabajo rudo. Su hijo sabía usar el tractor y en eso andaba.

Me dice que fue un gran dolor enterarse de la muerte de su hijo.

“Dicen que una vez que hacía mucha calor llegó del trabajo y se fue a sentar debajo de un árbol, y ahí lo encontraron muerto. El traía las llaves de los cuartos en donde todos se quedaban. Pero no llegaba y no llegaba. Y lo fueron a buscar sus compañeros. Y lo encontraron como a las siete de la tarde. Lo vieron que estaba sentado ahí, pero no se dieron cuenta hasta que se acercaron y vieron que estaba muerto.

“Fue muy dura la vida para él porque como le digo, él se fue para rehacer su vida, pero no… allá quedó. Como quiera me lo trajeron, pero haz de cuenta que allá quedó él, porque allá falleció”.

El cuerpo de su hijo duró dos meses con veinte días en Estados Unidos. Muchos le decían que ya lo habían quemado, que ya no lo iban a traer para acá. Finalmente, lo llevaron al camposanto de la comunidad.

“Una vez que estábamos ahí… estaba yo parada… le llevé rosales, y ese día le llevé una matita de paraíso. Estaba yo parada rezando. Estaba acariciando el rosalito, las flores… y yo le hablaba… quisiera verte en persona como antes te veía para ver si existes aquí, pero sólo vengo a ver un pedazo de piedra… tú estás debajo de esa piedra... no estás. Es sólo un pedazo de piedra. Y de repente en donde estaba la cruz, ahí a pie de la cruz, se escuchó una campanita finita, finita… tres campanadas se escucharon bien clarito… me quedé sorprendida… y le dije a mi hermana, ¿oíste? Y pensamos que había algún reloj enterrado ahí… ¡no sé! Luego pensé que era la voz de mi hijo…

Tiene otro hijo, pero él si ha regresado. La última vez que intentó cruzar, la migra lo agarró, y por eso dejó de intentarlo.

Me cuenta de otro muchacho de la comunidad de El Rincón. Dice que lo mataron. Allá en El Paso lo mataron. El chico se quedó acompañando a otro hombre que ya no podía caminar. Se separaron del resto del grupo. Dicen que los abandonaron en el desierto. Lo mataron a tiros. Llegó la migra y trataron de escapar. Cuando quiso correr, le dispararon. El otro, dejó que lo agarraran y por eso no murió.

“A mi muchacho también le fue muy mal la primera vez que se fue. Lo agarraron, lo perdimos. Durante casi dos meses no supimos nada de él. Lo tenían secuestrado y le pidieron mucho dinero para soltarlo. Iba con otro señor. Y también le pidieron mucho dinero para dejarlos ir. Nos pidieron cuarenta mil pesos por cada uno de los que tenían secuestrados.

“Buscamos el dinero y pagamos. Los echaron para acá otra vez. Los dejaron venir para acá.

“Es una suerte, porque hay muchos que aunque den dinero, de todos modos los matan”, señala.

Aunque a Justina no le gusta el tema, sigue con las historias de aquellos que se fueron: “Una mujer de San Diego dice que ella se fue para el otro lado. Se fue con un señor, con el coyote. Dice que allá en El Paso, en donde cruzaron el río, salieron unos señores y los agarraron. Dijeron ellos que se fuera ella, la soltaron ,y más adelante la agarraron otros. La golpearon y la violaron. Le hicieron muchas cosas feas. Y ella quedó muda. La dejaron ahí a la orilla del río. Golpeada. Lastimada. Dice que ella vio cómo mocharon a otro señor, que lo aventaron al río. Ella no pudo caminar. La encontraron, la recogieron”.

Una de sus nueras quiere irse al norte. Y ella le dice que para qué… que aquí está bien. Eso es feo. Para irse a ganar apenas unos pocos dólares y que le hagan todo eso, no vale la pena.

Justina me dice que feo es que se te muera un hijo: “casi me volvía loca en esos días”.

En ese momento hubiera querido morirse, “pero yo creo que he de ser hierba mala, ya ven que dicen que hierba mala nunca muere…”

Su muchacho migrante era bueno

”Ya se apagó mi muchacho. Él era amigo de todos. Me cuenta de su esposa. Tenía dos hijos pero ella se fue y no regresó. Se llevó a sus nietos y ya no los volvió a ver. Ella se fue antes de que su hijo partiera a los Estados Unidos... se juntó con otro. Y lo dejó. Dicen que de eso murió, de tristeza, porque lo dejó la mujer. Tengo la esperanza de volverlos a ver…”

Todos guardamos silencio, ¿qué se puede decir cuando alguien te comparte su dolor?

Mientras el viento sopla afuera de la casa, Justina agarra fuerza. Suspira profundamente y me dice: “Ay, así es la vida… el que sabe aguantarla le sigue, y el que no, ahí se queda”.

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